Ligera de equipaje

#MeVoyDelPaís

Hace unos días, alguien me explicó que ser turista implica estar  dispuesto a todo lo nuevo sin objeciones. A su vez, me preguntó si yo todavía me sentía así o si ya era una ciudadana instalada. La pregunta me hizo dudar. Si tuviera que contestar rápido diría que, a veces, me siento una más del montón oriundo de Andalucía. Pero, después de pensarlo un poco, comprendí que no era tan así. Mentiría si dijese que estoy completamente acostumbrada a este lugar. Todavía no llego el momento en que los hechos cotidianos opaquen el espíritu aventurero y el estupor ante espectáculos ajenos. Toda nueva experiencia en este viaje me sigue atrapando, igual que el primer día.

La portada de la feria 2013 estuvo inspirada en la Plaza de España de Sevilla.

Todos los abriles Sevilla se ilumina, literalmente. El pasado lunes, cuando el reloj marcó las doce de la noche 24.000 bombitas de colores se prendieron para dar inicio a la fiesta local más importante del año: la feria.  Las luces dejaron en evidencia ante ojos curiosos la estructura del nuevo año.  Las calles abandonaron su austeridad para llenarse de puestos o casetas alineadas una al lado de otra. De lejos, parecían grandes carpas rayadas de colores. Sin embargo, por dentro, eran muy diferentes. Simulaban ser el comedor de alguna casa. Las paredes eran de tela y estaban decoradas con cuadros. De los techos colgaban faroles que iluminaban todo el ambiente. En el centro de la escena había unas cuantas mesas y sillas que alojaban a los invitados. Todos ellos bebían y comían rodeados de amistades. Los más entretenidos se dedicaban a bailar al ritmo de bandas de flamenco invitadas. Bastaba con cruzar la línea divisoria que separaba a una caseta de otra para sentir que estabas cruzando la frontera hacia un nuevo territorio, una nueva cultura. Cada una era un mundo paralelo ajeno a lo que sucedía en su alrededor. Sin embargo, el conjunto transmitía al observador un espíritu festivo muy contagioso. Por momentos, me dieron ganas de ser parte. Me hubiese gustado estar, por unos segundos, en sus zapatos y poder vivir ese día al igual que lo hacían ellos.

La infraestructura de la feria era llamativa desde donde se la mire.  El lugar incitaba a los visitantes a ser partes de una gran fiesta donde reinaba la alegría y las ganas de festejar rodeados de amigos y familia.  Sin embargo, mi atención se centro en  sus invitados. Apenas los miré  advertí que no había lugar para las prendas informales. Sus trajes delataban tiempo y dedicación. La manera de vestirse dejo en claro que este no era un evento casual. Las mujeres eran auténticas bailarinas de flamenco. Llevaban vestidos ajustados al cuerpo con volados en los extremos, flores en sus peinados, mantones, aros y collares. Sus trajes llenaban de color y elegancia a la noche. A pesar de ser varias, ningún diseño se repetía. Cada una se encargo de diferenciarse del resto imprimiendo su diseño personal en su prenda. Por otro lado, los varones llevaban trajes formales. A pesar de que el estilo era más uniforme, no pasaron desapercibidos.

Horas y horas de especulaciones sobre evento llegaron a su fin. Finalmente, era momento de que los presentes disfrutaran la semana que tanto anhelaron. En mi caso, yo cumplí el papel de testigo. En ese lugar, mi historia era irrelevante. Estaba lejos de poder experimentar ese festejo como cualquiera de ellos. Entendí  de qué se trataba pero nunca podría vivirlo igual. Para ello hace falta tener su cultura, su manera de ver las cosas. Esas tradiciones que, como todos, tienen arraigadas  y que no se aprenden de un día para el otro. Me dediqué, entonces, a capturar fotos mentales de esta tradicion tan diferente a las mias.

Después de asistir a este evento, recapitulé la pregunta que me habían hecho e intenté formular nuevamente la respuesta. Me di cuenta que, aunque me fui adaptando a este lugar, no me siento una más.  No lo siento como propio, cada dia me encuentro con cuestiones completamente nuevas. Prefiero seguir viajando con poco equipaje, sin nada que me ate. Y en cada lugar, ir quedándome con algo característico que me haya gustado. Podria decirse que es una forma de vivir esta experiencia que voy eligiendo todos los dias. Si ser turista, entonces, implica seguir conservando la capacidad de sorprenderse, de dejarse llevar , entonces, soy una de ellas. Me niego a naturalizar lo que me rodea, a perder el entusiasmo, a no disntiguir lugares, a ver paisajes sin detenerme a observarlos, a no buscar lo distintivo de cada cultura.

Sin dudas, no había nada que pensar. La respuesta era evidente.