Por: Juan Quaglia
Ser coleccionista de juguetes es una actividad de alto riesgo. Cada día estamos a punto de gastarnos todos nuestros ingresos y ahorros en una edición limitada de una réplica de un objeto de una película, o en una rara y añeja figura de acción de la que sabemos se ha hecho solamente una escasa cantidad de ejemplares. Corremos el riesgo de chocar contra la incompensión generalizada, al ser tildados de “frikis” o “nerds”, especialmente por nuestros extraños hábitos.
Como el ya célebre coleccionista de Toy Story 2, dedicamos nuestros fines de semana a explorar canastos en ventas de usados y ferias, o a navegar obsesivamente sitios de venta online, con nuestro radar encendido, en la búsqueda de la próxima adquisición para el estante o la vitrina. Cuando tenemos en la mano un juguete, en lugar de verlo como lo hace el común de la gente, los coleccionistas lo analizamos minuciosamente, evaluando año, marca, estado de la pintura, accesorios que tiene y concluimos con alegría, en nuestro lenguaje alienígena, “Es un C-9”.
Lo sé, somos personas extrañas. Pero cuando alguien descubre nuestras colecciones, cualquier incomprensión desaparece. Cuando algún amigo o familiar se reencuentra en una de nuestras vitrinas con ese juguete que no había visto en 20 o 30 años, finalmente comprende. Coleccionar juguetes es más que un hobbie. Es conservar y celebrar al niño interno, la fantasía y la magia. Este es un blog sobre coleccionismo de juguetes, pero algo más que eso.