Por: Sergio Bergman
La cábala como transmisión mística está arraigada en un texto de la tradición rabínica, la Mishná. Se trata de un código de leyes, que recoge las tradiciones judías y las explicaciones sobre la Biblia que, durante siglos, fueron trazando los sabios de cada época.
Esto significa que el pueblo judío cumplía con un cuerpo de normas extenso que, hasta la compilación en la Mishná, no estaba escrito en ningún lado: simplemente se transmitía de boca en boca.
La dimensión de lo místico se transita en la tradición oral y se registra en la tradición escrita. Toda la sabiduría de la mística, como la de las civilizaciones de la antigüedad o, más acá en el tiempo, la de los pueblos originarios americanos, son de transmisión oral. El acto de iniciación también es de tradición oral. En estos casos, los actores de una transmisión son, como mencionábamos en el capítulo anterior, un maestro y un discípulo.
La Mishná es una demostración acabada del poder de la cadena de transmisión oral, de la memoria colectiva.
Existe un capítulo que se llama Pirkei Avot, “tratado de los padres”. Se caracteriza por ser el único tratado en ese libro que no hace ninguna mención a la ley religiosa, que sólo se concentra en aspectos éticos, morales y espirituales. ¿Quiénes son estos “padres”? Son esos
sabios y maestros, que llegan desde tiempos remotos hasta hoy, que le dan un nombre propio a sus conocimientos.
No somos sus descendientes sanguíneos, pero sí espirituales. Y en esa continuidad, por esa evocación que hacemos de su sabiduría, ellos no mueren ni desaparecen.
Los nombramos sin haberlos conocido. En un camino de recepción, de cábala, somos la evidencia: estamos obteniendo una enseñanza de ellos.