Low cost a París

#MeVoyDelPaís

“Último aviso para el vuelo hacia Beauvais”, se escuchó en los altoparlantes del aeropuerto. Era hora de apurarnos y embarcar hacia un avión de dos horas y media. Destino: París

Después de nuestro fin de semana en Madrid, volvimos a nuestro departamento en Sevilla. Deshicimos las valijas, nos acomodamos en nuestros cuartos y regresamos a nuestros días en la capital de Andalucía. Pero la vuelta a la rutina nos duro poco, muy poco. El jueves a la noche me vi armando nuevamente los preparativos para un nuevo destino. Una vez más, aunque parezca mentira, conseguimos alojamiento gratis en el centro París. Ya habíamos emprendido un viaje hace apenas unos días, así que decidimos ir con la condición de ahorrar lo máximo posible. Para ello, el primer paso fue conseguir pasajes low cost; vuelos entre países europeos que cuestan mucho menos que uno convencional. La condición es que solamente se puede llevar un bolso de mano con un tamaño y peso determinado. Despachar una valija cuesta aproximadamente lo mismo que viajar. Encantadas con el precio y sin importar los requisitos, sacamos los pasajes. Todo marchaba bien hasta el momento de armar el famoso bolso. Debo reconocer que, a la hora de armar valijas, suelo llevar solamente aquellas cosas que se que van a ser útiles. Pero mi capacidad de economizar espacio se derrumbó completamente cuando supe que tenía que guardar ropa para una semana en una mochila, de esas un poco más grandes que las que llevaba para el colegio. Sumado a que el pronóstico indicaba que en París harían menos tres grados como mínimo y una máxima de cuatro. La situación era un poco complicada. Las opciones eran reducidas: tendría que usar la misma ropa todos los días o debería llevar puesta la gran mayoría. Sin duda alguna, opte por la segunda.   El viernes a la mañana salí del departamento con dos pantalones puestos, tres pares de medias, dos remeras, una camisa, tres buzos, bufanda, guantes, gorro y dos tapados, literalmente.  Cualquiera que hubiese pasado por ahí, habría visto a cuatro mujeres demasiado abrigadas para un día que amanecía con ocho grados. Sin preocuparnos por la mirada ajena, partimos al aeropuerto. Después de todo, nos estábamos yendo, nada menos que, a Francia.

Llegamos al aeropuerto y el desafío  todavía no había terminado.  El miedo a que los bolsos pesaran o midieran más, por más comprimidos que estaban, persistía.  Fuimos a la mesa de entrada y comprobamos que algunos de nuestros esfuerzos fueron en vano. Dos de las valijas median más de lo requerido. Sin siquiera cuestionarnos el hecho de pagar el recargo, nos tiramos al piso e intercambiamos la ropa excedente a otros bolsos y la que quedo afuera, obviamente, nos la pusimos encima. Creo que nunca me sentí tan abrigada y encerrada al mismo tiempo.  Pero no importaba, nada impediría que viajemos.

Lo barato, generalmente, suele traer consigo algunos imprevistos. En este caso, además de los ya mencionados, tuvimos varios momentos que nos llamaron la atención. Para poder acceder el avión, después del embarque, tuvimos que bajar unas escaleras y caminar unos cuantos metros. Una vez adentro, los lugares no eran numerados, sino que cada uno conseguía su lugar según el orden de llegada. Obviamente, fuimos las últimas así que nos vimos obligadas a sentarnos donde había algún lugar vacio.

Finalmente llegamos a Francia, un país que no conocía pero que siempre estuvo en mi lista de pendientes. El aeropuerto al que llegamos queda en las afueras, a unos 80 kilómetros del centro de la cuidad. La realidad fue que nos enteramos de este detalle una vez que sacamos los pasajes pero bueno, como ya dije antes, lo barato tiene sus imprevistos. Así que sin quejarnos, nos enfrentamos al frío parisino y tras un viaje en un bondi y dos subtes (dos horas y media de viaje) llegamos de noche finalmente a París.

El viaje fue bastante largo y un poco agotador. Aprovechamos lo poco que nos quedaba del día de ayer para dar unas vueltas por el barrio en donde queda nuestro departamento.  El verdadero recorrido empezaría al día siguiente.

Hoy amanecimos a las diez de la mañana. Después de un gran esfuerzo logre salir de la cama. Preparamos un desayuno express  y salimos a caminar por la famosa ciudad europea. La primera sensación que tuve fue sentir que estaba adentro de un cuadro, de una maqueta excelentemente armada. París es impecable, desde todo punto de vista. Los edificios parecen sacados de un mismo molde. La gran mayoría son blancos, con balcones y techos de ladrillos negros. Uno pegado al lado del otro, perfectamente ensamblados. Todos ellos forman largas cuadras que chocan unas con otras por ser diagonales y, juntas, crean manzanas triangulares. Eso distintivo y tan lindo de Paris se vuelve un poco confuso para los principiantes. Sin mapa en mano es muy fácil perderse del objetivo.

Sin lugar a dudas, lo primero que decidimos visitar fue la famosa Torre Eiffel. Aquella estructura tantas veces vista en libros, películas, enciclopedias, finalmente podría tenerla  al lado mío.  Sentía que ya la conocía, que no me sorprendería. Pero me equivoqué. Bastó con poder vislumbrar su punta a lo lejos para que me quede impactada. La impaciencia me venció y me apure para poder verla finalmente. Una vez que la tuve en frente me quede alucinada. Verla me lleno de escalofríos. Me sentí mínima y vulnerable frente a esa torre tan inmensa e imponente. Es impresionante desde todo punto de vista. No podía dejar de mirarla y, aunque pasaba el tiempo, nunca deje de sorprenderme ante semejante lugar.

La historia de la torre es muy interesante. Creo que merece ser contada.  Fue construida en 1889 por Gustave Eiffel para una exposición por el primer centenario de la Revolución. En ese entonces, los ciudadanos franceses no la veían como algo espectacular, sino todo lo contrario. Consideraban que era un ‘deshonor de Paris; una gigantesca chimenea de oficina’  y querían que no se lleve a cabo su construcción. Una gran parte del pueblo se demostró en contra de esta obra de arte ya que creían que se caería sobre sus edificios  y que destruiría la ciudad. Sin embargo, el proyecto siguió en pie y fue terminada en poco más de un año. Poco a poco, la perspectiva sobre la estructura cambió y se aceptó. Una vez terminado el evento, se decidió conservar la torre. Hoy por hoy es sinónimo de Francia. Me impresiona saber cómo algo que hoy es reconocido mundialmente como una maravilla fue tan rechazada y hasta se intentó destruir. Me pregunto qué hubiese sido de París sin la torre

Este fue sólo el principio de mi recorrido por esta ciudad. Todavía me quedan algunos días para seguir conociendo este lugar increíble. Y estoy dispuesta a seguir sorprendiéndome.