Cuando tenía 14 años me mudé a un barrio tranquilo. Como siempre quise: ¡podía ir al colegio en bicicleta!
Iba por la calle de al lado de la vías del tren y entre árboles que formaban techos de ramas, pasaba por casas que me encantaba mirar (me re gusta cuando se puede ver por las ventanas adentro de las casas y los departamentos).
Hacía el mismo recorrido que hace el chico de la película “Nadar Solo”.
Después, viviendo otra vez en Capital la bici dejó de ser el transporte diario. Me acostumbré a la rutina de viajar apretada en subtes y colectivos.
Pero, siempre que había una salida a la que era fácil llegar en bicicleta, les ganaba a todas las demás. Por ejemplo una clase de yoga en planta baja, un recital en la plaza, una visita a la casa de mi amiga en el barrio tranquilo que antes había vivido yo también.
¡Pero un día me harté! Y empecé a ir también al trabajo, en bicicleta. Una hora de pedaleo y una muda de ropa después, me sentía la persona más feliz de la tierra.
La bicicleta hace del viaje una aventura y te conecta con tu fuerza vital, dejás de ser una bolsa de papa en un transporte público. Independencia para elegir el camino, músculos tonificados, buen humor, sangre y oxígeno recorriendo el cuerpo.
Empecé a contar lo que me pasaba y compartir cosas relacionadas con la bici que veía en internet. Tanto, que me quedó sin buscarlo, el personaje de la chica de las bicicletas. Personas que ni conocía me preguntaban por Facebook y Twitter cosas cómo qué bicicleta les recomendaba comprarse.
Todo eso me dio ganas de hacer mucho más con las bicis, y reflejar de una manera más intensa, los sentimientos que hacen rodar, inexplicables de manera clara.
Así me junté con Vero Escalante y pensamos “Album, viajes en bicicleta“, una colección de fotos, textos e ilustraciones sobre qué se siente andar en bicicleta para cada uno de los que colaboraron.
Y ahora, me encanta la posibilidad de seguir compartiendo, en este blog, la experiencia de la bicicleta como transporte urbano.
