Puedo hablar de los dos temas, porque jugué al fútbol desde niño (me retiré a los treinta y pico por una serie de desgarros) y pesco desde los diez años. Puedo hablar de ambos temas también, porque inicié mi carrera periodística en el ámbito del fútbol (cronista de Primera C en la mítica Radio Rivadavia, aún con José María Muñoz) pero, luego de nueve años, me volqué al campo de la pesca deportiva. Puedo hablar de ambos temas porque sigo pescando, sigo trabajando de periodista de pesca y sigo trabajando de periodista de fútbol, colaborando, en este último caso, en otro mítico medio, la revista El Gráfico. Además no he perdido una vieja costumbre heredada de mi padre, que no era pescador: mirar todos los partidos de fútbol que sea posible. Durante años la practiqué yendo a las canchas aunque no jugara mi equipo predilecto o no fuera por cuestión de trabajo. Actualmente, con el aumento de la violencia, lo hago por televisión, aunque nada iguala a estar en el mismísimo escenario, con sus colores, sus ruidos, sus olores, en fin, el fútbol en su esencia pura.
Más de una vez me he preguntado o me preguntaron si me gusta más la pesca que el fútbol o viceversa. Mi conclusión es que son dos cosas muy distintas. La pesca es totalmente participativa; el fútbol, desde que no lo juego, solo me tiene como espectador y, por lo tanto, no puedo modificar nada de lo que estoy viendo, aunque grite, mueva la pierna cuando va a patear un jugador con el arco casi vencido o apenas espíe un penal crucial de la Selección Argentina.
Como estamos iniciando el Mundial de Fútbol, la máxima competencia de este deporte, está bueno pensar las similitudes y diferencias entre mirar un partido de balompié y pescar. La primera, la que ya manifesté: un tema de participación. Cuando pesco, aunque hay eventualidades que no me aseguren la extracción de un pez, yo mismo soy protagonista y puedo modificar elementos y técnicas en procura de lograr el objetivo establecido. Con el fútbol, no puedo hacer mucho más que alentar, pero todo está en manos de once jugadores, o 22 considerando que los adversarios también juegan. El espectador, por más que se compenetre y se comprometa, en cuerpo y alma, con su equipo, no puede modificar lo que suceda en el campo de juego. En la pesca sucede todo lo contrario: generalmente, el mejores pescador, el más preparado, el que cuente con mejor equipo y técnica, ese logrará los mejores resultados.
La pesca, por su parte, es contemplativa y se hilvana perfectamente con muchos elementos vinculados con la sanidad y la armonía del cuerpo: el aire libre, levantarse temprano, caminar, ejercitar los músculos lanzando reiteradamente… El fútbol, en cambio, es contemplativo: me siento, estoy en un ambiente cerrado, salvo que vaya a la cancha, donde también me ubico en una estructura artificial, un estadio, y no en un ambiente natural…
Ambas pasiones son más lindas compartidas con amigos, pero, en el caso del deporte de los pies, hay que contar con el riesgo de los hinchas de clubes que son históricamente opuestos. Claro que con la selección celeste y blanca, este último factor se simplifica, pues todos los que nos reunimos, salvo raras excepciones, tiramos para el mismo lado.
En la pesca es extraña la oposición y la solidaridad cala los mejores grupos. Inclusive, si se la analiza en el plano deportivo, como no hay un enfrentamiento cuerpo a cuerpo, con contacto, prevalece la idea de ser mejores que el otro para ganar y no tener que hacer algo para arruinar los planes o el desarrollo de la estrategia del rival.
Muchas veces he tenido que elegir entre ir a pescar y quedarme a mirar un partido de fútbol. Siempre decidí a favor de lo primero, a excepción de que se tratase de una final de mi equipo favorito o un partido por los puntos de la Selección Argentina. Como hago notas de pesca desde agosto de 1990 puedo recordar varios Mundiales en los que estuve pescando. Dos meses antes del Mundial de Francia (1998) viajé a conocer el estadio donde se jugaría la final en París y pescar en el país galo. Sabiendo que los meses en que hay Mundial bajan las ventas de las revistas de pesca, logramos que ese descenso fuera mucho menor de lo que las estadísticas indicaban: la tapa de Aire y Sol, en la época del uno a uno, apuntaba a “vaya al Mundial y lleve su caña”: con la remera celeste y blanca, un pescador que nos acompañó en las salidas lucía un lindo lucio del centro de Francia. Durante ese Mundial, con el guía Lopecito relevábamos las canchas de pesca de dorados y surubíes en Paso de la Patria para la misma revista. Enterados de que Argentina empataba con Holanda decidimos poner rumbo a puerto para ver el alargue y quizá los penales. La expulsión de Ortega y el inmediato gol naranja nos hizo desistir de la idea y seguimos pescando.
El partido Argentina contra Suecia del Mundial de Corea-Japón (2002) guarda un amargo sinsabor. No solo porque el empate dejó a nuestros muchachos fuera de carrera en la primera rueda sino porque, luego de haber pescado el día anterior en Concordia, tuve que poner bien temprano el reloj (3.30) para verlo en el hotel. Como por los nervios no podía dormir, pasé la noche en vela. Menos mal que degusté el mejor partido que presencié en cualquier Mundial: Uruguay 3 Senegal 3, cuando el equipo celeste remontó un 0-3 y casi lo gana sobre la hora. Sin embargo, los hinchas orientales se portaron muy mal: pude oír muchas bombas de estruendo festejando la eliminación argentina provenientes del otro lado del río limítrofe.
Hay muchos jugadores que combinan ambas pasiones. A mí me gustan las dos y hay que acomodarlas. En las fotos verán a Gabriel Milito con el guía Matías Jalil de San Nicolás y a Manu Lanzini, que pescó con Matías Pavoni en Berisso.
Acá termino. Me voy a ver a Argentina. Suspendí la salida de pesca para otro día. Esta vez, puedo esperar un poco.
Néstor Saavedra
para TurAireLibre
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