La revolución de Francisco

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En sus primeros dieciséis meses de Pontificado, Jorge Mario Bergoglio ha logrado transmitir un mensaje de profunda renovación dentro de la Iglesia y de apertura y diálogo interreligioso. ¿Cuáles son las claves para entender el liderazgo moral de este jesuita de 77 años que ha conseguido, en muy poco tiempo, el respeto y la admiración de los principales líderes del planeta? De la Revista DEF / Especial para INFOBAE

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La figura de Francisco, el “Papa llegado del fin del mundo”, ha sorprendido, en muy poco tiempo, a propios y extraños. La austeridad de su habitación en la Residencia Santa Marta contrasta con la imagen de lujo y fastuosidad que transmiten ciertos personajes ligados a la Curia romana. La profundidad de su mensaje de paz y la gran popularidad que ha conseguido a escala planetaria, aun entre quienes no siguen con especial interés los asuntos de la Iglesia, han convertido a Jorge Mario Bergoglio en uno de los grandes protagonistas de la escena internacional.

Al ser recibido en el Vaticano, en marzo pasado, el presidente de EE. UU., Barack Obama, confesó su gran admiración por el Pontífice, de quien destacó “su coraje para hablar sin pelos en la lengua sobre los mayores desafíos económicos y sociales de nuestro tiempo”. En diciembre de 2013, la revista Time había elegido a Francisco como “personaje del año” y, al argumentar su decisión, subrayaba que el Papa argentino había “trasladado el Pontificado del palacio a las calles”, al tiempo que había conseguido “comprometer a la mayor religión del mundo a enfrentar sus necesidades más profundas y equilibrar el juicio con la misericordia”.

A pesar de haberlo tenido durante quince años tan cerca de nosotros, como arzobispo de Buenos Aires y primado de la Argentina, su figura no deja de ser enigmática. La pregunta que todos nos hacemos es quién es este jesuita de 77 años, hijo de inmigrantes piamonteses, que se convirtió en el primer Pontífice proveniente del “Nuevo Mundo” y en el primer Papa jesuita. Para responder este gran interrogante, DEF consultó a periodistas, expertos en temas religiosos y vaticanistas, quienes nos ayudaron a descifrar el pensamiento y a analizar los desafíos de Francisco en la Santa Sede.

UN JESUITA EN EL TRONO DE PEDRO

Los siete años como Superior Provincial de la Compañía de Jesús en Argentina, entre 1973 y 1979, y sus largos años al frente de la Arquidiócesis de Buenos Aires –primero como obispo auxiliar (1992-1998) y luego como arzobispo (1998-2013)– forjaron en Bergoglio una innegable experiencia de gestión al frente de una importante orden religiosa y de la principal diócesis de la Argentina. Sin embargo, su figura recién comenzó a hacerse conocida a partir de la década del 90. “Hasta antes de ser designado obispo auxiliar de Buenos Aires, en 1992, cuando tenía 55 años, era un perfecto outsider en la Iglesia, no un sacerdote que venía escalando en la pirámide eclesiástica, haciendo carrera”, recuerdan Sergio Rubin y Francesca Ambrogetti en su libro El jesuita.

En una larga entrevista concedida a Antonio Spadaro, director de la prestigiosa revista jesuita La Civiltà Cattolica, publicada en septiembre del año pasado, el Papa recordó que tenía solo 36 años cuando asumió su tarea como provincial de la Compañía de Jesús. “Había que afrontar situaciones difíciles y yo tomaba las decisiones de una manera brusca y personalista”, admitió Francisco, quien no ocultó los “serios problemas” y la acusación de “ultraconservador” que se ganó por su modo de gestión. Casi dos décadas más tarde, al asumir el gobierno de la Arquidiócesis de Buenos Aires, su estilo cambió. “Cada quince días tenía una reunión con los seis obispos auxiliares y varias veces al año, con el Colegio presbiteral”, recordaba el Papa en la citada entrevista.

Consultado por DEF, el director de la revista Criterio, José María Poirier afirma, al respecto, que “durante su experiencia como provincial de los jesuitas y luego como arzobispo de Buenos Aires, si bien escuchaba mucho a los sacerdotes, Bergoglio no era hombre de un gobierno colegial, sino que impartía directivas”. En cambio, al llegar al solio pontificio, aun cuando Poirier aclara que “el papado es una monarquía absoluta”, Francisco “ha querido reivindicar el hecho de haber sido elegido con un cierto mandato por parte de cardenales que se muestran contrarios al manejo de la Curia romana”. Esa misma Curia con la que él, como arzobispo, había tenido fuertes desencuentros.

LA REFORMA DE LA CURIA ROMANA

La reforma de la Curia romana, muy golpeada tras el escándalo de VatiLeaks, aparece como uno de los grandes desafíos del Papa. “Siendo un hombre de autoridad centralizada, Bergoglio sabe que la Iglesia es fundamentalmente comunión y entonces, casi contrariando su tendencia natural, asume la necesidad de modificar la Curia romana para que la comunión entre los obispos y el Papa sea más acorde con el Concilio Vaticano II, una reforma que vuelve su mirada a las raíces de la Iglesia”, manifiesta Poirier. En una entrevista que el director de Criterio mantuvo con el vaticanista Marco Politi, este último afirmó que lo que pretende Francisco es “desarmar esa estructura de monarquía absoluta típica del catolicismo de los últimos dos mil años, y en particular después del Concilio de Trento; quiere encaminar una descentralización, otorgarles competencia incluso doctrinaria a las conferencias episcopales”.

En diálogo con DEF, el vaticanista Andrea Tornielli sostuvo que lo que pretende Francisco es “combatir el carrierismo y la promoción de los amigos de los amigos a ciertas posiciones, para que se conviertan luego en cardenales”. Según este analista, con la elección de los nuevos cardenales, Francisco “demostró en los hechos que no existen más sedes cardenalicias”, es decir, sedes episcopales en las que tradicionalmente su titular es nombrado cardenal. En ese sentido, Sergio Rubin subraya que “ha habido una preocupación del Papa para que todas las regiones, y en especial las menos favorecidas, estuvieran representadadas en la medida de la presencia que la Iglesia Católica tuviera en esos lugares”. Y agrega: “Venimos de una Iglesia excesivamente eurocéntrica, justamente cuando en Europa se están perdiendo fieles, sobre todo entre los jóvenes; con Francisco, el Tercer Mundo está logrando un lugar más preponderante en la mirada de la Iglesia”.

Esa decisión se vio plasmada en la designación de los nuevos cardenales. Entre los diecinueve purpurados nombrados en febrero por Francisco, figuran cuatro latinoamericanos –los arzobispos Mario Poli, de Buenos Aires; Orani João Tempesta; de Río de Janeiro; Ricardo Ezzati Andrello, de Santiago de Chile; y Leopoldo Brenes Solórzano, de Managua–; dos caribeños –Chibli Langlois, arzobispo de Les Cayes (Haití) y Kelvin Edward Felix, arzobispo emérito de Castries (Santa Lucía)–; dos africanos –Philippe Nakellentuba Ouédraogo, arzobispo de Ouagadougou (Burkina Faso) y Jean-Pierre Kutwa, arzobispo de Abidján (Costa de Marfil)–; y dos asiáticos –Orlando Beltrán Quevedo, arzobispo de Cotabato (Filipinas) y Andrew Yeom Soo Jung,  arzobispo de Seúl (Corea del Sur)–.

Otro de los nuevos cardenales es el flamante secretario de Estado, Pietro Parolin, un religioso de 59 años con una impecable trayectoria dentro de la diplomacia vaticana, quien prestó servicios en las Nunciaturas Apostólicas en Nigeria y México y, luego de ocupar distintas funciones en Roma, desempeñó últimamente funciones como nuncio apostólico en Caracas. “Es un cambio de aire, pero respetando la tradición de los diplomáticos profesionales del servicio exterior”, afirma Sergio Rubin, en diálogo con DEF. Por su parte, José María Poirier apunta que Parolin es “un entendido en política internacional, sobre todo en temas de Medio Oriente y Asia”, y recuerda que es “el hombre que supo negociar con Vietnam y con China”. “Es un hombre cercano al Papa, por sus actitudes y su austeridad, pero al mismo tiempo es un políglota y un conocedor de elementos que Bergoglio puede intuir pero que no conoce directamente”, sintetiza el director de Criterio.

Para ser asesorado en el gobierno de la Iglesia, en septiembre de 2013 el Papa creó un un organismo consultivo, el Consejo de Cardenales. Originalmente estaba compuesto por ocho miembros: su coordinador, el experimentado arzobispo de Tegucigalpa, Oscar Rodríguez Maradiaga; el cardenal italiano Giuseppe Bertello, a cargo del Governatorato del Estado de la Ciudad del Vaticano; el arzobispo emérito de Santiago de Chile, Francisco Javier Errázuriz; y los arzobispos de Boston, Seán Patrick O’Malley; de Munich, Reinhard Marx; de Kinsahasa, Laurent Monsengwo Pasinya; de Bombay, Oswald Gracias; y el entonces arzobispo de Sidney, George Pell. A ellos se sumó, posteriormente, el secretario de Estado, Pietro Parolin, conformando el denominado “grupo de los nueve”.

UN LÍDER MORAL Y UN APÓSTOL DE LA PAZ

El experimentado periodista y analista Jorge Castro, director del Instituto de Planeamiento Estratégico, no duda en calificar al Papa Francisco como “la figura principal de la política internacional de la segunda década del siglo XXI”. En el primer capítulo del libro Francisco y la política internacional, que acaba de ser publicado por Editorial Docencia, Castro –quien coordinó la obra– recuerda la mediación del Pontífice para evitar la intervención militar de EE. UU. en Siria en el mes de septiembre de 2013: “Francisco asumió una posición política fundamental, de nítida e inequívoca oposición a la intervención militar que se aprestaba a ocurrir en uno de los países claves de la región más estratégica del mundo”. Fue llamativo el éxito que tuvo esa apelación, ya que no se trató de una mera “manifestación de rechazo moral”, sino que “fue un hecho político que modificó el curso de los acontecimientos”.

Por su parte, Andrea Tornielli destaca que la Santa Sede ha vuelto a “desarrollar una actividad diplomática amplia y directa” en Medio Oriente. “Si se observa la reciente visita a Tierra Santa, una de las imágenes más importantes fue la oración del Papa ante el muro de separación en Cisjordania; el hecho de rezar en ese lugar significó un gesto muy fuerte”, asegura este especialista, quien escribe para el diario italiano La Stampa y coordina el sitio web Vatican Insider. El 8 de junio, en otra muestra palpable de su liderazgo moral, Francisco logró reunir en el Vaticano al entonces presidente israelí Shimon Peres; al titular de la Autoridad Nacional Palestina, Abu Mazen; y al Patriarca ecuménico de Constantinopla, Bartolomé, líder espiritual de la Iglesia ortodoxa. “El obispo de Roma no ha actuado como político, ha invitado a los dos presidentes a rezar, como hombres de fe, bajo la sombra de la Cúpula de San Pedro”, afirmaba Tornielli en una columna publicada al día siguiente de esa oración por la paz. Este analista también marcaba como un gesto muy significativo el abrazo entre Francisco y Bartolomé, y subrayaba el “rol clave” que la minoritaria comunidad cristiana –“cada vez más reconciliada en su interior”– podría jugar en el proceso de paz entre israelíes y palestinos.

La experiencia del diálogo interreligioso en la Arquidiócesis de Buenos Aires había sido muy rica y constituye, sin lugar a dudas, el antecedente inmediato de este involucramiento de Francisco en el conflicto de Medio Oriente. “Bergoglio se puso siempre a la misma altura de los otros líderes religiosos, los recibió infinitas veces en la Catedral y fue a las sinagogas, a las mezquitas y a templos de otras Iglesias cristianas”, rememora José María Poirier. La amistad con el rabino Abraham Skorka y con el dirigente islámico Omar Abboud reforzó en el Papa la decisión de mostrar un gesto de unidad en medio de la violencia y el terror que sacuden a diario a esa región del planeta.

EL IOR Y LAS FINANZAS VATICANAS

Otro de los grandes temas que el Papa está decidido a resolver es el espinoso asunto de las finanzas de la Santa Sede y del tristemente célebre Instituto para las Obras Religiosas (IOR), más conocido como “el Banco del Vaticano”. Luego de un minucioso relevamiento de la situación de las cuentas pontificias y siguiendo las recomendaciones de la Comisión Referente de Estudio y Guía de la Organización de la Estructura Económico-Administrativa de la Santa Sede (COSEA), Francisco decidió crear, en febrero pasado, la Secretaría de Economía y nombró como prefecto al hasta ese momento arzobispo de Sidney, George Pell. “El Vaticano debe convertirse en un modelo de management”, aseguró Pell en una reciente entrevista concedida a Elisabetta Piqué, corresponsal del diario La Nación.

Más recientemente, se supo que el nuevo titular del IOR sería el economista fracés Jean-Baptiste de Franssu, experto en gestión de activos y extitular de la Asociación Europea de Fondos de Inversión (EFAMA). Contemporáneamente a este nombramiento, el Vaticano oficializó su decisión de bloquear 1329 cuentas individuales y otras 762 de clientes institucionales y aseguró que, de ahora en adelante, la actividad del IOR se centraría “únicamente en instituciones católicas, el clero, empleados o antiguos empleados del Vaticano con cuentas de salarios o pensiones, así como de embajadas y diplomáticos acreditados ante la Santa Sede”.

Estas medidas van en consonancia con la política adoptada durante el papado de Benedicto XVI en el sentido de compatibilizar la gestión de las finanzas vaticanas con la normativa del Grupo de Acción Financiera Internacional (GAFI) y las recomendaciones del Moneyval, el comité europeo de expertos en medidas antilavado. Ya en diciembre de 2010 había sido creada, dentro del Vaticano, la Autoridad de Información Financiera (AIF) para luchar contra el blanqueo de capitales de origen delictivo. La reforma se completará con la transformación de la Administración del Patrimonio de la Sede Apostólica (APSA) en un verdadero “Banco Central del Vaticano, con todas las obligaciones y responsabilidades de las instituciones similares en todo el mundo”, según anticipó la Oficina de Prensa de la Santa Sede en un comunicado.

UN PAPADO CON OBJETIVOS A CORTO PLAZO

“El Papa es consciente de que no tiene un tiempo ilimitado por delante”, indica Poirier, quien especifica que, a su edad, el Pontífice “no puede pensar en un horizonte de veinte años”. En la entrevista que le realizó al vaticanista Marco Politi, este sugirió que “Francisco, de manera realista, podrá tener un pontificado activo de, por ejemplo, unos diez años”, que “en la historia de la Iglesia son solo un parpadeo”. Consciente de que debe actuar con rapidez para implementar las reformas que pretende, Politi asegura que “el próximo quinquenio será fundamental para comprender cuántos y qué cambios podrán hacerse”. “Bergoglio es un hombre que siempre ha sabido priorizar sus objetivos”, concluye, por su parte, Poirier, quien define a Francisco como “un tradicionalista en los asuntos doctrinarios, pero una persona muy abierta en lo que se refiere la problemática pastoral”.

El Pontífice suele definir a la Iglesia actual como “un hospital de campaña después de una batalla”. “Es inútil preguntarle a un herido grave si tiene el colesterol o los niveles de azúcar altos. Se deben curar sus heridas”, señalaba Francisco en la entrevista concedida a La Civiltà Cattolica. Esa será, precisamente, la tarea del Papa argentino en los próximos años.