Por: Sergio Bergman
La palabra “cábala” proviene del hebreo “lekabel”, recibir. En ese idioma, la raíz de las palabras, llamada shóresh, se concentra casi siempre en las tres consonantes centrales (en algunas ocasiones, excepcionales,en cuatro).
En este caso, se trata de las letras “kuf”, que actúa como nuestra “c” o “k” (por eso, muchas veces se escribe “kabala” o, en su versión en inglés, “kabbalah”), “bet”, equivalente a la “b” del español y “lamed”, la “l”. De ahí, la traducción más directa que podría pensarse para “cábala”, tanto si analizamos el hebreo antiguo, que estaba reservado para una eli16 te estudiosa, como el hebreo moderno, generalizado a partir de la creación del Estado de Israel, cábala significa “recibo” o “recepción”.
Este término es una verdadera síntesis del significado, porque abarca los aspectos místicos, esotéricos y trascendentes del concepto. Pero también los encarna con el uso más prosaico, práctico y concreto que tiene esa palabra en la vida cotidiana (¿Quién no dijo alguna vez en un negocio: “Dame el recibo”?).
Es que cuando se produce una cábala (que, en lenguaje original, se acentúa en la última sílaba: cabalá), queda un recibo. Pero del mismo modo que, en términos contables, un recibo es la constancia de lo recibido, la demostración de la existencia de una transacción, un registro del acto… ¡Pero nunca el contenido de la recepción! A través de la cábala se trata, precisamente, de rastrear, de sondear ese contenido faltante. Tenemos la evidencia de que la interacción ocurrió, es cierto, pero no nos alcanza. Necesitamos saber qué sucedió durante ese contacto entre un emisor y un receptor, donde uno jugó este último papel.
Es, llevándolo a un plano frívolo, como salir de un shopping con un recibo que asegura que se acaba de adquirir una cartera, pero sin la bolsa con el accesorio.
Lo importante, para el comprador, es el producto, el contenido.
¿Quiénes participaron de esa interacción?, ¿quién es el emisor y quién el receptor? En la tradición mística, el emisor siempre juega un rol de divinidad: D-s*, lo trascendente, el cosmos, la energía, el misterio, lo inefable… El receptor, en cambio, es un ser tangible, un individuo sostenido en una red social de identidad y pertenencia, sin etiquetas previas, que forma parte de una comunidad para su propia contención, pero de forma tal que ésta no le quite autonomía ni soberanía. La filosofía y la teología concentran todo su esfuerzo en el emisor: tratan de comprender y de explicar la divinidad. La cábala, en cambio, se para en el lugar del receptor.
No vamos a discutir aquí la naturaleza del emisor.
Rodeémoslo de un gigantesco signo de interrogación para darle entidad, pero no nos esforcemos en descifrarlo.
Sí en reconocerlo. Asumimos que existe una dimensión que emite; así como nadie tiene dudas de que el sol es una fuente de energía, aunque la mayoría no pueda explicar con precisión cómo funciona. En este caso, la percepción no se cristaliza a través del espectro de lo visible (no “veo” el emisor como sí “veo” el sol), lo hace a través de un sentido adicional, que no es la vista, ni el tacto, ni el gusto, ni el olfato, ni el oído. Vamos a llamarlo “sentido místico”. Funciona como una lente de lo humano. Tal vez no haya una evidencia concreta ni tenga una verificación científica. Requiere de una posición del individuo en el mundo: “Me paro aquí asumiendo que existe una dimensión trascendente”.
La cábala parte, entonces, de la existencia de ese emisor. Pero se enfoca, como dijimos, en el receptor.
Surge la primera pregunta para aquellos que están interesados en adentrarse en el mundo cabalístico. ¿Cualquier individuo puede ser receptor o se requieren de capacidades especiales? Esta consulta, traducida, da como resultado: ¿Cualquier persona puede obtener beneficios de la cábala? La respuesta es sí.
Es importante comprender que un receptor puede tener o no conciencia de que lo es. Aun en el segundo caso, continúa siendo receptor, porque la interacción sigue existiendo. Volviendo al ejemplo, el sol emite su energía y las plantas se benefician de esa emisión, sin necesidad de ser conscientes de ello.
¿Cómo recibimos? ¿Cómo son los mecanismos de recepción y cuál es el contenido de lo recibido? La lógica material de las transacciones en el mundo de la cultura empiezan con el principio: “Recibir para dar”.
La mística en la cábala plantea lo contrario: “Dar para recibir”. En el origen, en la creación de todo, aparece un dador, que es D-s. D-s da y nosotros recibimos.
Nuestro objetivo no será ponernos en su lugar de omnipotencia, sino repetir el proceso creativo de dar. En materia de cábala, bien ejercitados, todos somos dadores y receptores universales.
* De acuerdo con la religión judía, los observantes no escriben el nombre de D-s con todas las letras ya que la escritura es una forma de representación. Escribir la palabra “dios” equivale a escribir lo no-escribible, nombrar lo innombrable limitar lo ilimitado, materializar lo que es eterno.
Esta restricción debe asumirse como un valor positivo de respeto y reverencia hacia el Creador.Qué es la Cábala
La palabra “cábala” proviene del hebreo “lekabel”, recibir. En ese idioma, la raíz de las palabras, llamada shóresh, se concentra casi siempre en las tres consonantes centrales (en algunas ocasiones, excepcionales,en cuatro).
En este caso, se trata de las letras “kuf”, que actúa como nuestra “c” o “k” (por eso, muchas veces se escribe “kabala” o, en su versión en inglés, “kabbalah”), “bet”, equivalente a la “b” del español y “lamed”, la “l”. De ahí, la traducción más directa que podría pensarse para “cábala”, tanto si analizamos el hebreo antiguo, que estaba reservado para una eli16 te estudiosa, como el hebreo moderno, generalizado a partir de la creación del Estado de Israel, cábala significa “recibo” o “recepción”.
Este término es una verdadera síntesis del significado, porque abarca los aspectos místicos, esotéricos y trascendentes del concepto. Pero también los encarna con el uso más prosaico, práctico y concreto que tiene esa palabra en la vida cotidiana (¿Quién no dijo alguna vez en un negocio: “Dame el recibo”?).
Es que cuando se produce una cábala (que, en lenguaje original, se acentúa en la última sílaba: cabalá), queda un recibo. Pero del mismo modo que, en términos contables, un recibo es la constancia de lo recibido, la demostración de la existencia de una transacción, un registro del acto… ¡Pero nunca el contenido de la recepción! A través de la cábala se trata, precisamente, de rastrear, de sondear ese contenido faltante. Tenemos la evidencia de que la interacción ocurrió, es cierto, pero no nos alcanza. Necesitamos saber qué sucedió durante ese contacto entre un emisor y un receptor, donde uno jugó este último papel.
Es, llevándolo a un plano frívolo, como salir de un shopping con un recibo que asegura que se acaba de adquirir una cartera, pero sin la bolsa con el accesorio.
Lo importante, para el comprador, es el producto, el contenido.
¿Quiénes participaron de esa interacción?, ¿quién es el emisor y quién el receptor? En la tradición mística, el emisor siempre juega un rol de divinidad: D-s*, lo trascendente, el cosmos, la energía, el misterio, lo inefable… El receptor, en cambio, es un ser tangible, un individuo sostenido en una red social de identidad y pertenencia, sin etiquetas previas, que forma parte de una comunidad para su propia contención, pero de forma tal que ésta no le quite autonomía ni soberanía. La filosofía y la teología concentran todo su esfuerzo en el emisor: tratan de comprender y de explicar la divinidad. La cábala, en cambio, se para en el lugar del receptor.
No vamos a discutir aquí la naturaleza del emisor.
Rodeémoslo de un gigantesco signo de interrogación para darle entidad, pero no nos esforcemos en descifrarlo.
Sí en reconocerlo. Asumimos que existe una dimensión que emite; así como nadie tiene dudas de que el sol es una fuente de energía, aunque la mayoría no pueda explicar con precisión cómo funciona. En este caso, la percepción no se cristaliza a través del espectro de lo visible (no “veo” el emisor como sí “veo” el sol), lo hace a través de un sentido adicional, que no es la vista, ni el tacto, ni el gusto, ni el olfato, ni el oído. Vamos a llamarlo “sentido místico”. Funciona como una lente de lo humano. Tal vez no haya una evidencia concreta ni tenga una verificación científica. Requiere de una posición del individuo en el mundo: “Me paro aquí asumiendo que existe una dimensión trascendente”.
La cábala parte, entonces, de la existencia de ese emisor. Pero se enfoca, como dijimos, en el receptor.
Surge la primera pregunta para aquellos que están interesados en adentrarse en el mundo cabalístico. ¿Cualquier individuo puede ser receptor o se requieren de capacidades especiales? Esta consulta, traducida, da como resultado: ¿Cualquier persona puede obtener beneficios de la cábala? La respuesta es sí.
Es importante comprender que un receptor puede tener o no conciencia de que lo es. Aun en el segundo caso, continúa siendo receptor, porque la interacción sigue existiendo. Volviendo al ejemplo, el sol emite su energía y las plantas se benefician de esa emisión, sin necesidad de ser conscientes de ello.
¿Cómo recibimos? ¿Cómo son los mecanismos de recepción y cuál es el contenido de lo recibido? La lógica material de las transacciones en el mundo de la cultura empiezan con el principio: “Recibir para dar”.
La mística en la cábala plantea lo contrario: “Dar para recibir”. En el origen, en la creación de todo, aparece un dador, que es D-s. D-s da y nosotros recibimos.
Nuestro objetivo no será ponernos en su lugar de omnipotencia, sino repetir el proceso creativo de dar. En materia de cábala, bien ejercitados, todos somos dadores y receptores universales.
* De acuerdo con la religión judía, los observantes no escriben el nombre de D-s con todas las letras ya que la escritura es una forma de representación. Escribir la palabra “dios” equivale a escribir lo no-escribible, nombrar lo innombrable limitar lo ilimitado, materializar lo que es eterno.
Esta restricción debe asumirse como un valor positivo de respeto y reverencia hacia el Creador.