Por: Martín Guevara
La época nos aleccionó a muchos seres humanos, de un lado de las ideologías y del otro. Hasta hoy la gente sigue arrojándose a la cara que el del bando contrario fue más violento que el del propio. Cuando en realidad lo que había en práctica como modo de expresión, era la violencia.
Por supuesto que era cierto que EEUU terminó el siglo XIX con la invasión a Cuba y empezó el XX invadiendo el resto de América Latina, respondiendo a sus intereses imperialistas. Hasta ahí totalmente de acuerdo con todos los anti imperialistas del mundo ya que soy de pleno uno más. Pero desde el mismo momento en que justificamos las tempranas matanzas bolcheviques de los marinos en la primera revuelta aún vivo Lenin, los millones de muertos por hambre y por violencia y hacinamiento por Stalin, la invasión a Checoslovaquia, a Hungría, la revuelta de Gdansk, los bombardeos a Afganistán, por parte de la URSS; o la injerencia en los temas del continente africano por parte del ejército cubano ya no estamos siendo excesivamente serios con el anti imperialismo.
Me reconozco pacifista hasta las últimas consecuencias, considero que matar a prójimo es inmoral, es cruel, anacrónico y hasta contraproducente como lección en todos los casos. Las guerras masivas son las más criminales, los torturadores y represores, les siguen, y luego vienen los asesinos y violentos autónomos en general, NADIE TIENE DERECHO A MATAR.
Ningún país, ningún ejército, ninguna ideología, ninguna persona. Me da igual si lo hace disfrazado de militar o de asesino en serie. Siempre se puede decir : – NO, esa no es la solución.
Comerse al caníbal no acaba con el canibalismo.
Antes que a los rebeldes de la Sierra Maestra critico a todos los que empuñaron armas para eliminar seres humanos, para torturar, para reprimir, para invadir. Pero seguidamente si estos aplicaron el mismo mal, la misma solución, que es la erradicación física del oponente, también es menester denunciar esto. Por el simple hecho de que esa solución no lleva a nada más que a futuro odio, a miedo permanente.
A lo largo de la vida todos pasamos necesidades, hambre, adicciones, carencias, y en mi caso siempre busqué dentro de mi y fuera de mi silueta en la buena gente que fui encontrando por el camino, como duendes, personas completamente desconocidas que me rodearon y me enseñaron principios, afecto y el valor de la lealtad. Todo eso estuvo siempre alejado del “Poder”, por suerte me habían dado la espalda a la vez que se la di yo mismo.
No nos queremos mutuamente.
Cuando empecé a andar el camino cuesta arriba, el de la recomposición, fue una peregrinación en el desierto en cierta forma, pero en otra fue un paseo por un oasis de amor, del bien. Y sólo hace unos tres años, a raíz de conocer a Adrianne, una persona increíble que debió abandonar Cuba muy pequeña por problemas familiares, sentí la misma historia pero en la otra cara de la moneda.
Nos hicimos muy amigos y queríamos lo mismo, el bien para el mundo, para todas las personas, y en particular para la maltratada gente de Cuba. Ella tenía todos los motivos del mundo para odiar a quienes la expulsaron, y yo para odiar a los fascistas argentinos y latinoamericanos y desear que los maten. Pero ambos atravesamos la vida precisamente para saber que esa sería la eternización del problema.
Estoy convencido de que el ciclo de violencia y venganza que viene viviendo la humanidad desde que se conformó en tal por el dominio del hombre sobre las demás especies, es artificial y ciertamente muy interesado.
Su cierre, su fin, el comienzo de una era de progreso sin el concurso del derramamiento de sangre, sólo depende de cada uno de nosotros y de como gestionemos ese inmenso valor que se precisa para romper un ciclo, sobre todo uno de estas características.
El hombre como animal es un potencial violador, en condiciones naturales saltaría sobre el primer trasero que le pareciese atractivo y sólo lo podría detener la propietaria de dichas asentaderas o sus otros pretendientes. Pero hemos convenido neutralizar ese impulso con mayor o menor éxito para poder vivir en sociedad y ser animales de mayor refinamiento.
Si hemos controlado la pulsión, la libido llevada a la lascivia en libre albedrío aunque no con todo el éxito que nos placería admitir a la postre, quizás podría intentarse con otras manifestaciones impetuosas del mandato animal, tal vez menos soeces reconozco, aunque mucho más nocivas ciertamente como es la supresión física del adversario.
Y entonces recuperé a mi tío, paradójicamente , yo que me había apartado de todo lo que tuviese que ver con prebendas a causa de ese parentesco, y que había ciertamente criticado mucho el uso de su figura, de sus escritos, de su obra.
Y ya que en un momento su impronta recorrió mi humanidad de niño y adolescente para no dejarme crecer tranquilo, lo recuperé para contar precisamente eso.
Ahora bien, estoy de acuerdo con todos en que lo más importante que hay para decir es lo más propio de cada uno.
Lo que ocurre es que casualmente, la parte que si valoro mucho de mi tío, el personaje romántico aventurero solitario, esa faceta de su juventud cuando era capaz de irse por los caminos con su hermano Roberto contando sólo con catorce y doce años.
Y luego mientras hacía medicina y no había militado en ningún partido político en una Argentina convulsa, más interesado en la literatura, en la poesía, en la política como un filosofo, en el deporte, se va por los caminos con su moto miles de kilómetros como un rocker de Easy Rider o como James Dean previo a la “era Rock”. Desarrollando una sensibilidad muy solidaria con el prójimo en aquellos años. Escribiendo, descubriendo el exterior a la vez que el interior.
Yo con eso sentí y siento un hermanamiento muy íntimo, por personalidad, por gustos, por sensibilidad inherente a mi vida, no por adiestramiento ideológico.
Y sólo con eso me quedo.
En cambio rechazo de plano todo lo que tenga relación con aquel temprano y aleccionador lema de “Pioneros por el comunismo seremos como el Che”.
Coloquemos el típico cartel de “Prohibido pisar el césped” y observemos la reacción de las sempiternas almas inquietas.