¿Se puede ser feliz siendo “la otra”?

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El hombre con amante obtiene el título de “macho”. Exhibe sus infidelidades como trofeo ante sus pares, raramente sufre por su doble vida.

La igualdad de sexos no ha llegado aún a equilibrar derechos y gratificaciones en el terreno de las relaciones clandestinas.

Cuando una mujer pone sus ojos en un hombre “no disponible”, esgrime (a modo de justificación anticipada) que no hay que enamorarse, porque es para sufrir, pero cuando quiere reaccionar ya es tarde, el corazón dominó el pensamiento.

Buen sexo, la seducción de lo prohibido, el escape de la rutina, necesidad de mimos… son algunas de las razones que empujan a una mujer a jugar papel de amante.  Las reglas de juego se aceptan, hay un disfrute que paulatinamente se va transformando en una sensación de soledad y desesperación.

No hay futuro, sólo presente. La adrenalina es el combustible de ese vínculo marcado por la emoción de jugar al límite. Los encuentros fugaces, a escondidas, con la tensión de no ser descubiertos causan excitación.

Entre las ventajas de ser ‘la otra’ es que se lleva lo mejor de él. Las sonrisas, los gestos amorosos, las actitudes generosas y el buen humor siempre están disponibles para la amante.

Los conflictos, la rutina y los desacuerdos sólo tienen lugar en el hogar conyugal. Además, con la amante no se habla de los problemas económicos, de las presiones laborales o de las preocupaciones por los hijos. Sí es frecuente (casi obligatorio)  contar su mala relación con la esposa, su sensación de soledad, de insatisfacción sexual y de incomprensión.

La amante no lava su ropa ni plancha sus camisas, más bien ayudan a arrugárselas. Además, ella le puede ser infiel al amante sin remordimientos. Porque él lo está siendo con su esposa.

Los momentos en los que esté con “la otra” realmente serán producto del deseo. En eso no hay lugar para el engaño, la irrealidad de una aventura se convierte en lo más auténtico de la vida, sin los cinismos y obligaciones que a veces generan las relaciones oficiales.

Pero cuando se es “la otra” no hay compañía en fechas especiales, ni Navidad, ni cumpleaños. Los fines de semana son de su familia y sus planes son con ellos. La amante vive escondida y casi siempre con culpa. Si está enferma o necesita algo no puede llamar, si él está enfermo no puede verlo. Es solo la amante.

La competencia con la esposa es un componente más de este tipo de vínculos. La amante siempre estará obligada a brindarle al hombre lo que la oficial no le da y se sentirá obligada a estar siempre disponible, porque las posibilidades de encontrarse son escasas y hay que aprovecharlas. Tendrá que mantener una alta performance en la cama, jugar el rol de amiga y escuchar atenta todos sus problemas (si es que quiere contarlos), aunque no le importen.

A una persona que vive una relación clandestina le cuesta conseguir el respeto ajeno. Pese a la libertad sexual que hoy se vive, cuando una mujer confiesa que sale con un hombre casado, provoca una reacción muy distinta que cuando el varón se involucra con una mujer casada.

Las amantes viven pendientes de promesas que en general, no se cumplen, y de la ilusión  de que entre él y su esposa “no pasa nada”. Los hombres casados casi nunca dejan a su esposa por la amante

Y para muchas, el sufrimiento es el alimento diario. Los celos de la amante suelen empatar en intensidad a los de la esposa que se sospecha engañada. Y en infinidad de casos, la “otra” sufre tanto o más que la que es traicionada.

¿Se puede ser feliz siendo “la otra”? ¿Es posible mantener una relación clandestina sin enamorarse, para no sufrir?