Por: Agostina Fasanella
A pesar de haber escuchado y contado esta historia miles de veces, nunca había pensado en la historia que podía contarnos el lobo, ya que para mí siempre fue “el lobo feroz”.
Este relato nos invita a reflexionar y tomar conciencia de los diferentes puntos de vista que existen y que hay tantos puntos de vista como personas. Este cuento ha sido extraído del libro “Mediación educativa” de Sara Rozenblum de Horowicz y lo comparto con ustedes porque creo que nos trasmite a la perfección esto que siempre nos dicen desde chicos: “Debemos escuchar todas las campanas antes de opinar o juzgar”… ¡Que lo disfruten!…
“El bosque era mi hogar. Yo vivía allí y me gustaba mucho. Siempre trataba de mantenerlo ordenado y limpio.
Un día soleado, mientras estaba recogiendo las basuras dejadas por unos turistas, sentí pasos. Me escondí detrás de un árbol y vi venir una niña vestida en una forma muy divertida: toda de rojo y su cabeza cubierta, como si no quisieran que la vean. Andaba feliz y comenzó a cortar las flores de nuestro bosque, sin pedir permiso a nadie, quizás ni se le ocurrió que estas flores no le pertenecían. Naturalmente, me puse a investigar. Le pregunté ¿quién era, de dónde venía, a dónde iba? a lo que ella me contestó, cantando y bailando, que iba a casa de su abuelita con una canasta para el almuerzo.
Me pareció una persona honesta, pero estaba en mi bosque cortando flores. De repente, sin ningún remordimiento, mató a un mosquito que volaba libremente, pues también el bosque era para él. Así que decidí darle una lección y enseñarle lo serio que es meterse en el bosque sin anunciarse antes y comenzar a maltratar a sus habitantes.
La dejé seguir su camino y corrí a la casa de la abuelita. Cuando llegué me abrió la puerta una simpática viejecita, le expliqué la situación. Y ella estuvo de acuerdo en que su nieta merecía una lección. La abuelita aceptó permanecer fuera de la vista hasta que yo la llamara y se escondió debajo de la cama.
Cuando llegó la niña la invité a entrar al dormitorio donde yo estaba acostado vestido con la ropa de la abuelita. La niña llegó sonrojada y me dijo algo desagradable acerca de mis grandes orejas. He sido insultado antes, así que traté de ser amable y le dije que mis grandes orejas eran par oírla mejor.
Ahora bien, me agradaba la niña y traté de prestarle atención, pero ella hizo otra observación insultante acerca de mis ojos saltones. Ustedes comprenderán que empecé a sentirme enojado. La niña tenía bonita apariencia pero empezaba a serme antipática. Sin embargo pensé que debía poner la otra mejilla y le dije que mis ojos me ayudaban para verla mejor. Pero su siguiente insulto sí me encolerizó. Siempre he tenido problemas con mis grandes y feos dientes y esa niña hizo un comentario realmente grosero.
Sé que debí haberme controlado pero salté de la cama y le gruñí, enseñándole toda mi dentadura y diciéndole que eran así de grandes para comerla mejor. Ahora, piensen ustedes: ningún lobo puede comerse a una niña. Todo el mundo lo sabe. Pero esa niña empezó a correr por toda la habitación gritando y yo corría atrás de ella tratando de calmarla. Como tenía puesta la ropa de la abuelita y me molestaba para correr, me la quité pero fue mucho peor. La niña gritó aún más. De repente, la puerta se abrió y apareció un leñador con un hacha enorme y afilada. Yo lo miré y comprendí que corría peligro así que salté por la ventana y escapé.
Me gustaría decirles que este es el final del cuento, pero desgraciadamente no es así. La abuelita jamás contó mi parte de la historia y no pasó mucho tiempo sin que se corriera la voz que yo era un lobo malo y peligroso. Todo el mundo comenzó a evitarme.
No sé qué le pasaría a esa niña antipática y vestida en forma tan rara, pero si les puedo decir que yo nunca pude contar mi versión. Ahora ustedes ya lo saben.”
Aprovechando la originalidad de la autora al mostrarnos otra versión del cuento, considero interesante rescatar algunas reflexiones de esta nueva mirada.
Casualmente, la primera es esa: que podamos tomar conciencia que no existe la mirada única. El lobo creía que estaba haciendo lo correcto, que las cosas eran como él las percibía y consideraba que los que no actuaban como él estimaba adecuado, estaban obrando mal. De esta manera dividía al mundo entre los que estaban de acuerdo con él y los equivocados.
La segunda reflexión es derivada de la primera y surge de la convicción de lo que se observa es “la verdad única e irrevocable” y me refiero al deseo de castigar como consecuencia lógica del enojo que producen este tipo de situaicones. Pero nos invito a pensar más allá y poder ver ¿Cuántas veces nos vemos enojados, furiosos por que los otros actúan fuera de nuestras expectativas y con ganas de “castigar para disciplinar”? y ¿Cuántas veces nos convencemos que lo que los demás deben hacer es lo que nosotros creemos correcto y nos limitamos a nuestra única versión de las cosas?
Desde esta postura, el lobo resuelve castigar a la niña y logra la complicidad de la abuelita. El lobo está convencido que está viendo “lo correcto”, sin embargo, las razones de la abuela pueden ser variadas, pero desde la mirada única del lobo es una sola. Nunca sabremos si la abuelita aceptó que el lobro entrara a su casa porque le dió miedo decirle que no y luego de semejante episodio decidió que nunca contaría lo sucedido para evitar problemas. Lo que podemos deducir es que el lobo se quedó sin la única testigo que podría ayudarlo y que la abuelita, aparentemente, siempre buscará estar de acuerdo con la opinión de la mayoría, pero para esto deberíamos imaginar el relato que esta viejecita tendría para contarnos. Aquí nos daríamos cuenta que existen aún más y más versiones de la misma historia.
Como decía la Madre Teresa “Si juzgas a la gente, no tendrás tiempo de amarla”.
Buena semana y gracias por estar allí!
Agostina Fasanella
Coach Ontológico
Liderarte Consultora