Vagamundos

#MeVoyDelPaís

En estos días se cumplen dos meses de mi llegada a España. Me impacta ver como se pasa el tiempo, siento que se me encapa, que se me va de las manos. Hay veces que quisiera que vaya más lento, que exista alguna posibilidad de poder frenarlo, por lo menos un poco. Tener la chance de congelar los segundos cuando me encuentro con algo increíble o disfrutando de una linda reunión entre amigos. Poder pisar el freno y ser un poco más consciente de dónde estoy. Disfrutar de ese momento en que las agujas no corren. Sería bueno pero demasiado utópico.


Estos días hice un breve repaso de los lugares a los que fui y de la gente que conocí. El tiempo está pasando muy rápido para mi gusto pero, a la vez, me di cuenta que ese tiempo fue bastante generoso: pude convertir un día cotidiano en uno completamente único, rodeada de nuevos paisajes, imágenes y recuerdos. Pero también, mientras repasaba mi estadía pensé en mí día a día en Sevilla; ir a la facultad, al supermercado, de vez en cuando hacer trámites en el banco, pagar las cuentas. Nada muy novedoso. Pero cuando hice memoria de todas esas cosas que hago me impresionó ver la vida rutinaria en la que de repente me vi inmersa. Sin quererlo, la rutina te envuelve en unas semanas y llega un punto en que uno lo naturaliza.
Aunque siempre me gusto la idea de tener una vida bastante ordenada, tengo que admitir que tengo un poco de envidia a esa gente que, de un día para el otro, deja todo lo que tiene y parten para dar vueltas por algún rincón del mundo. Aquellos que dejan de lado todo y se van a vagar por el mundo. Las preocupaciones quedan atrás y se llenan de curiosidad ante nuevos lugares. No hablo del la palabra ‘vagar’ en el sentido de no hacer nada, de dedicarse al ocio, sino a esa idea de tener tiempo y lugar suficiente para hacer algo, conocer y recorrer nuevos territorios sin tener tantas presiones ni preocupaciones. El otro día vi escrita en una pared la palabra ‘vagamundos’ y creo que resume estas experiencias. Pienso que son muy pocos los que verdaderamente pueden hacerlo, ser capaces de renunciar literalmente a todo. Esa es la parte que me aterra y me bloquea cualquier posibilidad de hacerlo en un futuro próximo.
Pero a la vez, siempre quise vivir un poco esa experiencia. Así que, consciente de mis limitaciones, decidí adaptar la idea a mi realidad. La propuesta consistió en recorrer, junto a mis amigas, distintas ciudades del sur de España. No había lugar para los horarios y reservas previas. Sólo contamos con un auto que sería nuestro medio de transporte en esos días, un mapa de las rutas y autopistas, y una lista de los lugares por visitar. Lo demás, quedaría en manos del destino.
De un día para el otro, me vi sentada en un auto entrando a una autopista completamente ajena. Todo a mí alrededor era completamente desconocido. Mi paisaje se reducía a grandes hectáreas verdes y en frente mío un camino cuyo fin no se divisaba. Nos dirigíamos a rumbos completamente nuevos y distintos.
De los lugares recorridos, hubo tres que me llamaron mucho la atención. Granada fue uno de los primeros destinos y el que más me impacto. Me dio la sensación que estaba en una ciudad que existía en otro tiempo y espacio. Pareciera pertenecer a otro continente, otra cultura y estar ubicado en una época mucho más antigua. Se respiraban aires místicos en este pueblo que nos recibió con fuertes lluvias y frío. De allí fuimos a Marbella, un destino muy diferente a lo que veníamos visitando; rodeado de lujo y ostentosidad. Y ya casi en el final del recorrido llegamos a Tarifa, un pueblito que pareciera ser de Centroamérica. Sus playas son increíbles desde donde se las mire ya que en uno de sus extremos se unen el mar Mediterráneo con el Océano Atlántico.
Las ciudades y pueblos que recorrimos en ese tiempo fueron muy distintos entre sí. Cada uno tiene su característica particular y distintiva. A pesar de ser parte de un mismo país, me dio la sensación que cada vez que cambiaba de lugar, cruzaba las fronteras. Después de todo, podía decir que tache de mi lista de pendientes la idea de dejar, por un tiempo, todo de lado e ir vagando por ahí.