Por: Mariano Marquevich
Habían dos personas paradas en la esquina. Uno con gorro albiceleste y otro con la camiseta de Argentina. Eran como las cuatro de la mañana ya habían pasado muchas horas del partido con Holanda y estos seguían festejando en una esquina.
Se hablaban en un tono de voz alto. Puede que suban el tono para acortar las distancias de no haberse conocido de antes. Ensayaban abrazos raros. Palmaditas. Risas. En eso, uno agarra al otro y dá algunos saltos. El que era abrazado, acompaña su lentitud con carcajadas para no quedar atrás en entusiasmo. Se hacen gestos exagerados. Como si las palabras no fueran suficientes o directamente no comunicaran. Hablan el idioma del sentimiento.
En estos críticos momentos mundialistas, más allá de las infinitas diferencias que gobiernan a los individuos, agrupar a la gente en dos, no resulta una operación tan arriesgada. Están los locos fanáticos o los psicópatas racionales -que susurran entre café o whisky lo inagotable de la estupidez de la raza humana. Pretender saber quién de los dos está en lo cierto es un negocio que sólo puede producir pérdida. Los dos existen y tienen sus razones a pesar que algunos se salteen ciertos pasos correspondientes a la lógica. Lo que resolverá esa ecuación no serán justamente profesores de matemáticas.
El problema del racional, es que, según su propio esquema, debe ser implacable. Frío y consecuente (a no ser que nos hayamos equivocado su inclusión en el grupo, y disfrazado, en realidad pertenezca al grupo de los fanáticos)
Me gustaría saber si ese que critica al mundial con qué paga después el café o la medida de scotch. Sí. Con qué paga. Porque si lo hace con dinero, quisiera saber si después de hacerlo se da vuelta y le dice a su acompañante tapándose la boca: “como lo cagué a este…” O, cuando le pagan a él por hacer su trabajo, si se queja argumentando una estafa.
Él también necesita creer en una mentira para vivir. Los billetes son papeles.
“El fútbol no te deja nada” dice Iorio.
Es cierto. Cierto y falso. Porque depende de vos que algo quede.
Cuando el hincha festeja un partido o un campeonato, por ejemplo ahora que ganó Argentina, de afuera, se lo observa como un dichoso. Si pierde, imaginemos si el domingo llegara a perder, se lo vería como un infeliz. Mientras tanto, el racionalista sería más agua de estanque. En términos de emoción, el racionalista gana cuando ellos pierden y pierde cuando ellos ganan. Si sacamos la cuenta, a largo plazo estarían empatados…
Lo único que puede sacar una diferencia no es la forma, sino qué hacen con ello.
En el caso del racionalista que ponga su inteligencia en algo más que la crítica. Sino, habría que cambiarlo al grupo de los locos fanáticos.
El fenómeno del mundial demuestra que el humano es fantástico y creativo al extremo. Hizo que una pelota atrapada en una red pueda provocar magia o embrujo a naciones enteras. Le dió vida a la abstracción más insólita. Felicito a todos que hacen esto posible. Ni Ray Bradbury ni Julio Verne. Lo único que le pediría al fanático es que sirva para algo más. Por ejemplo, que apueste que va a hacer algo no sólo cuando gana sino cuando pierde también.
Que haga concretamente algo con eso. Sino, también habría que cambiarlo de grupo.
LLAVE MAESTRA
Cuando uno se dá verdaderamente cuenta que se trata de una metáfora, tiene el impulso de escribir una poesía.
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