Por: Sergio Bergman
Durante siglos, los cabalistas transmitieron su tradición mística bajo el velo impenetrable de lo esotérico, en claves de símbolos y códigos, para encubrir este saber universal de las restricciones formales que el poder y la autoridad de la religión formal cuestionaban por su mensaje liberador.
Al mismo tiempo, las autoridades civiles de estos oscuros tiempos condenaban esta práctica con la muerte, bajo los cargos de herejía o brujería.
Las barreras de impenetrabilidad de la cábala se debieron, por lo tanto, mucho más a las condiciones sociales
que a su práctica real en sí misma.
A lo largo del siglo XIX, se comenzó a presentar al judaísmo con una visión que pretendía recibir el respeto de los círculos de eruditos y académicos europeos a los que los judíos pretendían integrarse.
Un judaísmo centrado en su aspecto religioso racional, abstracto y monoteísta que podría ser bien reconocido por los círculos cristianos de las sociedades a las que los judíos pretendían sumarse. Para lograrlo debían desprenderse y limpiar todo vestigio de superstición práctica esotérica y de las corrientes místicas que siempre formaron parte indivisible de la tradición judía pero que en las nuevas disciplinas y escuelas de “las ciencias del Judaísmo” fueron negadas y eliminadas por completo. Estos pensadores e investigadores contaron con exponentes de la talla como Abraham Geiger, Leopold Zunz, Henrich Graetz y Simon Dubnow, entre otros. Ellos excluyeron en sus obras académicas la mística judía de la historia y prácticas judías.