Prohibido olvidar

#MeVoyDelPaís

Actualmente Alemania, al mando de Ángela Merkel, se posiciona como uno de los países más estables a nivel económico. Su liderazgo en la Unión Europea es indiscutible, y su bienestar social se percibe con apenas pisar las calles de Berlín. Sin embargo, la bonanza no logra opacar los años más oscuros del régimen totalitarista más aborrecido por el mundo entero. Hoy, tras exactamente 80 años de la llegada de Adolf Hitler al poder, este país que está lejos de tapar y enterrar su pasado, lo muestra al ojo público de forma latente para no volver a tropezarse con la misma piedra.

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Después de dos años volví a la capital alemana y, una vez más, me encontré con los mismos sentimientos al caminar por ella. Ir a Berlín implica chocarse con su historia en todo momento. Más allá de la riqueza cultural y visual que ofrece, a cada paso que daba me encontraba con su crudo pasado. Todo, literalmente, se remonta a esa etapa histórica que todos hubiésemos querido que nunca haya existido. Los pedazos de muro por toda la ciudad, los miles de monumentos en honor a los caídos, las muestras fotográficas callejeras y los museos privados, las guardias de seguridad que dividían el este del oeste, entre otras tantas cosas. Sin embargo, de todas estas actividades hubo una que me dejó pensando por mucho tiempo. Por primera vez en mi vida visité un campo de concentración. En este caso estaba ubicado a las afueras de la ciudad, llamado Sachsenhausen.
Desde el momento en que partí en búsqueda de esta nueva experiencia tuve una sensación muy rara, una especie de vacío. Para llegar al lugar hizo falta tomar un tren que tardaría 40 minutos en llegar al destino. Ese mismo trayecto fue realizado por miles de personas que fueron rumbo a un final incierto y, sin dudas, a la peor experiencia de sus vidas. Era imposible concebir la idea de ponerme en sus zapatos, creo que ese tipo de experiencias así lo son. Por más que uno se esfuerce resultaría imposible entender y, mucho menos, sentirse como lo hicieron ellos. Completamente despojados de sus afectos y con una dignidad arrasada, fueron obligados a someterse a un régimen completamente absurdo basado en la búsqueda de una supuesta raza superior.Todo aquel que no encajaba en aquella categoría ilógica era considerado impuro y, por lo tanto, innecesario para alcanzar aquel fin. Eran concebidos como inferiores y se consideraba que merecían desaparecer para la constitución de un pueblo ario. Parece mentira que el hombre se pueda someter a semejante barbarie. Sin embargo, sin seguidores no hay líderes y ,lamentablemente, este partido arrasó con millones de víctimas. Para ellos la identidad nacional se llevaba en la sangre y aquel que no era alemán y de la misma raza no podía ser “convertido”. Nunca mejor dicho la palabra víctimas, gente completamente inocente que vio su vida y la de sus familiares destrozarse por cuestiones religiosas, políticas y hasta por orientaciones sexuales.
Ráfagas de pensamientos se entrecruzaron mientras me dirigía hacia el campo. El silencio reinaba en el ambiente. Las palabras no alcanzaban para prever lo que estaba a punto de ver. Su ausencia era la mejor demostración de respeto. Apenas bajé del tren me encontré con una pequeña ciudad que se encuentra a unos metros del lugar. En aquel entonces no existía semejante centro urbano pero si había una pequeño pueblo que rodeaba aquella atrocidad. Es difícil concebir qué hubiese hecho uno si estaba en el lugar de esos ciudadanos. Saber que a unas cuantas cuadras estaban sucediendo las peores torturas parece inconcebible. En ese sentido, hubo distintas reacciones. Los que se rebelaban sabían que les esperaba el mismo destino , por ello, muchos decidieron callar. En ese entonces, el silencio también fue protagonista. Sabían muy bien que lo disidentes tendrían un final decisivo y que podía involucrar a todo aquel que los rodeaba.
Era muy fuerte saber que el mismo camino que recorría había sido hecho por los cautivos apenas unos años atrás. El pasado se volvió latente. Por momentos sentía que había regresado para quedarse y obligarme a intentar proyectarme en ese momento y lugar. Hoy en día es un monumento y museo antiguo del campo original. Consta de una reconstrucción y restauración total. Son pocas cosas las que quedan en pie de aquel entonces, tan sólo un par de escombros. Durante el gobierno nazi, Sachsenhausen funcionó como la sede central de los demás campos en Alemania y en el exterior aprovechando su cercanía de Berlín. En su orígen funcionó como una prisión preventiva que concentraba a todo aquel considerado disidente y luego, como la gran mayoría de estos centros, se expandió y se convirtió en un campo de exterminio con la construcción de cámaras de gas en 1943 y hornos crematorios. Allí murieron 200.000 personas y muchos de los que lograron sobrevivir fueron deportados a Auschwitz. Ni uno logró escapar. Con la llegada de los soviéticos, las 18 hectáreas que lo componen fueron reutilizadas y albergaron a prisioneros opositores y también fueron usadas para prácticas militares.

El cartel de la entrada al campo expresaba: "El trabajo te hace libre"

El cartel de la entrada al campo expresaba: “El trabajo te hace libre”

Desde fuera del campo se veía una gran pared gris compuesta por grandes ladrillos que en su extremo superior estaba rodeada de alambre de púa. Al entrar se desplegaba un gran espacio verde. Entre sus construcciones se encontraban hospitales, fábricas de armas y hasta un casino para los líderes nazis. En el centro se desplegaba lo que supo ser el campo donde habían unos cuantos barracones que albergaban a los prisioneros. Cada uno de ellos fue creado para alojar a 200 hombres pero llegaron a ingresar más de 400. Hoy en día sólo hay un par que fueron construidos para que las visitas puedan ver donde dormían. Al llegar a este lugar, a todo hombre se le asignaba un número lo que significaba que perdía su nombre. Este era el primer signo de la pérdida de la identidad. Ellos perdían su carácter de persona para convertirse en una combinación de dígitos. Para ese entonces la dignidad era una riqueza que había sido destruida por completo. Después de ello, le otorgaban un traje a rayas que sería su uniforme de todos los días y que los volvería, desde una mirada externa, completamente iguales a los demás. En su pecho le estampaban un triángulo. El color de este dependía la causa por la cual habían sido cautivados. Por ejemplo, los homosexuales llevaban uno rosa.

Para conmemorar a los caídos, los judíos llevan al campo piedras como símbolo de eternidad

Para conmemorar a los caídos, los judíos llevan al campo piedras como símbolo de eternidad

Una vez dentro la rutina diaria se repetía. Los prisioneros amanecían muy temprano, les daban una muy pequeña ración de comida y formaban en el patio central. Los líderes contaban que estén todos de ellos y los mandaban a trabajar hasta altas horas de la tarde. En caso de que falte alguno, eran obligados a esperar hasta que apareciera más allá de las temperaturas, aún cuando alcanzaban los dígitos bajo cero. Una vez terminada la jornada, les daban algo de comer e iban a sus respectivos barracones. Esto sucedía una y otra vez todos los días. Entre las tareas más duras, hubo gente que fue sometida a experimentos científicos para probar la efectividad de algunos medicamentos antes de venderlos. Las atrocidades a los que eran sometidos fueron infinitas y hasta incalculables.
Cuando el campo fue convertido en un centro de exterminio, la muerte era moneda corriente. Algunos eran directamente dirigidos a las cámaras de gas al entrar y otros eran asesinados de un tiro en la nuca. El final, después de todo, era el mismo para todos. Parece que en ese aspecto los nazis no hacían diferencia.
Después de una recorrida larga por este sitio intenté pensar que hubiese hecho en su lugar aunque tan sólo fuera por unos segundos. Es fácil decir desde una mirada externa que uno no se hubiese dejado maltratar por los nazis. Me imaginé en una situación muy compleja en donde, por un lado, trabajar para ellos hubiese sido una postura neutral. Pero, por el otro, intentar revelarse parecía utópico y las consecuencias podrían haber afectado a todo aquel que me hubiese rodeado. Sin duda alguna, no se puede concebir que hubiese hecho uno. Resulta imposible ante semejante realidad. Sin embargo, al pisar ese terreno donde se llevó a cabo la peor atrocidad de este mundo me hizo sentirme un poco más cerca de lo sucedido y ver con mis propios ojos que esa historia tantas veces escuchada se volvía una realidad palpable. El hecho de visitar Sachsenhausen me aceró a esa época y me volvió más reflexiva. Fue, por lejos, donde más cerca me sentí del holocausto y que debe ser visitado, en lo posible, por todos para poder ser del todo consciente de él y evitar su resurgimiento. Y por qué no por lo menos intentar pensar qué hubiese hecho uno en el lugar de esas 6 millones de víctimas. Tan sólo el tiempo nos separa de ellas. De haber nacido en esa época nos convierte a todos en vulnerables. Nadie estaba exento. Cualquiera de nosotros podría haberse convertido en un número, nada más que en eso.