Contraria a la versión de que los alebrijes fueron creados por artesanos oaxaqueños está la historia de don Pedro Linares (1906-1992), quien fue asustado por esas criaturas una noche de 1936, en medio de un delirio de fiebre. Estos mutantes comenzaron a dar sus primeros pasos en la calle Oriente 30, colonia Merced Balbuena, a dos cuadras del Mercado de Sonora, cuando el barrio aún no estaba pavimentado, entre cientos de cables eléctricos enmarañados sobre postes improvisados, a 15 metros de las vías del tren de carga que atravesaba la parte oriente del centro de la ciudad.
Fueron uno de los descubrimientos de Diego Rivera, coleccionista de artesanías mexicanas; el pintor apenas los conoció y empezó a comprarle a don Pedro las primeras piezas, mezclas de cabeza de pez con cuerpo de toro y patas de gallo hechas con papel y engrudo, tal como se hacen todavía la mayoría de las piñatas que vende la familia Linares. Los colores saturados llegaron tiempo después.
En 1990 el entonces presidente Carlos Salinas le dio a don Pedro el Premio Nacional de Ciencias y Artes por su contribución. Cuenta que en medio de sus pesadillas veía a unas criaturas deformes y monstruosas que lo perseguían y le gritaban: ¡alebrije… alebrije! Al despertar contó a su familia lo que había experimentado, algunos se rieron y lo achacaron al delirio, pero con el paso de los días esos seres empezaron poco a poco a salir de su cabeza. El momento vino cuando a la hora de hacer piñatas le dio por reconstruir con papel mojado y engrudo a los mutantes que lo persiguieron en sus sueños. Un día que el muralista Diego Rivera lo visitó no quitó los ojos a las piezas y le preguntó qué eran. Don Pedro le contestó: “alebrijes. ¿Alebrijes? Qué es eso?”, y entonces le contó la historia.
En el taller instalado en la casa de su hijo Felipe se perpetúa la memoria y creación de los monstruos luminosos, multicolores y hasta divertidos a pesar de que en su cuerpo llevan ADN de animales tan diversos como un toro con cabeza de dragón y cuerpo con escamas de color verde, azul y amarillo extendiendo garras similares a las de Godzilla. Sus manos brillan por el contacto de muchos años con el engrudo. Rodeado de piñatas, pinceles, pintura, papel periódico, cartón y objetos inanimados su magia crea seres que no son de esta dimensión, sino de una paralela, la de la fantasía, la del carnaval, la fiesta, un mundo donde el ruido de la calle no importa ni el miedo de cruzar calles consideradas como peligrosas. En la actualidad la Calle Oriente 30 es un punto de visita obligada en Semana Santa, para ver la quema de los Juditas.