Por: Julieta Botto
A dieciocho meses y veintidós días de haber sido madre por primera vez y a setenta y cuatro días del primer post, hoy tengo ganas de concluir algunas cosas.
Ojo, antes que nada, para mis fieles lectores (?), no teman a la palabra ‘concluir’, ya que en este caso opto por las acepciones 2, 3 y 5 de las que propone la RAE. No es mi intención, por ahora, «acabar o finalizar» este blog.
Hecha esta salvedad, me encantaría compartir algunas cosas –sin caer en burdos balances– que estuve rumiando en este tiempo que menciono al principio y que se evidenció en el último mes.
Cuando tenés un hijo (o en su defecto, contacto muy cercano con niños, aunque no sean «propios»), te das cuenta, de modo violentamente patente, de que no vienen con manual de instrucciones –bueno, como nada en la vida–, pero que, de manera lo más responsable posible (o este es mi caso), tenés que actuar frente a esa personita, en un principio, que depende de un@; y que en condiciones normales, como mínimo, imitará todo (y cuando digo todo, no exagero) lo que hagamos. De ahí, la salvedad que hice al principio de lo de «de manera lo más responsable posible»…
Entonces, vamos construyendo y concluyendo cada movimiento sin estrategias, sino intuitivamente, aunque siempre teñido con el back que cada quien trae consigo. Influirán más o menos, para bien o mal, las opiniones de quienes nos rodeen (eruditos, entre los que a veces están l@s pediatras; abuelos, amigos padres y no; y demás vínculos; total, opinar es gratis), pero a cada primera vez de nuestr@ hij@, iremos actuando de alguna manera que será definitoria y definitiva, pero que evidentemente activará algo en nosotros y en ellos.
Apenas se presentó la idea de que mi hijo (nuestro) viera o no televisión (y similares), intuitivamente dije que no, lo cual fue avalado, recomendado y sugerido hasta el hartazgo por la pediatra, lo cual me arrancó sonrisas de orgullo. Sin embargo, cuando los berrinches comenzaron a aparecer, los caprichos para no dormir, no comer y varios ‘no’ inmanejables, en muchas oportunidades y con cierta herida al orgullo, transigí y le abrí la puerta de su percepción al chupete electrónico (snif).
Y no fue tan grave.
Así y todo, sigo sosteniendo –y el conocimiento de la experiencia de otros y personal me da la razón– que la mayor influencia de los chicos es la vivencia cotidiana, la observación, lo tangible, en la construcción de su propia cultura, pero, sobre todo, y esto puede estar teñido de mucha subjetividad, estoy convencida de que la lejanía de la televisión y de las nuevas tecnologías fomentan una más amplia imaginación. Confieso que esta concepción es polémica; pero por casos muy cercanos, redoblo la apuesta y me arriesgo a expresar que los niños que no han tenido vinculo muy cercano con la tele y la compu, pero sí con adultos lectores y con capacidad lúdica, poseen excelente vocabulario e imaginación desde edad muy temprana (menos de tres años).
Disparadores
Estas observaciones totalmente fortuitas, a las que se le sumaron la escritura de este blog, que motivó conocer gente, ideas, proyectos, lecturas, charlas con gente cercana y no tanto, discusiones y mil experiencias todas muy enriquecedoras, me llevaron a concebir una idea, que es parte del inconsciente colectivo –sin lugar a dudas, porque ya, sin saberlo yo, lo había puesto en página Cultura LIJ–, la de una cultura de la infancia.
Esta cultura, en mis términos, no es más que una construcción que, definitiva y lamentablemente para nuestros niños a cargo, se verá influida, de una manera u otra por nuestras concepciones, aportes, ejemplos y otros tantos etcéteras, pero que para hacerla lo más neutra que nos sea posible, tiene que tener, sí, como premisa fundamental la opción de que es imprescindible para que el chico posea un rico mundo interior.
Durante los primeros años de los chicos, son esponjas (aunque durante toda la vida, pero en ese momento aún más) –para bien y para mal–, por eso creo que, sin caer en actitudes autoritarias, es necesario que les brindemos, consciente o inconscientemente, herramientas y recursos para que puedan edificar ese mundo: lecturas, música, juegos, actividades artísticas. Darles la oportunidad de que experimenten, de que observen, exploren, bailen, testeen, saboreen, dibujen y luego saquen, inconscientemente, sus propias conclusiones.
Cada uno tendrá diferentes inclinaciones y apego por diferentes cosas, más allá de los implementos que les hayamos brindado, ya que ellos tienen sus propias personalidades. Sin embargo, eso no debe importarnos, solo es importante ampliar su mundo, brindarles posibilidades.
Habrá niños lectores, niños exploradores, niños activos, niños tranquilos; niños más osados y más tímidos, niños artistas y niños más lógicos, pero lo único que debe importarnos, y jamás preocuparnos, es que sean felices.
No escatimemos.