Hemingway, el iceberg y la pintura…

#DeColoresYPasiones

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La vida de Hemingway fue intensa y diversificada, no sólo por sus períodos de residencia en otros países (Italia, España, África, Cuba) sino porque tenía una inclinación hacia la violencia y al peligro físico. Participó en dos guerras mundiales, en la guerra civil española, en el boxeo, los toros, la caza mayor y la pesca. Hemigway fue grande por su conocimiento de los motivos de los hombres y los secretos de su oficio.

Alguna vez, en una entrevista comparó su obra con un iceberg, donde un octavo solamente es visible.

Dijo: “Si un escritor deja de observar a su alrededor, está muerto. Pero no tiene que observar conscientemente ni pensar en la forma en que eso le va a ser útil para su obra. Todo lo que ve pasa a la gran reserva de cosas que sabe o que ha visto. Yo siempre trato de escribir siguiendo el principio del iceberg. Hay siete octavos bajo el agua por cada parte que se muestra sobre la superficie. Cualquier cosa que uno sabe y puede eliminar, refuerza el iceberg. Lo que vale es lo que no se muestra. Pero si un escritor omite algo porque no lo sabe, aparece un agujero en su historia.”

En el terreno de la psicología Freud usa el mismo ejemplo para describir las proporciones entre lo consciente (superficie) y lo inconsciente (profundo).

Confirmo que en la pintura ocurre lo mismo y lo puedo explicar de esta manera:

El otro día me levanté a las 7.30 am. Desayuné naranjas y pensé en la importancia de la tierra, la siembra y la cosecha. En mis ancestros, en el alimento, los nutrientes, mis defensas, la cura y el veneno. Luego fui a correr bajo la lluvia escuchando “The Division Bell” de Pink Floyd y pensé en Todo (sin entender Nada, claro). Cociné y almorcé pastas y brindé con vino tinto. Ya en el taller estuve leyendo a Papini, Neruda, Jung, Jodorowsky y Sábato quienes me animaron a seguir dignamente mi día. Recibí a un amigo y bebimos whisky mientras resolvíamos cosas de la vida. A la tarde, viajando en subte hacia el Museo Fernandez Blanco donde se subastaba una obra mía, le dí el asiento a una viejita que tenía unas arrugas tan profundas que lograron desbordarme de un sentimiento que todavía no logro nombrar. Ya dentro del Museo bebí champagne y pensé en Bukowski y Pizarnik. Volví al taller de noche, puse Schumann a todo volumen y sus liederkreis me atravesaron, me imaginé la escena cuando le arrojaban tomates podridos mientras tocaba el piano y pensé en su suicidio. Finalmente tomé el pincel he hice una línea roja en mi cuadro… Misión cumplida. Sabía que esa línea contenía todo eso. Me fui a dormir…