EE.UU., Rusia y la tensión en Crimea: ¿a las puertas de una segunda “Guerra Fría”?

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Luis Alberto Moniz Bandeira, experimentado diplomático brasileño y actual cónsul honorario de su país en Karlsruhe (Alemania), es autor del libro “La Segunda Guerra Fría”, en el que analiza la influencia de Washington en las llamadas “revoluciones de colores” que sacudieron Georgia y Ucrania entre 2003 y 2005. A continuación reproducimos un interesante fragmento de su obra en el que se refiere a la Revolución Naranja, el antecedente inmediato de la actual crisis en Kiev.

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De la Revista DEF / Especial para INFOBAE

“El presidente George W. Bush escribió, en sus memorias, que luego de los atentados del 11 de septiembre desarrolló una estrategia para proteger a los EE. UU. La misma consistía en no hacer distinción entre los terroristas y las naciones que los albergaban; luchar contra los enemigos en el extranjero antes que ellos atacasen; y enfrentar las amenazas antes de que estas se materializasen. Seguramente esta estrategia, conocida como Doctrina Bush, no fue elaborada después, sino antes de los ataques terroristas, y se acopló con la ‘freedom agenda’, que apuntaba a promover la política de ‘regime change’, con George W. Bush en el papel de ‘universal soldier’, liderando un equipo de superhéroes neoconservadores(‘neocons’), tratando de moldear el comportamiento de todas las naciones de acuerdo con los intereses y la conveniencia del Imperio.

 

Con la ‘freedom agenda’ y la ‘war on terror’, los EE. UU. avanzaron aún más en sus objetivos económicos, políticos y militares en los países del Cáucaso, lo que constituyó un factor de tensiones, dado que los policy-makers de Washington no respetaron los legítimos intereses de la Federación Rusa en Eurasia, poniendo en peligro su seguridad geoestratégica, la integridad territorial y la cohesión social, tornando vulnerables sus fronteras occidentales, mediante la expansión de la OTAN. Los EE. UU. habían constituido el NATO’s Partnership for Peace Programme (NATO-PfP) para las exrepúblicas soviéticas, realizando ejercicios militares conjuntos en la región desde 1997. Todos los países de Asia Central pasaron a integrar el NATO’s North American Co-operation Council (NACC). Y en 1999 los EE. UU. incluyeron en una estructura militar a Georgia, Ucrania, Uzbekistán, Azerbaiyán y Moldavia (GUUAM), con el objetivo de crear una alternativa real  para la Comunidad de los Estados Independientes (CEI), liderada por Rusia, como paso inicial para integrar a estos países en la OTAN.

 

Luego de los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001, la presencia militar de los EE. UU. en Asia Central se tornó aún más fuerte. Washington consiguió que Uzbekistán autorizase la instalación de una base aérea en Khan Abad y otra –Ganci Air Base– en el Aeropuerto Internacional de Manas, cerca de Bishkek, entonces capital de Kirguistán, para el paso de tropas estadounidenses a Afganistán, cuya misión era combatir el terrorismo, pero destinadas, en realidad, a asegurar un clima que permitiese la construcción de gasoductos por parte de la Union Oil Company of California (Unocal) para el transporte del petróleo de Uzbekistán hasta el océano Índico sin atravesar el territorio de Rusia. Bajo el pretexto de la ‘war on terror’, el gobierno de George W. Bush, asimismo, negoció el uso de las bases aéreas de Shymkent y Lugovoy, en Kazajstán, y de Manas, en Kirguistán; instaló contingentes militares en Ashgabat (Turkmenistán) y obtuvo acceso a todas sus bases aéreas, inclusive la de Nebit-Dag, cerca de la frontera con Irán, además de construir el Stronghold Freedom, la más importante base militar estadounidense en Asia Central, en Karshi-Khanabad (Uzbekistán).

 

Washington consideraba que el transporte del petróleo y gas a través de oleoductos y gasoductos que pasaban por el territorio de Rusia hacía vulnerable el abastecimiento de los mercados occidentales. Por lo tanto, para evitar posibles problemas, dado que Rusia parecía ser el principal rival de los EE. UU., el dominio de las reservas y de las rutas del petróleo se convirtió en un tema geopolítico fundamental y debía garantizarse, mediante el control de los países que antes integraron la Unión Soviética, con la instalación de regímenes pro Occidente.

 

(…)

 

En Europa Oriental y en las exrepúblicas soviéticas, los EE. UU. gastaron, desde 1991, un total de U$S 350 millones, financiando a medios de comunicación en la ejecución de operaciones de guerra psicológica, mientras que los costos de la invasión de Irak, en menos de tres años, ascendieron a los U$S 200.000 millones, comentó David Anable. En su opinión, si el Ocidente, los medios de comunicación y la sociedad podían producir movimientos no violentos y reformas democráticas –sin la necesidad de dispendiosas intervenciones militares–, esto era una buena inversión, más conveniente a los objetivos de la política del presidente George W. Bush de reproducir la democracia, especialmente si el país tenía un genuino significado geopolítico, como en las tres dichas del dominó ya mencionado. Y la misma lección de cómo derrocar gobiernos por medios no necesariamente violentos que los jóvenes activistas del Otpor aplicaron en Serbia, les fue enseñada a los activistas del Kmara (‘Bastante’) y después a los ucranianos del movimiento Pora (‘Alto tiempo’).

 

No es un secreto, por lo tanto, que el Pentágono, a través de la United States Army Civil Affairs y del Psychological Operations Command (USACAPOC), el Departamento de Estado y varias organizaciones no gubernamentales, entre las cuales se encontraba la Freedom House, cuya misión es ‘apoyar el cambio democrático, el monitoreo de las libertades, y abogar por la democracia y los derechos humanos a lo largo del mundo’, y la National Endowment for Democracy (NED), también dedicada a ‘reforzar las instituciones democráticas en todo el mundo’, invirtieron millones de dólares para incentivar las ‘revoluciones de colores’ en la región de la extinta Unión Soviética y cercar a Rusia. Ucrania se constituyó en una cuestión geoestratégica, no por causa de Moscú, sino por causa de los Estados Unidos, que, de acuerdo a lo que comentó el periodista Jonathan Steele, se rehusaban a abandonar la política de la Guerra Fría de cercar a Rusia y arriar hacia su lado a todas las exrepúblicas soviéticas. Situada entre Rusia y los nuevos miembros de la OTAN –Polonia, Eslovaquia, Hungría y Rumania–, Ucrania adquiría, en realidad, una enorme importancia geoestratégica para los EE. UU.

 

Washington creía que en Ucrania el ascenso de Viktor Yushchenko, candidato del partido de la oposición ‘Nuestra Ucrania’ (Nasha Ukrayina), con el derrocamiento de Leonid Kuchma, podría moldear la orientación geopolítica del país, propiciando una mayor integración en las instituciones euroatlánticas, instituyendo una real democracia basada en la ley y una genuina economía de libre mercado. Y Viktor Yushchenko, inmediatamente después de asumir el gobierno (2005-2010), recibió el John F. Kennedy Profile in Courage Award, de la John Kennedy Library Fund, por su desempeño en la Revolución Naranja. Su primera ministra fue la multimillonaria Yulia Timoshenko, conocida en Ucrania como la ‘princesa del gas’, debido a la fortuna que había hecho, anteriormente, por medio de negocios sospechosos con Pavlo Lazarenko, ministro de Energía, y la empresa rusa Gazprom. El primer y principal proyecto del presidente Yushchenko, anunciado en Kiev, fue construir un nuevo oleoducto, uniendo el mar Caspio, a través de Ucrania, a Polonia, lo que reduciría la dependencia del país en relación a los suministros de Rusia.

 

Shad Hamid, director de investigaciones del Brookings Doha Center y miembro del Saban Center for Middle East Policy de la Brookings Institution, escribió que en las dos ‘revoluciones de colores’ –la ‘Revolucióin de las Rosas’ en Georgia y la ‘Revolución Naranja’– el fraude electoral fue el fusible y los medios de comunicación tuvieron un papel fundamental al denunciarla. Pero, por detrás de los medios de comunicación, las agencias de los EE. UU. estaban manejando los hilos”.


Este texto es un fragmento del Capítulo IV del libro “La Segunda Guerra Fría: Geopolítica y dimensión estratégica de los Estados Unidos (De las rebeliones en Eurasia a África del Norte y al Medio Oriente)”, de Luiz Alberto Moniz Bandeira, publicado originalmente en portugués por Civilização Brasileira (Grupo Editorial Record). Será editado en nuestro país por Corregidor.