Por: Sergio Bergman
El término “Torá” alude a las tablas de la ley propiamente dichas. Al día de hoy, en las sinagogas, en diversos momentos de la semana se recitan párrafos de la Torá.
El texto se almacena en rollos “Sifrei Torá”, que se abren específicamente para los instantes de lectura y se ubica sobre un atril en la tebá, el púlpito, un espacio elevado por sobre las sillas de los concurrentes. La dramatización es que el libro a esa altura representa la montaña. Para cada fragmento, se invita a uno de los asistentes a “subir” “aliá” al Séfer Torá. De nuevo la alegoría: uno del pueblo, que estaba con todos, como si fuera el Monte Sinaí, es invitado a recibir la Torá. La fórmula ritual es muy sencilla: la persona se ubica al lado del baal koré, que es quien está haciendo la lectura, y dice una bendición en la que agradece a D-s el hecho de habernos entregado la ley.
En la cábala, el desafío no es recitar esa bendición formal, sino el hecho de poder recibirlo. Esto se refleja en la fiesta central de la mística, Shavuot, que conmemora, precisamente, ese momento en el cual todo el pueblo aguardaba al pie del Sinaí que llegara Moisés.
Zman matán Torateinu, “el tiempo en que nos fue entregada la Torá”, es otro nombre para el período de esta festividad. ¿Por qué se celebra año a año? Porque si bien fue entregada una vez, existe el reto de seguir recibiéndola, de que se produzca la cábala. Ni siquiera cobra importancia el hecho de discutir si la revelación, como acto físico real, existió. Lo importante es el enfoque circular de la mística: el retorno al punto de recepción, para que vuelva a producirse.