Cuba 1980: una golpiza revolucionaria

#ADNGuevara

Lo más probable es que nadie tuviese prevista la avalancha de gente que se presentó aquellos días de 1980 en las oficinas correspondientes para abandonar la isla de Cuba, llegaban a El Mariel desde todas partes del país, en el edificio contiguo al mío en Alamar, habitaba una familia de vecinos a la que llamábamos los Micho, eran de la provincia de Las Villas, y habían esperado a que llegaran procedente de su tierra a toda la familia, para entrar a la embajada del Perú, en los días en que se abrió esa opción, pero dadas las demoras de los servicios de transportes interprovinciales, los familiares se presentaron demasiado tarde, cuando ya se había prohibido la entrada al recinto.

Los Micho aún estaban en el departamento de Alamar, amuchados, resolviendo como podían para comer, ya que no tenían su libreta de abastecimiento en La Habana, cuando se abrió el grifo de la emigración sexualmente subversiva en el Mariel.

De las razones eficaces para ser expatriado a los Estados Unidos, las únicas sobre las cuales las sospechas de fraude no podían ser resueltas de ninguna manera eran la prostitución y la homosexualidad; si alguien declaraba ser delincuente, debía poseer un prontuario, si decía ser vago habitual, debía estar registrado por la ley del vago, era fácilmente comprobable saber hasta cuando había trabajado. Declararse puta o pájaro era la mejor forma de acceso a una vida plena de futuro e ilusiones nuevas.

Recuerdo  aquellos guajiros encantadores, hombres y mujeres rudos de campo, llenos de niños, declarando en la comisaría, ellas que se ganaban la vida como meretrices entre los surcos de malangas con sus facciones endurecidas por el Sol, pero suavizadas por la ingenuidad campesina,  y ellos, con aquellas manos como guantes de cátcher,  y las cicatrices en sus brazos, asegurando que en la noche se calzaban medias pantys y ligueros y se transformaban en delicadas ninfas.

La Habana de los Micho de mi barrio, de la pedrada indiscriminada, del almizcle en la marcha del pueblo descorazonado y del estudio en la casa de Miramar de mi abuelo, estiraba la lengua para alcanzar con el último suspiro, las gotas de ron de una vieja botella, de un naufragio de aire familiar.

Marcha de repudio contra la población emigrante. Un cartel destinado al ex presidente actual amigo de la Revolución, dejando constancia de la hostilidad oficial de entonces reza: Carter, acuérdate de Girón

Una tarde que estábamos tocando una rumba en el muro del colegio, al frente del edificio, se acercó una comitiva formada por vecinos de los edificios de al lado, acudían al nuestro a informarle al presidente del CDR que los del cuarto piso, una familia de cuatro personas, tenían pedida la salida para Estados Unidos y que de un momento a otro llegarían, así tenían tiempo de prepararles el recibimiento.

A las dos horas llegó un patrullero conduciendo a los cuatro vecinos de la cuarta planta, él era marinero, la esposa ama de casa, el niño y la niña eran pioneros, como todos los críos. Ni bien cerró la puerta el coche de la policía y empezaron a caminar por el pasillo hasta su escalera, salió un grupo de vecinos militantes que los estaban esperando detrás de una escalera, y comenzaron a gritarles  a voz en cuello, todo tipo de insultos, fundamentalmente, escoria, homosexuales, prostitutas, y gusanos, se gritaba más que nunca :

¡ Pim Pom Fuera, Abajo la gusanera! alternándolo con : ¡Fidel, seguro, al gusano dale duro!

Me bajé del muro , me acerqué y pude ver la cara de miedo en los rostros de nuestros vecinos, de los niños que hasta el día anterior jugaban allí mismo protegidos por ese mismo CDR, los gritos iban en aumento  en la medida que se acercaban a la escalera, cuando ya estaban cerca, la muchedumbre comenzó a asestarle golpes, con las manos abiertas a modo de bofetadas, o cerradas en puño sobre la cara , la nuca , la espalda, y entonces el bravo revolucionario policía que vivía en nuestro edificio, le dio en la cabeza con una porra de goma al hombre, la mujer rompió a llorar y dar alaridos, los niños nos miraban, con cara aterrorizada,  le agarré la mano a la niña y no dejé de mirarla a los ojos diciéndole que no pasaba nada, que se calmase, y en eso Jesús, uno de los muchachos mayores, que medía más de seis pies, y había estado en todo tipo de reformatorios, se bajó del murito y se acercó a la multitud acalorada y violenta, y les dijo con voz tranquila y profunda, pero determinada: ¡Caballero dejen el abuso,  esa gente  tienen niños!. Y de un hábil salto se interpuso entre el teniente de policía, y el matrimonio, momento que los cuatro aprovecharon para subir raudos las escaleras, mientras continuaba la algarabía desde abajo.  Sólo entonces solté la mano de la niña que aún estaba ataviada con el uniforme de pionera, con el que todas las mañanas de su vida debía jurar a modo de lema: “Pioneros por el comunismo…¡ Seremos como el Che!”

Momento de la reunión matutina en que se jura el lema: Pioneros por el comunismo , ¡ Seremos como el Che!

La de Jesús fue la única voz discordante que escuché en todos aquellos días de barbarie en La Habana,  muchos decían que era un delincuente desalmado, pero la verdad, que aunque no era un muchacho modélico, nunca cometió un abuso y lo recuerdo con respeto porque sabía lo que su acción solidaria implicaba en esos días. Era el más alto y el más azabache de todos los de su familia,  y también al que nunca vi bailar, decía que él solo bailaba en los plantes de ñañigos, los integrantes de la sociedad secreta Abakuá.

Durante cuatro días, permanecieron con las ventanas y las puertas del balcón cerradas, ya que los vecinos les arrojaban huevos desde abajo en señal de repudio. El día que por fin se presentó la patrulla que los iba a recoger para depositarlos en la borda del yate, que los llevaría a la otra orilla, al norte imperialista, el agente, yendo unos pasos por delante de ellos,  permitió que la misma muchedumbre vecinal se cebara dándoles los últimos golpes y empapándolos con los últimos salivazos, a modo de despedida de un vecindario, con los que había existido convivencia y camaradería, rotos únicamente por la decisión extremista y subversiva, de procurarse el sustento  en otro país.

Fueron semanas en que una locura colectiva llevó al pueblo a propinar constantes golpizas, humillaciones, vejaciones a una parte de la población que solo habían decidido tomar la medida más inofensiva posible frente a una realidad que no les convencía, hacer las maletas y emigrar, en lugar de quedarse a militar en contra de la Revolución, ni siquiera se les tenía en cuenta esa extraña y a todas luces bienvenida veta pacifista para resolver sus más vitales diferencias y para conseguir algún tipo de realización en sus vidas que no pasase exclusivamente por los lineamientos de la dirigencia en un sistema que era lo más lejano imaginable al principio comunista: “A cada cual según su necesidad”, ni siquiera al sucedáneo socialista : “de cada cual según su capacidad y  a cada cual según su trabajo”. No había manera democrática de alcanzar ningún nivel de poder. En Cuba o en la URSS el dinero pasó a un segundo plano, ya que se logró que el poder pasase por otro lado mucho más sofisticado. El dinero era un estado previo y trasnochado frente a ese tipo de posesión  absoluta de la verdad. Y la gente ambicionaba su pequeña parcela de manifestación de la líbido en la cosecha propia.

Golpizas populares a los emigrantes

La cantidad de dramas y tragedias de este y otro tipo, que se dieron cita en los días del Mariel, solo se pueden contabilizar con la imaginación o la especulación, ya que en Cuba además de no existir estadísticas públicas, tampoco existía prensa policiaca, ni siquiera del tipo oficial.  Lo que no puede negar todo el que vivió esos años, es que todo el tiempo , en todos los barrios, esas golpizas, humillaciones y abusos, eran tan generalizados que parecían una catarsis colectiva, como si castigasen el atrevimiento de revelar el incosciente colectivo,  aquello que  deseaban casi todos más que un dulce y una caricia: pirarse al norte.