Suele pensarse que el karate (空手) y el resto de las artes marciales conforman un tipo de práctica violenta, que no tiene mayor utilidad que causar daño, y que sólo los individuos de disposición violenta se entregan a su aprendizaje. Que quienes se dedican al budo (武道) o camino marcial sólo lo hacen para encerrarse en un octógono a intercambiar golpes con otro individuo con sus mismas pretensiones; o que utilizan ese conocimiento para ejercer violencia, como aquellas personas que aparecen de tanto en tanto en los medios de comunicación por liderar una hinchada de fútbol (de las malas), o ser acusados de asesinar a toda una familia llamándolo el “karateca…”, etc.
Las artes marciales – y en particular el karate, que es la disciplina que conocemos mejor- no podrían estar más alejadas de lo que esta visión tan sesgada nos muestra. Para mostrar esto, puede ser útil que una vez más compartamos parte de la filosofía en la cual el karate se basa, y las enseñanzas que nuestro maestro Shigeo Nakazato ha impartido junto con las lecciones de karate y kobudo.
Hay dos enseñanzas muy importantes para comprender en qué consiste realmente la práctica recta del karate. Una es una sentencia de tradición zen, karate ni sente nashi. La trasliteración a nuestro idioma sería “en el karate no existe el primer ataque”. La tradición zen de este lema tradicional de nuestro arte marcial estriba en la aparente paradoja que existe entre el origen y la naturaleza propias de un arte marcial, y esta noción sobre la inexistencia de una iniciativa de ataque en el seno de nuestra disciplina. Esto es muy sencillo: Que no existe el primer ataque significa, básicamente, que el karate no es para ejercer violencia; no es para atacar, matar, ni herir, ni lastimar, sino que es para defensa personal, adquirir disciplina, auto-control (incluso del propio potencial destructivo de nuestros golpes), alcanzar la paz interior, y forjar nuestra personalidad por medio del entrenamiento. No hay ataque porque quien se defiende en primera instancia busca escapar, y, como último recurso, tratar de proteger la integridad propia y la de los seres queridos. El karate históricamente nace por esta razón. De hecho, a pesar de que nuestro estilo se caracterice por ser netamente ofensivo, antepone a todo esta idea de que no existe el primer ataque, y se nos enseña que no debemos buscar nunca ejercer violencia.
Que una disciplina que haya nacido para la guerra no significa que su utilidad y su sentido se agote en ésta. El campesino okinawense desarrolla el karate y el kobudo como un modo de defensa ante el avance de la clase samurai, casta de guerreros al servicio de los señores feudales japoneses que buscaban dominar otros territorios más allá de sus provincias para ganar poder e influencia. Pero todo lo que el karate tiene para enseñarnos nos es de utilidad en incontables ocasiones de la vida diaria que van mucho más allá de la eventual necesidad de recurrir a aquél para defender nuestra integridad, nuestras familias, nuestra vida.
Tenemos mucho para pensar a partir de lo dicho en estas pocas palabras introductorias sobre la cuestión. Todavía falta hacer referencia a la segunda enseñanza, una reflexión sobre la importancia de la vida y el modo de preservarla por medio de la práctica recta del karate que tenemos en nuestra escuela, a la cual denominamos “combate zen”. Pero esta enseñanza es larga y ocuparía demasiado espacio, por lo cual la dejamos para la próxima vez.
Terminamos este intercambio con un dicho okinawense que un pescador de dicho origen le hizo oir a un samurai enfurecido: Ijinu Njira Tihiki, Tinu Njira Iji Hiki. Su significado en nuestro idioma, aproximadamente, sería el siguiente: “Si está en tu ánimo agredir, detiene tus puños; si la agresividad está en tus puños, aplaca tu espíritu”.
Para profundizar en estos temas:
1) Shigeo Nakazato, Karate y kobudo okinawense, editorial Kier, 2005, Buenos Aires (Para una introducción a la filosofía y los contenidos prácticos de nuestro estilo).
Visite el sitio de nuestro estilo: www.dojosken.com.ar
Foto: “Kuro-obi” (2007). Créditos a quién corresponda.