Por: Mariano Marquevich
¿Se acuerdan de Mac Gyver? Para los ¿pocos? que no lo conocen era un personaje de una serie televisiva (mezcla de genio y de boy scout) que intentaba defender a la humanidad de los “malos” valiéndose sólo de su inteligencia.
Imagínense ahora, a este personaje en cuclillas, intentando desactivar una bomba, dirimiendo arduamente qué cables cortar con la pinza. Pero, en lugar de un dispositivo explosivo -como pasaba con frecuencia en la serie de televisión- figúrense que tuviera entre sus manos a su propio cerebro.
¿Qué le dirían?
Nose ustedes… yo lo primero es ¡¡¡No toques nada Mac!!!
Cuando las cosas nos funcionan mal (ya sea porque nos cansamos de repetir infinitamente los mismos errores, perdimos algo importante, sufrimos un grave conflicto etc) e intentamos producir un cambio en nuestras vidas, solemos incurrir en un error capital: pretendemos acabar con la causa que lo provocó.
Esto, en apariencia, no tiene nada de malo, claro, de hecho es el método que utilizamos para desactivar cualquier problema en nuestra vida. El problema es que, cuando de nosotros mismos se trata, la causa que lo provoca es la misma que intenta restablecer el orden.
Para entender con mejor precisión, a qué nos referimos, con “ego” no deberíamos limitar la asociación de la palabra unívocamente a un rasgo narcisista, como alguien que se mira mucho al espejo y es sensible a la crítica. Cuando aquí hablemos de ego, nos referimos al conjunto de características, emociones, pensamientos y/o conductas cuando son utilizadas -como falsa fuente- para extraer de allí nuestra identidad (por eso diremos que existen tantos “egos” diferentes como personas en el mundo).
El ego, no solo es aquel petiso prepotente que se cree el dueño de nuestra vida. También -aunque pocos autores lo mencionen ¡o ni siquiera se hayan dado cuenta!- es invencible. El ego es el rival que al enfrentarlo se agiganta. Ese policía malo de la película Terminator que al recibir contundentes represalias se hace plomo líquido, y cuando lo creíamos muerto, vuelve más enojado y nos persigue mordiendo fuerte la mandíbula.
Ciegos de ignorancia, pretendemos, vencer al ego con el ego; en otras palabras, curar con aquello que estaba perjudicando. Algo similar a lo que sucedería si contrataras para cuidar a tu hogar a una empresa de seguridad integrada por ladrones profesionales. Más allá que puedan darte una momentánea tranquilidad, o un alivio prolongado, tarde o temprano…
En el ejemplo parece sencillo. En la vida real no lo es. Con la mano derecha no te podes tocar el codo derecho. Se trata de la obra de teatro del dueño del teatro. Del vigilador que vigila al vigilador. Del virus del que está infectado el virus ¿Qué Dios detrás del Dios mueve las fichas? Pregunta Borges en su poema Ajedrez. ¡¿Quién nos mueve a nosotros y nos engaña?!
Miente quien dice haber vencido al ego. Al ego no se le gana, no se lo puede tampoco rasguñar y ni siquiera oye los insultos si se los proferimos. Es un asesino despiadado dispuesto a destruir todo en nuestras vidas procurando espejismos. Creando para luego destruir – creando para luego destruir… Así opera. “Busca pero nunca encuentres” es su ley primera, según el texto Un curso de Milagros.
No le creas. Pero nunca jamás le des pelea. No por miedo… sino por conveniencia.
Detente. Esto va en serio.
El ego es invencible, implacable.
Pero no son todas malas noticias. Paradójicamente, en esta consigna están condensadas la característica del ego y también su definitiva solución.
Con solución quiero decir, que al considerarlo invencible, nadie en su sano juicio quisiera enfrentarlo, y al no afrontarlo ni apañarlo el ego no recibe alimento, pues necesita exclusivamente de vos para subsistir. De este modo se debilitará -quizás hasta su última desaparición. (¡Ey, no dije vencer!).
Toneladas de literatura espiritual machacando sobre el concepto del ego y resulta que era invencible.
Al menos ahora es un buen comienzo, ¿no?
No parta de la base que hay algo que tiene que vencer. Córrase a un lado y no interceda. Eso no tiene solución alguna. Tenga siempre presente el título de esta nota. Invencible. ¿Por qué? Pues es una proyección tuya. Si lo asesinas, te estarías asesinando.
Una constante propuesta de los grandes maestros espirituales para apalear el flujo irrefrenable del ego es lo siguiente: Observalo. Desdoblate y observalo. Aunque puede no resultarte sencillo, aunque te cueste que ese que piensa o siente, no seas vos mismo. Proba hacerlo. Despegate de esa voz y/o sentimiento, aunque sientas que proviene de lo más hondo de tu ser. No lo rechaces ni lo desprecies, tampoco intentes activamente intentar callarlo, simplemente no te identifique con ello y expandite. Como si fuese algo que llevas con vos pero no pertenece a tu esencia, como un reloj pulsera. La idea de este ejercicio es que el ego pueda resultarte una herramienta y no ocupe el lugar del dictador de su vida. Para ello, al observarlo, hacelo de manera tal que la maraña de pensamientos o emociones, queden como algo pequeño, en contraste con esa otra instancia contempladora de vos mismo.
Puede que te sirva visualizar que tu cuerpo o una luz interior tuya se agiganta y aquello que observa, fuese algo cada vez más pequeño y fácil de manipular.
Ahora ¿cómo saber si el que se desdobla y se expande no es el ego también?
La condición para despejar esta duda y que la operación se lleve a cabo con éxito, es que la instancia expandida, o sea, el que observa, se abstenga de emitir juicios de valor sobre el fenómeno observado.
Contempla sus ocurrencias, sus retorcidos planteos y la demente carrera de ideas que emana incesantemente despertándote un crisol de emociones, al igual que si observaras a un niño jugar. Ulteriormente guía a ese niño a jugar con lo que lo haga más feliz.
¿Quisieras juzgar aquello que observa? ¿Seguís insistiendo con el tema? Rendite, no le vas a ganar. Y para peor, nada mejor para el ego que le quieras ganar. Conseguirá exactamente lo contrario, habran luego otras formas. Pero no
(mejor dejémoslo ahí, hta la prox un abrz
¿Qué es lo otro? Si lo ponemos en palabras la chingamos. Quédese con
(esta nota no está mal escrita)
LLAVE MAESTRA
- Abandona de batalla contra el ego. Sino, vas a conseguir que la cosa empeore…
- Convertite en el observador de ese pensamiento u emoción que te atraviesa sin emitir juicios. Reintegrá esa energía y úsala a tu favor.
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