Por: Paula Echeverria
Siempre asocié a Amsterdam con un destino idílico para la juventud y la diversión. Hace unos días partí hacia allá en busca de un lugar lleno de libertades, respeto a todo tipo de ideologías y hasta un poco de transgresión. Y lo encontré. Pero, a la vez,me topé con una contracara que no supe que tenía: una ciudad con un pasado muy interesante y un presente aún más atractivo.
Según una leyenda urbana, en el siglo 13 llegaron dos marineros a lo que supo ser una zona inhabitada y montaron el primer dique, drenaron el agua y construyeron casas. El tiempo transcurrió y fue creciendo. Como varios países europeos, durante la segunda guerra mundial, Holanda fue bombardeada y cientos de judíos fueron aprisionados en campos de concentración por los nazis. Sin embargo, lejos de darse por vencido, este logró salir adelante. Hoy en día es uno de los lugares más interesantes que conocí en este último tiempo y cuya metamorfosis me atrapó completamente.
Durante el día, Amsterdam ofrece a todo turista un increíble paisaje. En cada cuadra, se ubican una docena de casas que,por ser tan angostas y largas,parecen departamentos. Su reducido tamaño se debe exclusivamente a que,durante sus contrucciones,el gobierno cobraba impuestos de acuerdo a los metros que cada residencia ocupaba. De esta forma, la gran mayoría de ellas lucen muy pequeñas pero, una vez dentro, se extienden. La casa más angosta de la ciudad mide tan sólo 1,8 metros de ancho.
Todas ellas estan pintadas de colores oscuros, en distintas gamas de marrón y se encuentran pegadas una al lado de la otra. Los primeros pisos se ubican unos metros debajo de la tierra. Una escalera se encarga de conectar la vereda con la puerta principal para facilitar el ingreso a estas construcciones tan curiosas. Por ello, al caminar cerca de ellas se puede espiar, a través de las ventanas, la decoración del interior. Curiosamente, su antigua fachada se contrapone con los espacios lujosos y modernos que se esconden dentro.
Esta vista envidiable se repetía en cada cuadra que caminaba y se potenciaba al reflejarse sobre el río. Caminar por las calles de Amsterdam implica cruzarse de forma constante con sus 160 canales que son atravesados por 1200 puentes.
Al realizar una vista panorámica, hubo algo que me cautivó. Algunas casas se encontraban inclinadas para adelante y daban la sensación de estar a punto de caerse. Curiosamente no era una falla arquitectónica sino una decisión completamente intencional durante su construcción. Antiguamente, no tenía calles sino agua. Los ciudadanos recibían sus alimentos y mercadería gracias a unos barcos que pasaban asiduamente. Para evitar destrozos durante las inundaciones debían guardar sus adquisiciones en los últimos pisos. La forma de guardarlo allí constaba en que el dueño de la casa se asomaba por la ventana y colgaba una soga de un gancho de metal que se encontraba en el extremo superior de la fachada. Para evitar que la mercadería toque las paredes se contruían de forma inclinada. Así se evitaban todo tipo de golpes y destrozos.
De vez en cuando, el tranquilo recorrido se veía interrumpido por unas cuantas bicicletas que hacían sonar su timbre para que algunos turistas a pie se muevan de su camino. En esa ciudad el protagonismo del peatón es desplazado completamente por aquellos que van sobre las dos ruedas. En cada cuadra, esquina y puente hay cientos de bicicletas estacionadas una sobre otra. Su número triplica la cantidad de autos,que se ven subordinados por este nuevo medio de transporte. Y lo curioso es que es utilizado por ciudadanos de todas las edades.
Siguiendo con el recorrido,pude ver que en todas las veredas, algunos locales y hasta en ciertas construcciones municipales hay un logo muy característico: “xxx“. Intenté detectar el significado pero no supe a que se refería asi que decidí preguntar. Según me dijeron, no hay ningún sentido definido. Una vez más, me remonto a una leyenda que cuenta que esa simbologia representa a los tres males de esta ciudad: el agua, debido a la gran cantidad de inundaciones por la ruptura de algunos diques; el fuego, hace referencia a los dos grandes incendios que tuvo; y a la enfermedad, la peste negra que afectó a cientos de ciudadanos. Esta versión me resultó convincente y hasta original.
De un momento a otro, el cielo de la ciudad se fue opacando. Amsterdam comenzó a despedirse de aquella jornada de junio. Sin embargo, esta ciudad nunca duerme. A medida que se asomaba la noche, algunas zonas se encendieron. Atrás había quedado aquel lugar naturalmente atractivo y muy tranquilo para darle a bienvenida a un perfíl audaz. Banderas del orgullo gay y a favor del sadomasoquismo colgaban de unos cuantos balcones. Las calles del famoso barrio rojo parecieron despertarse a medida que los bares, teatros y coffee shops brillaban con sus luces rojas de neón. Sin embargo, la atracción por excelencia en este sector son las famosas cabinas que muestran a cientos de mujeres. En el año 2000, la prostitución se convirtió en una profesión legal en territorio holandés a tal punto que, para el 2010, el gobierno empezó a cobrarles impuestos por su trabajo.
Al caminar por esa zona me topé con unas curiosas vidrieras en las que se exhibían mujeres despampanates con muy poca ropa encima. Al ver pasar hombres por la vereda intentaban atraerlos a través de miradas, poses eróticas y hasta algún que otro golpe en el vidrio. Estas cabinas son propiedad de agencias inmobiliarias a las que se le debe pagar una suma de 100 euros aproximadamente por cada ocho horas laborales.
Me dejó atónita verlas mientras se mostraban íntegras a un público masivo con tanta libertad. Claramente, se debe a que no estoy acostumbrada a ese nivel de exposición. Sin embargo, ellas lo hacen por elección personal,no son víctimas de ningún tipo de tráfico de personas. De hecho, para poder ser una de ellas el gobierno requiere, entre otras cosas, ser mayor de 21 años y tener los papeles en regla en caso de ser extranjera.
Además de su llamativa presencia, el barrio rojo también se caracteriza por ser el epicentro de los famosos coffee shops, lugares destinados a vender alimentos y productos derivados del Cannabis, la misma plata de la cual resulta la marihuana. Pero, sorprendentemente, esta droga no es legal en Holanda. Su consumo está despenalizado. De esta forma, únicamente pueden venderla los coffee shops y está prohibida su publicidad. Lo llamativo es que solamente un 6% de la población holandesa consume esta droga, el porcentaje más bajo del continente. A diferencia de otros paises europeos que alcanzan el 30% aunque su consumo este prohibido.
Finalmente mi recorrido llegó a su fin. En algunas horas aquel inmortal barrio rojo apagaría sus luces y, aunque nunca descance, será hora de que ceda su lugar a un perfil austero y tradicional. Amsterdam es una increíble y envidiable convergencia entre lo histórico y sobrio con lo exótico e insólito. Un destino donde la tolerancia y el respeto hacia la diversidad son dos pilares fundamentales.