Por: Sergio Bergman
Consideramos que se puede acceder a esa experiencia mística desde cualquier tradición y religión, desde cualquier sistema formal o informal. Nos proponemos mantener la matriz y no desvirtuar la esencia de concepto. Para eso, enfatizamos en la recuperación de la figura de un verdadero maestro. No es sencillo. Por una cuestión ontológica, todos fuimos iniciados por un Josué, un interlocutor que representa todo el legado cultural.
¿Aprendimos a hablar solos o hubo alguien que nos enseñó a modular? Apenas uno nace, aparece un Josué que nos explica cómo se hacen las cosas. Nada fue más difícil y natural al mismo tiempo como aprender el lenguaje materno. Así también es la iniciación a la cábala. Vivimos en un mundo de leyes, de convenciones, de tradiciones, de limitaciones. También es de contención, de nutrición. Por eso, la idea es liberarse pero no perderse. Es decir, no desperdiciar todo el bagaje que uno trae incorporado, gracias a la presencia de los diferentes Josués con los que se relacionó. Pero tampoco negarse a la apertura.
La función del texto hace que las historias de vida, las experiencias subjetivas, las búsquedas íntimas, puedan quedar registradas en cuerpos sociales y culturales de hermenéutica. El texto interpretado, conversado, dialogado, que sirve como hito para que todos podamos abrevar en esos arquetipos que se reedifican, se regeneran y se restituyen en la propia experiencia.
La historia de la zarza ardiente o el episodio en que D-s se presenta ante Abraham, el primer patriarca del pueblo judío, y le ordena: “Vete de la casa de tus padres hacia la tierra que yo te muestro”, son relatos que, además de llevar adelante una narración lineal o literaria, se transforman en arquetipos de la memoria, en situaciones que todos atravesamos de una manera u otra a lo largo de nuestras vidas. Tal vez, esto haya hecho de la Biblia uno de los principales best sellers de todos los tiempos. Su capacidad de apelar a cuestiones ontológicas y existenciales del ser, mucho más allá de las desventuras que puedan vivir sus personajes.
Así como Moisés, en esa primera Mishná que tanto conocimiento aporta sobre el mundo de la cábala, no es sólo un hombre que se llama de esa manera, sino un estadio de espiritualidad, tampoco Abraham es sólo una persona que salió de Ur de Caldea, sino otro estadio. Cada personaje tiene atributos místicos. La cábala despliega en su literatura, metafórica y poéticamente, esas simetrías, con tanta potencia que nunca se está hablando de un personaje histórico, sino de un estadio humano, de un nivel de vibración, de un estado cuántico, de una disposición de energía.
Por supuesto, permite la identificación. “Yo soy como Moisés”. Esto no es lineal, es decir, no es sinónimo de “Soy idéntico a Moisés”, sino que apela a una representación, a la posibilidad de equipararse con ese Moisés que se salió del camino para visualizar que un arbusto estaba quemándose y no se consumía, que tiene la capacidad de escuchar una voz, de recibir una Torá, de situarse en la punta de una montaña, de seguir avanzando y liderando aunque su propio grupo le dé la espalda, con ese que le exige al Faraón la libertad, aunque nadie le dice que tiene garantizado el éxito.
Este mismo ejercicio puede hacerse con cualquier personaje bíblico y siempre va a funcionar.