Por: Emilio Fatuzzo
Rothko fue un reconocido consumidor de alcohol y pastillas, buscó siempre la expresión simple de una idea compleja. Oye sin para a Beethoven y a Mozart en su estudio. Busca una fuente de inspiración que le ayude a superarse.
En su manifiesto escrito en 1943 escribió: “Para nosotros, el arte es un viaje a un mundo ignoto (…) Lo pueden emprender aquellos que no temen arriesgarse.”
Y es verdad, el arte es un viaje que se transita por caminos siempre nuevos, jamás antes visitados, de perplejidad en perplejidad. Apostar a la creación es renunciar a la comodidad que aporta lo sabido y por lo tanto aceptar vivir al límite de uno mismo, sin red de seguridad. Es que Rothko (como muchos otros) contenía los tres elementos, que a mi modo de ver, son insustituibles para que exista el Arte (con mayúsculas): 1. Pasión desmedida. 2. Paciencia ilimitada y 3. Atrevimiento irreductible.
En 1970, después de algunos años de depresión y recluido en su taller de New York, decidió acabar con su vida cortándose las venas. Hoy el taller permanece lleno de susurros y atormentados pensamientos que ahora nos llegan en forma de colores puros y sutiles. La habitación de Rothko de alguna manera también es la nuestra, esa desde donde percibimos el horizonte…
Video: “El poder del Arte, Rothko.”