Si bien hemos comentado y sostenemos que la pesca inteligente, meditada, analizada, es la que más se disfruta, el componente emocional de este pasatiempo es tan fuerte que resulta el principal factor motivador. Son pocos, o casi nadie, los que van a pescar para ver cómo funciona un señuelo o en qué condiciones se encuentra un río o de qué manera pica determinado pez. La enorme mayoría, por no decir todos, vamos a pescar porque nos apasiona, nos conmueve y mucho más cuando se concreta en todos sus pasos: desde la organización del viaje hasta la devolución de una presa y el retorno feliz al hogar.
Tan pasional es la pesca que puede generar roces, si no se aclara correctamente la valoración que uno le da. Podemos ser incomprendidos entre pares, por ejemplo, en el colegio o en el trabajo. Y cuanto más íntima la relación, este corto circuito se tornará más complejo. Eso sucede, por caso, entre padres e hijos o entre miembros de una pareja.
A propósito, siempre conviene, cuando te pongas de novio, sincerar tu pasión por este deporte. Claro que para que una pareja funcione bien, seguramente ambos deben negociar algunos elementos de sus individualidades, pero, si no estarás dispuesto a dejar la pesca aunque ella te lo pida o, si cederás, pero eso creará problemas en el vínculo, entonces, lo mejor es ser claro de entrada. Y si la apasionada es una mujer, también.
Las parejas que menos discusiones tienen en torno a lo que representa la pesca para una de sus partes son las que lo dejan bien en claro desde el principio. Por lo tanto, infiero que es mucho mejor si ambas sienten la misma pasión o, por lo menos, algo parecido. Entonces se forma algo maravilloso, casi increíble: dos personas que guardan el vínculo más profundo y que, además, pescan juntas.
No conozco muchos casos, pero recuerdo algunas parejas que han pescado muchos años juntos y compartieron todo el placer de la pesca, desde el viaje y los amigos hasta la obtención de un gran pez. Entre los difusores de este pasatiempo, Poló y Perla Bardin recorrieron el mundo caña en mano, o el gran instructor norteamericano Mel Krieger y su inseparable Fanny, secretaria además de pescadora.
Afortunadamente, más amigos están uniendo estas pasiones (el amor y la pesca), algunos de los cuales me han enviado sus fotos para esta nota, como Francisco Poggi, Matías Jalil y Javier Corzo, con sus respectivas novias, y Fabio Milanesio y su señora o Sole Saravia con su marido. En estos casos se terminó la excusa: “mi marido (o mi mujer) no me deja ir a pescar”.
La pasión de la pesca ha suscitado las más insólitas y gracias anécdotas que llenarían libros. Enfermos que se “han sanado” para ir a pescar, algún novio que arregló la luna de miel en determinado lugar para “tirar la caña aunque sea un día”, jóvenes que han matado varias tías para conseguir permiso en el trabajo…
Bien manejada, pero sin coartarla en su expresión, esta pasión les da un condimento especial a todas las prácticas recreativas. La pesca, que tienen un rasgo tan individual, se embellece aún más cuando la pasión es compartida.
Néstor Saavedra
para TurAireLibre
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