Por: Sergio Bergman
El misticismo judío aborda muchísimas técnicas y prácticas relacionadas con lo meditativo. Muchas de ellas tienen una difusión casi milenaria, porque se expandieron durante los tiempos de Abraham Abulafia, un famoso cabalista español que vivió en el siglo XIII. Algunas son utilizadas en la actualidad por los numerosos grupos de creyentes que rezan en el templo: hay momentos determinados formales de la liturgia que pueden ser considerados como meditaciones.
Algunos de los más destacados son la oración Oye, Israel (en hebreo, Shemá, Israel), momento en el que quien está orando se cubre los ojos. También la lectura de la Amidá, una oración que se lee tres veces por día y que consta de 19 bendiciones, de pie y en absoluto silencio. Y, tal vez el más representativo, el momento del shofar en las altas fiestas. Este cuerno de carnero, que produce un sonido extremadamente penetrante, se ejecuta durante los días previos al año nuevo judío (llamados Aseret Iemei Teshuvá, diez días de regreso al camino de la ley), durante el mismo Rosh Hashaná y en el Día del Perdón (Iom Kipur) y es, precisamente, un llamado a la penitencia, un momento para meditar sobre los pecados cometidos.
Lo interesante es que más allá de que hay una guía, un ritual, que marca esos momentos, cada uno de los feligreses tiene libertad total para salirse de pista de la prescripción de espacio/tiempo determinada para las oraciones. Uno puede estar en medio de la Amidá y hacer su propio camino, tomar sus propias resoluciones.
Es cierto que hay algunas postas obligatorias, momentos del ritual con formato duro por los que hay que pasar sí o sí, pero nada impide alcanzar un estado meditativo.