Hoteles Inquietantes: cuando el misterio quita el sueño

#CienciayMisterios

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Los hoteles son un clásico dentro del misterio. Miles de almas pasan por sus habitaciones cada día, con sus alegrías, miserias, penas y energías a cuestas. Algunos, los más viejos, saben de la muerte y sus vericuetos, de paros cardíacos, sobredosis, ahogados, simples despedidas o, incluso, asesinatos. Quizás por eso, mucho de lo que se atribuye al mundo de lo desconocido, a las puertas de contacto con el más allá, sucede bajo los techos de estos lugares de paso que, a veces, perecen empecinados en espantar a sus huéspedes o, quizás, invitarlos a ser parte de “algo más”.

Desde “El Resplandor” de Stephen King hasta la famosa habitación 1408 de la película, la ficción y el horror se han encargado de plasmar (quizás al extremo) esa sensación de amor-repulsión que sentimos por los hoteles. Es que por un lado se trata del lugar adonde uno llega para descansar, para relajarse, para sacarse de encima la mezcla emocional de un viaje. Pero por el otro (al menos en mi caso), no puedo menos que imaginar las cosas que habrán sucedido en esas habitaciones. Hombres o mujeres solitarios tragando lágrimas una noche cualquiera, parejas felices derrochando vida o ancianos medio aburridos viendo TV. Da lo mismo si se trata de habitar un espacio que jamás será de nadie, un espacio destinado al eterno manoseo de lo pasajero, por más lujoso y cuidado que parezca.

Muchas veces, sentado en una cama con olor a almidón, me encontré escuchando los ruidos sordos de los pasillos a la hora de la siesta. Huecos, impersonales, casi como ecos de hospital… pero identificables. Simples cuchicheos o puertas que se cierran y abren, teléfonos sonando en la lejanía o el agua corriendo entre las paredes. Nada del otro mundo, mucho más cerca de la monotonía del encierro que de la adrenalina de lo inquietante. Y sin embargo, de vez en cuando me llegan historias que erizan el vello, como la de Mónica, una coordinadora de viajes acechada por el misterio.

PUERTAS QUE SE CIERRAN Y MANOS INVISIBLES

Mónica ha pasado los cincuenta años aunque apenas se le nota. Camina con rapidez y viste con colores además de que, por lo visto, tiene siempre una sonrisa sincera a mano. Tampoco se pone seria cuando me dice que hay cosas que son moneda corriente. Por ejemplo, entre su grupo de coordinadores de turismo saben que cuando alguien llama, estando solos, no hay que mirar atrás. Así, me va describiendo eventos quizás casuales pero que en la figura completa hablan de demasiadas coincidencias. Me cuenta también que estos eventos ocurrieron en los famosos “Hoteles de Perón”, esos enormes complejos turísticos erigidos allá por los años 50 y que tanto en Embalse (Provincia de Córdoba) como en Chapadmalal (Provincia de Buenos Aires), siguen funcionando. “Reciben en su mayoría viajes de turismo social y egresados de escuelas primarias y permanecen activos casi la totalidad del año”, me aclara entre mate y mate.

“Nosotros llegamos a Embalse antes que los grupos que coordinamos, así que esa noche no había mucha gente en el hotel, solo estaba abierto el comedor, donde estábamos cenando con otra coordinadora”, me dice con tranquilidad cuando comienza a relatar un evento que le llamó mucho la atención; aunque se le nota en el cuerpo la tensión. “La entrada al comedor es una puerta de cuatro hojas y yo estaba sentada en la cabecera de una mesa, mirando hacia la puerta y mi amiga estaba enfrente mío, o sea que le daba la espalda a esa puerta. No había viento ni nadie más que la persona que atendía en el comedor y nosotros en el hotel… entonces veo que una de las hojas de esa puerta se abre despacito”.

En un primer momento pensé, escuchando su historia, que bien podía tratarse de una puerta defectuosa o maltratada por los años, pero el asombro que me provocó lo que sigue en el relato seguramente sea nada a comparación a lo experimentado por estas dos mujeres: “La puerta se abre y cuando veo eso le digo a mi amiga que “tenemos visitas”. Ella se da vuelta y se asusta”. Mónica me dice que su compañera de trabajo comenzó a preguntar y preguntarse que sucedía, bastante nerviosa, por lo que ella decidió hacer algo que poco común, aunque con resultados inquietantes: “La puerta siguió abriéndose despacio hasta quedar pegada a otra de las hojas del portón. Entonces la miré a mi amiga, que rezongaba, y le dije: mirá, no lo hagas enojar”.

Lo que vino a continuación es uno de esos extraños casos en los que se presentan interacciones con lo desconocido, la esencia misma del misterio: “Miré hacia la puerta y hablé: hola como estás, ya vine muchas veces, ella es mi amiga y es la primera vez que viene… vos sabés que venimos a trabajar, no te vamos a molestar, así que por favor pórtate bien también y no nos molestes”. Mónica terminó de decir aquello y miró a su amiga, que pálida y con la boca abierta, la miraba fijo. Entonces la puerta, así como se había abierto de par en par, lentamente, se cerró.

Esto puede sonar inquietante, pero la charla sigue y los eventos van ganando intensidad. Pasillos en los que se escuchan voces, pasos y corridas en noches solitarias son parte de los encuentros de esta coordinadora con el misterio.

“Estaba en mi habitación, durmiendo sola porque era la única coordinadora mujer, y de repente me despierto en la madrugada y siento mucho frio”, dice Mónica que llegó a pensar que había dejado la ventana abierta. Claro, estaba cerrada: “Comencé a escuchar ruidos y martillazos pero sabía que había gente trabajando en el hotel, personal de mantenimiento, así que pensé en decirle a los administradores al día siguiente; era mucho ruido para los abuelos del contingente”.

La mañana siguiente, Mónica se sorprendió al enterarse de que los trabajos que se estaban realizando eran de cambios y reparaciones en el tejado, algo imposible de hacer en mitad de la madrugada. Entonces si, la noto bastante nerviosa. Me dice que esa misma noche experimenta lo mismo: un intenso frío que incluso provocaba que saliera vapor de su boca, entre las tres y las cuatro de la madrugada. Esta vez sí, la ventana se encontraba abierta, pero recordó que era pleno Noviembre, ya muy lejos de las gélidas temperaturas del invierno argentino.

“Pensé de todos modos en cerrar la ventana y donde me iba a levantar sentí, perfecto, una mano que se me apoyaba en la cintura… y me apretaba contra la cama. No me dejó levantar”.

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LO INVISIBLE, LA PRESENCIA

Mónica nunca vio nada, no puede hablar de nada más que lo experimentado y se le nota sincera en su asombro insoldable. Personalmente, considero que es un caso más de una enorme lista de eventos jamás relatados pero muy reales, presentes en lo cotidiano de nuestros lugares públicos. Figuras que se mueven entre las sombras de salas de casinos, extraños sonidos en viejos estadios o estaciones de tren abandonadas, sombras que se mueven furtivas junto a las rutas o esos famosos seres inclasificables que ahuyentaban al paisanaje en los tiempos de la colonia son, para mí, parte de lo mismo. Aunque eso será tema de algo más completo que vendrá a su tiempo.

Por ahora, y cayendo con gusto en el cliché, te recomiendo dormir atento, sobre todo si estas de paso en uno de esos hoteles inquietantes.

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Puedes escuchar la nota a Mónica, emitida en La Señal (ciencia y misterios) debajo:

 

Fernando Silva Hildebrandt.