El nombre de la Argentina, ¿vino de Francia?

#PorQuéParís

Sí, ya sé. Me van a decir que no, que fue el clérigo español –extremeño- Martín del Barco Centenera el primero en usarlo (en el año 1602) como título de un poema en el que describía la región del Plata. Es así. Pero, ¿de dónde lo sacó? ¿Sabían que una importantísima ciudad francesa se llamó Argentina (sic) durante la Antigüedad y temprana Edad Media? ¿Y que casi perdemos el nombre porque en 1853 Sarmiento pidió cambiarlo por considerarlo legado de la odiosa tiranía rosista? Avatares de un adjetivo culto que venció a la prosa constitucional y a los disensos civiles para transformarnos quizá en el único país de la tierra cuyo nombre viene de la poesía…

Entre 1602 y 1860 (año en el que un decreto de Derqui establece que el nombre legal del país es “República Argentina”) mucha agua corrió bajo el puente para que lo que inicialmente era un adjetivo poético, circunscrito al lenguaje culto y a la región del Río de la Plata y litoral del Paraná, se convirtiera en la denominación oficial del país y en nuestro gentilicio.

La historia que aquí resumiré viene de un librito fascinante llamado El nombre de la Argentina (Eudeba, 1964), del filólogo y ensayista Ángel Rosenblat (1902-1984), y que me recomendó el profesor José Carlos Chiaramonte. Si lo quieren leer, les sugiero buscar en las librerías de viejo.

Lo que casi todos sabemos es que el nombre de la Argentina nace de una latinización: argentino (del latin argentum, plata), que en sus inicios fue un adjetivo poético que equivalía al más vulgar y oral “platense” o “rioplatense”: Río Argentino, Provincia Argentina.

Este nombre llegará finalmente a identificarse con todo el país.

Martín del Barco Centenera, escribe Rosenblat, “miembro de la expedición de Ortiz de Zárate, clérigo trashumante, familiarizado con las peripecias y quebrantos de esa desdichada expedición y que ha recorrido durante casi un cuarto de siglo las tierras del Plata, el Paraguay y el Perú, nos va a relatar la etapa inicial de la conquista”.

Martín del Barco Centenera en el monumento a España, Costanera Sur, Buenos Aires

Este relato, escrito en forma de poema se publicó en 1602, en Lisboa, con el nombre de Argentina y Conquista del Río de la Plata, con otros acaecimientos de los Reinos del Perú, Tucumán y Estado del Brasil.

Dice Rosenblat:

“Argentina no es hasta (ese momento) más que el nombre de un poema. (…) Centenera, en lugar de rioplatense, usa, con intención poética, el adjetivo latinizante argentino:

Haré con vuestra ayuda este cuaderno/

del Argentino reino recontando/

diversas aventuras y extrañezas,/

prodigios, hambres, guerras y proezas”

El Argentino Reino es, para Centenera, la región del Río de la Plata (…) El poeta aplica también el adjetivo a los hombres. Por ejemplo, con motivo de la fundación de Santa Fe, escribe:

Los argentinos mozos han probado

Allí su fuerza brava y rigurosa (…)

Es por eso que algunos historiadores se toman la libertad de decir que los primeros argentinos fueron los santafecinos, pero en realidad se trata de todos los oriundos del Río de la Plata y del Paraná, ya que incluso a los uruguayos y a los paraguayos se les aplicó en algún momento.

Centenera mismo dice, a modo de aclaración, al margen del poema: “El Río Argentino o Rio de la Plata es llamado por los indios Paraná, que quiere decir mar, por su grandeza”

Rosenblat se propuso investigar  si el clérigo fue el inventor del uso de argentino como adjetivo. Su conclusión es que “Centenera no es el creador del término”, sino que lo trajo de su paso por el Perú y el Alto Perú, done la actual ciudad de Sucre, entonces de la Plata, y que también se llamará Charcas o Chuquisaca -lo que le valdrá el sobrenombre de la ciudad de los 4 nombres- aparece en los documentos en latín como Civitas Argentina y luego a su vez traducido al castellano como Ciudad de Argentina, por ejemplo en documentos de la Orden Franciscana de 1565.

“La Cancillería Real de Charcas se llama Cancellaria Argentina -ejemplifica Rosenbalt (…) Ese uso lo adopta en su tiempo Martín del Barco Centenera”. (…)

“¿Y de donde tomaron los letrados del Perú ese uso de argentinus, si la buena latinidad empleaba argenteus, argentatus, argentarius, argenteolus, argentosus, pero no argentinus?”, se pregunta el autor a continuación.

Rosenblat sostiene que el nombre de Argentina vino de Estrasburgo

Su tesis es que proviene del nombre latino de la ciudad de Estrasburgo, originalmente una aldea de pescadores celtas, cuyo nombre era Argentoratum, pero que ya desde el siglo VIII aparece en los documentos como Civitas Argentina o simplemente Argentina.

Argentina o Estrasburgo (su nombre germano) se convirtió en una de las grandes ciudades renacentistas, impresora de libros. Rosenblat concluye que “la innovación de Centenera no consiste, pues, más que en haber adoptado para el Río de la Plata el adjetivo argentino, que se aplica ya en latín a La Plata o Chuquisaca, y antes de eso a la ciudad de Estrasburgo. En su Argentina no se encuentra aún ni el gentilicio ni el nombre moderno del país. Pero el adjetivo que elige en su lengua poética tiene tanta virtualidad, que, sin que él pudiera ni por asomo sospecharlo, iba a dar nombre a la tierra y a sus habitantes.”

Argentina, el nombre latino de la actual ciudad de Estrasburgo (imagen tomada del libro de Rosenblat)

En los años de la conquista y colonización, lo que Centenera llama Argentina aparece en los documentos oficiales con el nombre de Provincia o Gobernación del Río de la Plata. Es por eso que, más adelante, sólo se llamará argentinos a los oriundos del río de la Plata. Poco a poco, a medida que avanza el proceso de unificación y organización nacional el nombre y el gentilicio se impondrán al conjunto.

“República Argentina no era todavía el nombre del país ni del régimen político”, dice Rosenblat. “Desde Martín del Barco Centenera, en 1602, hasta los poetas de la Revolución, argentino ha tenido una amplia trayectoria, se ha incorporado, en todos los usos, al habla de la gente culta primero y al habla general después, pero siempre con cierto matiz poético o retórico. Venía a llenar indudablemente una necesidad, pues rioplatense, que es su equivalente, parece más circunscrito, demasiado limitado o apegado a la ciudad de Buenos Aires y al río mismo, el cual alguna vez abarcaba también el Paraná y el Paraguay y llegaba a los confines del Perú, pero había quedado reducido finalmente a su desembocadura”.

Cuando se reúne el Congreso de 1816, el nombre adoptado es Provincias Unidas del Río de la Plata. Y, en la de 1819, Provincias Unidas de Sudamérica, mientras que en 1824, se habla de Provincias Unidas del Río de la Plata en Sudamérica. En 1826, la Constitución ya usa República Argentina, pero por su espíritu unitario fue inmediatamente rechazada por las provincias.

Esto quiere decir que por bastante tiempo convivieron los nombres oficiales con los poéticos, y el calificativo argentino perteneció por varias décadas a la segunda categoría.

El poeta Manuel José de Lavardén incluyó el adjetivo “argentina” en su obra. El periódico El Telégrafo Mercantil contribuyó a la expansión del adjetivo “argentino” para todo lo referido al Río de la Plata o a Buenos Aires. Vicente López y Planes escribirá Triunfo Argentino, y en el Himno Nacional aparece argentino como calificativo y gentilicio (valiente argentino, brazo argentino, pueblo argentino), pero no “Argentina” como nombre del país.

Vicente López y Planes

Los federales, que introducen el término de Federación o Confederación, empezarán a hablar de República Argentina, pero también usarán Estados Unidos del Río de la Plata, Estados Unidos de la República Argentina, Federación Argentina y Confederación Argentina.

En los años de 1830, Juan Manuel de Rosas se presenta ante el mundo como titular del “Gobierno de Buenos Aires, encargado de dirigir las relaciones exteriores de la República Argentina”.

 

“Argentina, uno de los más hermosos nombres del mundo…”

 

La estación Argentine en el subterráneo de París

Interior de la estación Argentine en el subterráneo de París

Es durante su gobierno que “poco a poco se abre paso el nombre de Confederación Argentina”, dice Rosenblat.

A tal punto quedará el nombre identificado con Rosas que años después Sarmiento pedirá dejarlo en el olvido y volver al de Provincias Unidas. Desde Chile, en 1853, escribe contra el nombre “que era para él un legado odioso y repugnante de la pasada tiranía, un nombre que había que borrar como una mancha”, escribe Rosenblat.

Después de Caseros, Urquiza es “Director de la Confederación Argentina” y en 1853 se sanciona la “Constitución de la Confederación Argentina”. Es la Constitución que Buenos Aires rechaza, quedando como estado separado hasta que en 1960 se reúne una nueva convención que va a analizar las reformas que pide la provincia rebelde.

La ciudad francesa de Estrasburgo. Place Kléber

Es entonces cuando Sarmiento, con su elocuencia habitual, vuelve a tronar contra el nombre “Argentina”: “El nombre ilustre de Provincias Unidas sería un bálsamo para las pasiones que dividen la República Argentina”. Pero su prédica será desoída y el nombre adoptado es Nación Argentina.

Más tarde, un decreto de Derqui, del 1º de octubre de 1860 establece la denominación definitiva: “República Argentina”

Concluye Rosenblat: “El país pudo llamarse Provincias Unidas del Río de la Plata o de Sudamérica, como otro gran país se llama Estados Unidos de América. Pero se llamó y se llama la Argentina. El nombre adoptado por los poetas ha triunfado sobre todos los nombres de la prosa oficial. Hecho alentador porque representa el triunfo de la poesía sobre la prosa. Paul Morand ha podido así decir: ‘Argentina, uno de los más hermosos nombres del mundo…’”.