Lujo en el subte, pese a la crisis

#PorQuéParís

El sistema público de transporte de París es célebre por su extensión, eficiencia y comodidad. Además de la red de subterráneos (el métro, pronunciar metró) que cubre toda la ciudad, existe el llamado RER, Red Expreso Regional: son los trenes que recorren el Gran París, uniendo las localidades adyacentes con la capital, y que, al ingresar en ella, se vuelven subterráneos y velocísimos. Se puede por ejemplo cruzar la ciudad a lo ancho en 20 minutos.

El RER tiene actualmente 5 líneas, A, B, C, D, E, con 257 estaciones y 587 kilómetros de vías, de los cuales unos 76 son subterráneos. Es utilizado por 2,7 millones de pasajeros por día. Estas líneas, combinadas con las 14 del subterráneo, conforman una impresionante red de transporte público.

En mayo pasado, la SNCF (Société Nationale des Chemins de Fer Français), la empresa pública que administra el RER) inauguró, en la línea que va hacia Versalles, vagones decorados con el estilo del castillo construido por Luis XIV y que fue residencia real hasta la Revolución Francesa. Los trenes redecorados son los de la línea C del RER, que une la estación Bibliothèque-François-Mitterrand, en el distrito 13 de París, con la de Versailles-Rive-Gauche, en las afueras (es el ramal superior de la línea pintada en amarillo en el mapa).

Como puede verse, el resultado de la iniciativa de la SNCF es impresionante y recuerda al lujo del mítico Orient Express, el tren que unía París con Viena y Estambul. Tanto el techo como las paredes de los vagones fueron revestidos con réplicas de los cuadros, los aposentos reales y la biblioteca de Luis XVI, a modo de anticipo de lo que se puede ver en el propio Castillo.

De esta forma, no sólo se alienta la visita turística sino que se convierte un rutinario viaje en tren en un paseo de lujo. Se calcula que medio millón de personas -el 10% turistas- utiliza esta línea diariamente. Para ellos, un viaje principesco, durante el cual podrán darse el lujo de la contemplación de la Galería de Espejos, la habitación de la reina o el gabinete del rey.

Las comparaciones suelen ser odiosas. Pero, viendo estas cosas, y sin pedir la luna, los sufridos usuarios del subterráneo de Buenos Aires no podemos menos que preguntarnos: ¿cómo es posible que se prolonguen las líneas sin aumentar la frecuencia de los viajes? La extensión del subterráneo es algo absolutamente indispensable para una ciudad de las dimensiones de nuestra capital y el atraso en la materia es patente. Cada estación que se agrega es un barrio que se incorpora al uso de este transporte. Piénsese por ejemplo en las estaciones Puan y Flores, que siguen a la tradicional cabecera de la línea A, en Primera Junta. No sólo suman un barrio muy populoso sino que también alcanzan a una de las facultades (Filosofía y Letras) más concurridas de nuestra Universidad. Pero algo que debería ser una celebración ha convertido a los viajes en horas pico en un calvario. Porque la frecuencia –o no frecuencia- sigue siendo la misma que antes de la inauguración de esas dos nuevas estaciones.

Otra pregunta: ¿es tan costoso mejorar la ventilación en vagones y estaciones? ¿Cómo puede ser que, en pleno verano, la temperatura en el interior del subterráneo supere en varios grados a la de la calle, ya difícil de soportar?

Tercera pregunta (y última por ahora): si existen en el mundo sistemas de señalización interna que son un modelo de claridad para el pasajero, ¿no podemos copiarlos? El nuestro es lamentable. Si uno ingresa a una estación en momentos en que ambos trenes están en ella, es imposible saber para qué lado va cada uno y por ende hacia cuál correr, salvo que se sea usuario habitual y uno lo conozca de memoria. ¿Por qué? Porque a algún cráneo se le ocurrió colocar el destino del tren en la pared, debajo del nombre de la estación y en letras bastante pequeñas, donde además lo tapa la formación al ingresar en la estación, en vez de colocar un cartel de buen tamaño atravesando el andén, de modo que sea visible apenas se descienden las escaleras. Esto no es un tema de inversión sino de sentido común. Y de ponerse por un momento, en el lugar del usuario.

El impresionante decorado del interior de los vagones del RER a Versalles no debe tener un costo exorbitante. Se trata de un revestimiento hecho con fotografías que por un efecto de trompe l’oeil dan la sensación de “estar” en otro ambiente. Es una buena idea de bajo costo. Es el resultado de pensar desde la perspectiva del pasajero. En el subte de Buenos Aires, hemos rescatado los murales de muchas de nuestras estaciones. Bien por ello. Ahora, no pedimos frescos de Miguel Angel en los techos, pero sí poder subir a los trenes en hora pico y no desfallecer por el calor mientras viajamos hacinados.