Ciencia y fe en la Iglesia del Código Da Vinci

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Pese a su ubicación bastante central, a pocos metros del Boulevard Saint-Germain des Prés, en el corazón del muy chic distrito 6º, Saint Sulpice no está entre las más afamadas iglesias de la capital francesa. Sin embargo, encierra varios tesoros y curiosidades que vale la pena conocer.

En 2003, el libro de Dan Brown, Código Da Vinci, –que no leí por mi aversión a los best-sellers muy mediáticos-, le devolvió un poco de la fama que merece. En la novela, una de las claves de la resolución del misterio de un crimen se encuentra supuestamente sepultada allí.

Pero más contribuyó a realzar Saint-Sulpice su espectacular restauración, que duró varios años, de 2006 a 2011. La espera valió la pena.

Con sus 119 metros de largo, por 57 de ancho, Saint-Sulpice es una Iglesia imponente, la segunda en tamaño después de Notre-Dame.

Fue construida en el siglo XVII pero sus cimientos datan del XII, ya que está edificada en el terreno de otra, una pequeña iglesia casi rural, que resultaba ya insuficiente en un momento de gran desarrollo de París y en particular del barrio Saint-Germain des Prés. La construcción, de estilo francés clásico, empezó en 1646, a partir de los planos del arquitecto Gittard. Demoró 130 años en completarse, lo que explica cierta mezcla estética y la curiosa asimetría de sus torres, que no sólo no son iguales, sino que no miden lo mismo: 71 metros una, 68 la otra.

La fachada fue diseñada por Giovanni Servandoni, arquitecto, pintor y decorador de teatro.

Entre sus tesoros, hay frescos del pintor Delacroix, esculturas de Pigalle, boiseries y un órgano monumental.

Además, los astrónomos del Observatorio colocaron en el sector norte del crucero un gnomon, es decir, un indicador de las horas en el reloj solar. Tiene forma de obelisco y en él se incrusta un hilo de metal que se prolonga en las baldosas del piso hacia el sur. En los vitrales de una de las ventanas de Saint-Sulpice, hay un pequeño orificio por el cual se desliza la luz del sol que al mediodía solar cruza la línea señalada en el suelo. Esto les permitía hacer mediciones precisas, por ejemplo de la evolución del ángulo que el eje de la Tierra hace con su plano de rotación alrededor del sol y registrar sus ínfimos cambios.

“Es un ejemplo interesante y curioso de buen entendimiento entre la religión y la ciencia, entre la fe y la razón, una preocupación constante de esta Iglesia”, explica Michel Rougé, responsable de la recepción de los visitantes en Saint-Sulpice, en este video (en francés).

En efecto, esta iglesia fue construida en una etapa de renacimiento del catolicismo en Francia después de un largo período de guerras religiosas. El sacerdote Jean-Jacques Olier, impulsor de su construcción y fundador del seminario y la compañía de los Sulpicianos, era un hombre muy vinculado a San Vicente de Paul e integrante de la llamada Escuela Francesa de Espiritualidad, clave en la reforma del catolicismo francés en aquel siglo. Se centra especialmente en la persona de Jesús –es de notar que en Saint-Sulpice casi no hay imágenes de santos- y el misterio de la Encarnación.

Entrando a la derecha, está la Capilla de los Ángeles, cuyo techo y laterales fueron pintados por Eugène Delacroix, quien eligió motivos guerreros para sus ángeles, como San Miguel contra el Dragón. Estos cuadros, y muchos de otros artistas, convierten a Saint-Sulpice casi en un museo de pintura religiosa.

La escultura de la Virgen con el niño, de Jean-Baptiste Pigalle, muestra a María aplastando una serpiente con el pie.

Otro “tesoro” de Saint-Sulpice es su púlpito, hecho de roble y mármol, que se salvó de la destrucción y el saqueo durante la Revolución Francesa porque el templo fue convertido en salón de reuniones políticas y el sitio resultó apreciado para pronunciar arengas.

Durante la Revolución, la iglesia fue rebautizada como Templo de la Razón y luego de la Victoria. Bajo el Directorio, se convirtió en depósito y sala de banquetes.

En este templo, Víctor Hugo desposó a Adèle Foucher, y en su cripta se encuentran sepultadas algunas personalidades destacadas como Madame de La Fayette.

Frente a la Iglesia se despliega una plaza en cuyo centro hay una hermosa fuente custodiada por leones y adornada con las estatuas de los célebres predicadores de la época de Luis XIV: Bossuet, Fénelon, Fléchier y Massillon.

La iglesia, que está abierta todo el día, todos los días de la semana, tiene guías voluntarios para su visita.

Después, sugiero bordear Saint-Sulpice por su lado derecho hasta la calle Servandoni, la segunda perpendicular a la pared lateral de la Iglesia. Entrar a esta calle es como viajar al siglo XVII: angosta, sin veredas y empedrada, casi no tiene contaminación de elementos modernos.

La calle Servandoni y, al fondo, Saint-Sulpice

En una de sus fachadas, una placa recuerda la casa donde vivió Olympe de Gouges, la escritora que osó mofarse de la Declaración Universal de los Derechos del Hombre, escribiendo una de los derechos de las mujeres destinada sobre todo a poner en evidencia que la otra las excluía por completo. La broma no cayó bien y Gouges fue guillotinada. Pero sus escritos sobre mujeres y a favor de la abolición de la esclavitud tuvieron mucha difusión y por ellos Olympe pasó a la historia como una precursora del feminismo.

Servandoni desemboca en la calle Vaugirard justo frente al jardín de Luxemburgo, un sitio inmejorable para completar este paseo.

El otro extremo de la calle Servandoni
Al fondo, las rejas del jardín de Luxemburgo