Por: Juan Pablo Parrilla
El 1º de marzo fue mi Día D. Apliqué un método que se explica por su nombre, la “reducción de nicotina”. Consiste en disminuir el consumo de manera muy gradual durante varios meses. No garantiza el éxito, pero sí una abstinencia más llevadera. El sufrimiento cero no existe.
En el medio me dediqué a leer mucho sobre el tema. Y un buen día llegó a mis manos un artículo sobre los documentos confidenciales que las tabacaleras entregaron al gobierno de los Estados Unidos tras un acuerdo en 1998.
Entre otras cosas, demuestran que ocultaron durante décadas los daños que provoca el cigarrillo en la salud. O que modificaron su contenido para manipular el cerebro del fumador. Lobby, publicidad para niños, científicos corruptos, todo quedó expuesto en esta suerte de WikiLeaks tabacalero.
“Las empresas hacen en privado un reconocimiento de sus conductas y motivaciones que niegan públicamente”, sintetiza un reconocido análisis de los documentos hecho por la OPS.
Esas revelaciones son una razón extra para abandonar el vicio. No sólo se trata de cuidar la salud (¡y el bolsillo!), sino de no alimentar a una industria perversa plagada de engaños, mitos y mentiras. Este blog aspira a explorar sus entrañas.