El Mundial como metáfora de lo que somos

#Argentinismos

La selección argentina dejó todo, y más también. Sin embargo, no le acanzó para traerse la copa de Brasil. El equipo fue de menor a mayor, encontrándose a si mismo en los momentos más complicados y ante a la adversidad. Lo que generó, en casi todos nosotros, la certeza de que “esta vez, se nos iba a dar”. Por lo que encontrarse con la derrota a 7 minutos del final, en una final que pensamos escrita por el propio papa Francisco, fue una herida que aún no termina de cicatrizar en el sentimiento del pueblo argentino. 

Ahora bien, pensándolo un poco mejor, ¿por qué debería sorprendernos la idea de no ganar, aún teniendo todas las posibilidades para hacerlo, cuando somos un país experto en pifiar goles hechos?

La desesperación por tener un resultado para chapear es nuestro peor enemigo. No toleramos pensar a largo plazo, porque el miedo a que otro recoja los frutos de nuestra siembra, siempre pesa más que la idea de consolidarnos para poder seguir proyectándonos. De ahí, por ejemplo, la idea de que “a pesar del buen papel” el ciclo Sabella debe tener un punto final. O que lo hecho por uno mismo nunca va a poder ser igualado ni comparado con lo que haga el vecino de al lado. Porque, lógicamente, nosotros -como unidad independiente- somos mejores que cualquier otro. Y si no es así, “que me vengan a buscar”.

Antes del Mundial, muchos decían -a modo de garantía- “tenemos el plantel más caro del mundo”; a lo que añadían, “y encima, el mejor del mundo es nuestro”. Aunque cuando el bodrio del partido con Bosnia empezaba a promediar, esos mismos, dijeron: “¿Y qué querés? si con estos muertos, pasar a octavos sería un milagro”.  Igual, el segundo puesto lo festejaron. “Porque, viste, algo hay que festejar. Y además, ¿hace cuánto que no llegábamos a una final?”.

Objetivamente, nuestro plantel fue uno de los más caros del mundo. Y Messi, a pesar de seguir en el veraz de la celeste y blanca, es el mejor jugador del mundo. Pero de todos modos, contar con ello, no es sinónimo de nada. Simplemente son datos de la realidad. Materia prima. Por eso, la diferencia, tanto en el fútbol como en el mundo, la siguen haciendo quienes en base a sus potencialidades trabajan para aceitar los engranajes de una estructura sustentable a lo largo del tiempo.0011293685

Nuestro país, como nosotros, tiene miles de potencialidades que podrían transformarnos en un ejemplo a seguir. Ocurre que, mientras seguimos ufanándonos de haber inventado el dulce de leche, la soda, la birome; tener las minas más lindas del mundo, a Lío; haberle hecho un gol con la mano a Inglaterra, y discutimos aún si Perón o Yrigoyen, si yanquis o marxistas, si Boca o River o el Indio o Cerati, el mundo -con sus pro y contras, que son varias- diseña el planeta de lo que vendrá. Quizá la clave de nuestras frustraciones ande dando vueltas por ahí.

Por lo que, seguramente, el día en que dejemos de depositar nuestras expectativas sobre el lomo de quien creemos “nuestro salvador”, y entendamos que -verdaderamente- el mejor candidato a lo que uno se proponga (siempre) es “el proyecto”, seremos campeones. Hasta entonces, habrá que seguir llorando los goles que no fueron y pensando que todo tiempo por pasado fue mejor.

Eso sí, en nostalgia y avivada, no nos gana nadie. ¿O no? 

Vale aclarar que esta columna no habría sido posible sin la colaboración de Nicola Rizzoli, árbitro de la final entre Argentina y Alemania. Ya que de haber cobrado la falta de Neuer sobre Higuaín, probablemente, hoy seríamos campeones del mundo y todavía estaríamos de festejo. Por lo que las desventuras (televisadas) de Rocío Oliva y Diego Maradona poco nos importarían. Pero bueno, con el resultado puesto, todos jugamos de diez. Así somos, incorregibles. ¿Y qué?

Escucha recomendada: “La argentinidad al palo”, de Bersuit Vergarabat