Gracias a la avería

#ADNGuevara

Días atrás un desaprensivo hundió la parte trasera de mi “Buga” tras colisionar en la autopista de Barcelona a Madrid. Ese pequeño daño provocó que el maletero no pudiese cerrarse, y en consecuencia tampoco las cuatro puertas, a merced del sistema centralizado moderno, que o cierra todo o no puede cerrar nada.
Dejé el automóvil dos días en el garaje del hotel, y me moví en taxis y metros subterráneos, que en Madrid es un medio mucho más cómodo que el vehículo particular. Luego regresé a León, con el bólido dando bocados a lo loco en la carretera cada vez que se encontraba un bache.
Tuve una experiencia casi religiosa. La gente, en un número que no me atrevo a aventurar, ya que correría el riesgo de parecer exagerado, me fue escoltando por la ciudad, hasta que tomé la carretera, con bocinazos, señas de luces, aspavientos con los brazos para indicarme que llevaba una bragueta trasera abierta, y tenía el blues de los dientes metálicos.

No le avisaron

Me pareció que al fin y al cabo la gente no es tan insolidaria como aparenta, no están tan ensimismados en sus asuntos como parece, algunos incluso disminuyeron la velocidad.
¿O sería más bien debido a ese placer íntimo y oculto que provoca el hecho de ser el primero en dar una noticia?.
Poco importa.
Pensé que a falta de otra épicas, si todos hiciésemos lo mismo con la enorme cantidad de almas maleteros rotos, de corazones cofres partidos, de suertes defectuosas y vidas sangrantes, y nos pudiésemos detener aunque solo fuese a alertarlos de su situación, a lo mejor conseguiríamos darnos entre todos ese abrigo intimo, ese sentimiento mullido de creernos bien acompañados.
De engañar por unos instantes al aspecto más gélido y umbrío de la soledad.