Por: Cecilia Díaz
Una de las bandas más populares de América latina entendió rápido al “nuevo” juego del mercado y, desde el principio, lo adoptó: el propio René Pérez Joglar, líder de Calle 13, difundía meses atrás en su cuenta de Twitter que no le interesa que sus fans compren discos, siempre y cuanto consuman su música (y vayan a los espectáculos).
El negocio ya no está en los CDs, sino en la cyber-promoción y la venta de tickets para mega recitales o en el shock emocional que produce el lanzamiento de una edición limitada de vinilos. Fue por eso que Radiohead lanzó The King of Limbs con una versión gratuita por internet pero, también, vendió CDs y una edición limitada de vinilos, algo imperdible para los fanáticos.
Tomar las grabaciones en estudio como una estrategia de prensa o un tesoro: esa es la mutación que se ve en un momento en que internet se convirtió en un servicio de necesidad básica, sin el cual no se podría trabajar, ni interactuar con amigos o familiares. Las descargas, legales o no, se han naturalizado y es ese el nuevo escenario en el que deben salir al ruedo los músicos de hoy en día.
Así es que llegan unos miles de intérpretes anónimos -o no tan populares- quienes ponen sus versiones de los hits del momento -o de clásicos de distintos géneros- en las redes sociales.
Y si bien esto podría tomarse como un reconocimiento masivo hacia el artista que lo hizo popular, también puede leerse como un uso ilegítimo de los derechos de autor. Por eso, la piratería dejó de ser ya la única amenaza para autores, compositores músicos y discográficas.
Porque la nueva versión ya es pública, como si se difundiera por radio, TV o en un show en vivo. Entonces, llegó la pregunta: ¿por qué sitios como YouTube u otros no podrían reconocer los derechos de autor si también son espacios comerciales de difusión y comunicación?
La respuesta de la red más famosa de videos respondió que “la publicación de contenido que infrinja los derechos de copyright puede dar lugar a la suspensión de tu cuenta y, posiblemente, al pago de una indemnización monetaria si el propietario de los derechos de copyright decide emprender acciones legales (ten en cuenta que esta infracción es grave y podrías tener que enfrentarte a una demanda)”. Fue un primer paso en reconocimiento del problema.
Ahora bien, el tema sigue en debate por todos lados. “España atravesó toda una polémica oficial entre el Ministerio de Cultura y el colectivo de los digitalistas locales en torno al aprovechamiento de los contenidos de la red. Por un lado, todo el mundo aplaude que haya un acceso democrático a los contenidos, pero por otro, uno se pregunta de qué manera la sociedad va a retribuirle eso a los creadores e intérpretes?”, plantea el director nacional de Artes, José Luis Castiñeira de Dios (reconocido, también, como maestro de orquesta y compositor).
“La única opción que se ha encontrado en estos últimos años es promover el espectáculo en vivo. Pero no parece ser lo mejor porque eso ya existía”, dice.
“Lo que pierde el artista es la posibilidad de hacer algún tipo de recupero económico a través de la reproducción del disco, de la grabación, la radio, el cine o la televisión. Y si eso no encuentra un nuevo formato va a ser difícil que la gente siga grabando. O tendrá que seguir como hasta ahora: teniéndolo como una carta de presentación, de difusión de sus espectáculos en vivo”.
El problema parece estar en que “un fonograma –dice Castiñeira de Dios- es una obra en sí misma. No es una carta de presentación ni una fotografía del grupo. Es algo que tiene una existencia real y que, además, ha sido hecho con un carácter artístico en el sentido estatuario o de las artes visuales que apunta a crear un objeto bello, perfecto. Y que su reproducción sea industrial y mecánica no quiere decir que el objeto en sí mismo no tenga un valor más que particular”.
“El disco es un trabajo que se hace no con el ánimo de sacarse una fotografía en la que uno salga bien parecido, sino de crear un objeto nuevo; y ese objeto, que es sonoro, tiene que tener respeto, una retribución de la sociedad y un reconocimiento”, sostiene el director nacional de Artes. Es ahí cuando el músico y funcionario asegura: “Eso hoy está puesto en duda y yo estoy absolutamente en contra”.
¿Hacia dónde parece ir todo, entonces? Castiñeira de Dios estima: “Todo hace creer que se avanza hacia una comunicación interactiva mediante pantallas y que el objeto del que estamos hablando se va a convertir en un objeto virtual, que no va a tener corporeidad, como la tuvo hasta ahora, pero aún así la creación de ese objeto tiene que tener un reconocimiento social”.
Cuando se habla de soporte, es bueno recordar que el CD tiene menos de 30 años de vida y el cassette –ya casi prehistórico– cuenta con apenas unos 10 años más. Hoy todo se escucha en mp3. El playlist se configura en la laptop, en la tablet o, incluso, en el mismísimo celular, que hasta hace unos años sólo servía para hacer llamadas telefónicas.
Ante esto, productores ejecutivos y bandas se replantean cómo presentar sus productos. “Nadie sabe qué soporte elegir y, en última instancia, tampoco saben para qué lo hacen”, desliza Castiñeira.