Por: Martín Guevara
Los últimos días al abrir los periódicos pareciera ser que están encabezados por las páginas de anuncios fúnebres, una escritora cubana comentaba hoy en las redes sociales: “Acaba de morir la gran autora catalana, mi primera editora y eterna amiga Ana María Moix”.. refiriéndose a alguien de una profundidad y una implicación en la cultura europea de nuestra era como pocos. Así como su hermano Terenci Moix fueron rompedores, más aportadores por la importancia que por la belleza de su obra, ya que significaron en Cataluña y por ende en el resto de España luego, una ola de espuma fresca, la misma sempiterna voz de la poesía pero bañada con un perfume renovado, vestida para cruzar la línea y no regresar nunca más de la transgresión.
Respecto de la Gauche Divine hoy vivimos una regresión importante, aunque en líneas generales yo creo que ningún tiempo pasado fue mejor, hay particularidades en las cuales con respecto a la intelectualidad y al valor de la expresión, de la libertad con relación al mercado y a las convenciones, me atrevo a suponer que existe la involución social, que nos estamos quedando un poco huérfanos de algo más importante que simplemente creadores, artistas, talentos o genios, creo que también se están yendo las últimas trazas, las últimas briznas de esa hoy caduca cultura de la ética, del pudor, de la grandeza, de la épica.
Ruchi Feliú está que no puede levantarse del golpe de supuso lo de su hermano, como ella misma dice: ” se me fue media vida”; su hermano Santiago pertenecía a una Pléyades de artistas de un momento cubano que ya está grabada en los fundamentos, en la esencia y en la cosmología de donde maman los cada vez más numerosos artistas libres de hoy, desatados de las patas de la cama, de los lineamientos oficiales y de los artificios comerciales, algo como una trasnochada versión de una generación rock pero con especiales características, ya que la referencia del sistema con respecto de la cual concibieron su actitud rebelde o contestataria no fue el consumo capitalista, sino la hipocresía, el tedio, la abulia, la doble moral, la obsecuencia, la mentira, la alienación y el alineamiento a las pautas estrictas y obligadas de los organismos culturales estatales, dentro de una sociedad pretendidamente comunitaria, que no proporcionaba un pistón salida para las conciencias por ningún lado. Un grupo más que una generación de artistas, que desistió del uso de las consignas revolucionarias aún cuando simpatizaran algunos de ellos más que otros con el grueso del proceso en la isla, críticos sin caer en el olvido de estética en el arte, la poesía, resaltando la libertad del “juglar” y el “bardo”, en oposición al servilismo del “bufón de palacio” que es lo que henchía las salas de grabaciones rígidamente controladas por los gendarmes censores, muchos de los que hoy sin pudor alguno piden asilo en Miami.
Eran otros tiempos en que la cantidad de símiles, metáforas, analogías que había que utilizar para poder articular una idea tibiamente contestaría dentro de un sistema tan controlado, era tal que requería no poca dosis de valor y de una buena cuota de imaginación en el lenguaje general, el de las palabras, las ideas, los hechos y también la indumentaria y la actitud. No era fácil pero ellos lo hicieron, y Santi terminó siendo el Brian Jones, el Jimi Hendrix, la Janis Joplin, el Basquiat o el Pappo de muchos de nosotros aún enganchados eternamente a la juventud de aquellos días.
Es cierto que debajo del barniz de los mitos se puede encontrar cualquier tipo de material, pero también entre ellos siempre hay una arcilla única dentro de un molde irreproducible.
Hoy se despiden miles de personas en Algeciras, ayer en Madrid y antes de ayer en México de un hombre que al tañer la guitarra nos depositaba en el Nirvana, que derramaba el ángel del flamenco y la genialidad de los enormes tótems reflejado una simple frase imposible en semejante ejemplar: “Yo soy un hombre con dotes como instrumentista y grandes limitaciones como músico” así era Paco de Lucía.
Nadie en España es indiferente hoy a su muerte, es mucho más triste que la desaparición del guitarrista inigualable y del ser humano entrañable, es la percepción de que se nos va una época, que no hay reemplazo para el tipo de compromiso con el arte, con la sustancia, con la universalidad y el humanismo, con la que esos talentos se tomaban el deber de estar a la altura de sus dotes, de trabajar sin descanso en extraer de sus vidas lo mejor para lo que fueron habilitados. Se nos va como en la Moix, la sensación de algo más grande que el propio individuo ejecutando o escribiendo como alimento para su vanidad o para calma de su angustia, se va el tipo de capitán de barco que antes de saltar a una chalupa se aseguraba de que estuviese a salvo hasta el último grumete.
Y estos días fuera de su tierra también partió el comandante cubano Huber Matos, quien tras cumplir veinte años de presidio debió tomar el camino del destierro por no renegar de ser un eterno rebelde, primero contra la tiranía de Batista y luego contra lo que él consideraba que era una estafa en el cambio de rumbo de unos pocos comandantes de la Revolución cubana, excepto únicamente por parte del Che que siempre dejó claro dentro de la tropa, que él era el comunista marxista leninista convencido. Huber, maestro de vocación y profesión, no sucumbió nunca a tentación del odio, de la venganza, era un hombre que había sumado sabiduría a su calvario y a su orgullosa vida situado en un panteón más allá del alcance de las ideologías, de las procaces inmediateces.
Así como el honrado científico, valiente y enérgico luchador por los derechos humanos argentino, Federico “Pipo” Westerkamp, quien también en esta semana pasó al siguiente modo de existencia, el cual no por contar con 96 años, uno más que Huber Matos de 95, deja de constituir una sensible pérdida en el tímido intento de refaccionar y redecorar esta nuestra maltrecha casa. Con un hijo desaparecido él y su esposa manifestaron su indignación, su no descanso en la búsqueda de una respuesta en la misma cara de la dictadura militar, padeciendo persecuciones y detenciones que lejos de amellarlo lo hizo crecer en sus profundas convicciones progresistas y democráticas.
En cierto modo hilar una reflexión ante estos diferentes talentos que se están yendo me perturba, ya que en general albergan esa condición de obreros de sus capacidades, más que de hedonistas y gozadores de los beneficios que estas puedan otorgar, representa para mi una pugna toda vez que pertenezco a la corriente que reniega de todo lo mancomunado, de todo aquello que para ser considerado debe estar acuñado por el dolor, el sacrificio, la flagelación o la inmolación, pienso y difundo que el modelo a seguir para vivir en un mundo donde tenga lugar la posibilidad de la paz sostenida, es la vida placentera, hedonista, relajada, confortable, feliz, sin embargo se me hace difícil admirar más a alguien que ha pasado toda la vida disfrutando que a esos que nacieron para darlo todo de sí, más que por bondad o solidaridad, por la responsabilidad de saberse portadores de un don único que haría punible el hecho de llevárselo aún con pulpa a la tumba.
Contradicción, la característica humana que permitió el desarrollo del yo y el progreso de la sociedad, no confundir con la incoherencia, guardan tanto parentesco como el perro con la hiena; la incoherencia es la hipocresía, corrompe lo más genuino del individuo, impide el desarrollo de la humanidad, todo lo minimiza, lo enturbia, la contradicción es a la incoherencia lo que el miedo a la cobardía.
El miedo puede contribuir a superarse, la cobardía siempre aplasta, anula.
En cualquier caso estas pérdidas me sugieren que conviene hacer algo con la vida antes que gastar el tiempo en lamentos, pero también me dice que puede que estemos quedando tan huérfanos de portadores de esos envejecidos e inútiles “valores”, que en cualquier momento se presentará sensiblemente más interesantes las fiestas en el cielo o en el infierno donde estos talentos continúen sus trazos y tallas, sus pasos y utopías, que en las cáscaras que nos van quedando por aquí.