Por: Emilio Fatuzzo
Cito a algunos poetas y exploradores que se dieron al camino. Todavía no puedo descifrar cual es la relación que existe entre la poesía y el camino, quizás ustedes me ayuden.
Matsuo Bashô (1644 – 1694) dice en uno de sus diarios: “Pensaba que llevar demasiado sería una molestia en el camino. Por lo que decidí renunciar prácticamente a todo. Llevo lo que entra en un bolsita de tela colgada a mi espalda: una túnica de papel para la noche, algo como una capa, pinceles, papel, una cajita con comida, mis remedios…” Luego agrega: “Sigo la huella de los que se sacaron de encima cualquier traba.”
En los diarios de Daigu Ryôkan de 1778 se puede leer: “Nunca me molesté en estudiar. Me he limitado a ir por ahí, a mi antojo, dejando que todo prosiga su camino. Con tres medidas de arroz en mi bolsa y un manojo de leña, ¿quién podría preocuparse por la iluminación, por los fracasos? ¿De qué sirven la fama y la fortuna? En mi choza me dedico a escuchar cómo llueve en la tarde. Hago mis flexiones sin ocuparme del negocio del mundo.”
Estwick Evans describiendo un viaje a pie de 6.400 kilómetros a través de los estados del Oeste durante el invierno de 1818 escribe en su diario: “Deseaba alcanzar la simplicidad, los sentimientos de los nativos y las virtudes de la vida salvaje, despojarme de las costumbres artificiales, los prejuicios y las imperfecciones de la civilización y tener una idea más exacta de la naturaleza humana y los verdaderos intereses del hombre en medio de la soledad y la grandeza de las tierras salvajes del oeste. Prefería la temporada de las nieves porque podía experimentar el placer de la novedad del peligro.”
En la última carta que le escribió a su hermano mayor, Everett Ruess en 1934, decía: “En lo que respecta a mi regreso a la civilización, no creo que se produzca pronto. Todavía no me he cansado de los espacios salvajes; al contrario cada vez estoy más entusiasmado con su belleza y la vida de vagabundo que llevo. Prefiero una silla de montar antes que un tranvía, el cielo estrellado antes que un techo, la senda oscura y difícil que conduce a lo desconocido antes que una carretera de asfalto, y la profunda paz de la naturaleza antes que el descontento de las ciudades. ¿Me culpas de que siga aquí, en el lugar al que siento que pertenezco y donde yo y el mundo que me rodea somos uno? Es cierto que añoro la compañía inteligente, pero hay tan pocas personas con quienes compartir las cosas que tanto significan para mí que he aprendido a contenerme. Me basta con estar rodeado de belleza.
Incluso por lo que deduzco de tus breves comentarios, sé que no podría soportar ni la rutina ni el ajetreo de la vida que estás obligado a llevar. Creo que nunca podré echar raíces. A estas alturas he buceado tanto en las profundidades de la vida, que preferiría cualquier cosa antes que tener que conformarme con una existencia sin emociones. Desde la última vez que te escribí he tenido experiencias aterradoras en las inmensidades del desierto, experiencias abrumadoras, sobrecogedoras. Además, siempre me siento arrastrado por los acontecimientos. Lo necesito para seguir viviendo. Cada vez estoy más convencido de que siempre seré un caminante solitario que vaga por tierras salvajes. ¡Dios mío, cómo me atrae el camino que tengo ante mis ojos! No puedes entender la irresistible fascinación que ejerce sobre mí. Después de todo, la mejor senda es la más solitaria. Jamás dejaré mi vida itinerante. Y cuando llegue mi hora encontraré el lugar más agreste, solitario y desolado que exista.”
Investiguen a estas personas, creo que tienen algo. Podría seguir citando a más caminantes como Henry Thoreau, Crhistopher McCandless, Gene Rosellini, etc.