Al 10 para las nueve lo despierta de súbito el golpe de las zapatillas contra la banqueta de las oficinistas que pasan junto a él. Su casa es un rincón de la calle Londres y avenida México, a cinco minutos del centro histórico de Coyoacán. El Arqui trabajaba hace 20 años para un importante despacho para el cual elaboraba el proyecto arquitectónico en Polonia, pero una tarde entró a la recámara a buscar algo que había olvidado y encontró a su esposa, en la cama, con otro hombre. En ese instante todo pasó. Cruzó por su mente matarlos, pero no lo hizo. Optó por suicidarse paulatinamente. Las pretenciones sociales delniño bien, de familia culta y con seductoras ideas de arquitecto vanguardista vagan por las calles desde entonces. Duermen en la calle, sobre frías bancas metálicas. Pese a todo, la familia no lo abandonó.
Vecinos de Coyoacán han sido testigos de cómo un señor bien trajeado bajaba de un vehículo de lujo cada mes y le daba dinero, comida y trajes muy caros.
En su sucio morral guarda dos fotografías viejas y arrugadas, pero dice que ya no se acuerda quiénes son. En una imagen color sepia hay una mujer como de 24 años corriendo de frente a la cámara; está en traje de baño y parece la playa de Acapulco.
En la otra, un joven de la misma edad se abraza a una mujer adulta en alguna fiesta familiar. Aparte de estos fragmentos de la vida de una persona hay tres trajes sucios Giorgio Armani, unos zapatos rotos color negro, periódicos, sus cobijas y otra chamarra que hace las veces de pijama. El Arqui siempre se le puede ver dormir en el jardín del barrio La Conchita, sobre la avenida Miguel Ángel de Quevedo o en las esquinas de gigantes mansiones. Siempre está solo, no se junta con los otros vagos. No toma alcohol, no pide limosnas y no le gusta hablar con nadie. En su rostro y manos la mugre ha formado sobre su piel hasta tres capas de costras.
A las 10:15 ya se ha levantado. Ha mirado a su alrededor, ha ido a la pequeña fuente que tiene a cuatro pasos y se refresca el rostro con el agua estancada como si fuera loción. Recoge sus cobijas, maleta y envases tirados en el mismo suelo que le sirve de colchón. Han pasado tantos años desde esa infidelidad y desde sus épocas de virtuoso de la arquitectura, que ahora nadie recuerda cuáles son las obras que legó al DF este vagabundo que deambula por las calles en plena soledad, abstraído, disperso y a paso lento, como un rezo que demanda la fulminante muerte para acabar de una vez por todas con toda esta situación. Los indigentes están ahí pese a que los transeúntes hacen lo posible por evitarlos.
En esa zona de sur de la Ciudad Monstruo hay demasiados porque nunca falta quien les dé un trozo de pan o unas monedas. Hace pocos años en el jardín Centenario dormían hasta 20homeless que sólo se drogaban y tocaban las puertas de los conventos de la calle Francisco Sosa para pedir comida; nunca se las negaron. El Changoleón, es el más famoso de todo el clan coyoacanense gracias a los programas que difunde la telebasura.