Por: Juan Pablo Parrilla
El azúcar es un producto apto para el consumo humano, pero su combustión libera una serie de sustancias cancerígenas. Aun así, es uno de los aditivos más comunes de los cigarrillos: las tabacaleras lo añaden para potenciar la capacidad adictiva, tal como prueban una serie de experimentos con ratas que Philip Morris realizó en los ‘80 e intentó ocultar.
Los azúcares, como la glucosa, la sacarosa y la fructosa, pueden representar hasta un 20% de la hoja de tabaco. Pero los fabricantes de cigarrillos, a su vez, los agregan a sus productos en grandes cantidades, al punto de que son los principales aditivos de algunas marcas, como Marlboro.
Las tabacaleras alegan que la función del azúcar es saborizar y que su consumo está permitido. Lo que omiten es que su combustión genera acetaldehído –también conocido como etanal–, una sustancia cancerígena que pasa a la sangre en una porción pequeña, pero suficiente para lograr que el cerebro sea más receptivo a la nicotina.
En 1994 se publicó un estudio que repasó documentos internos de las tabacaleras que explican cómo se agregan aditivos a los cigarrillos para hacerlos más adictivos. Y una de las sustancias que menciona es justamente el azúcar. Frente a esa investigación, el VdC Working Group -la asociación que nucleaba en Alemania a varias multinacionales tabaqueras y empresas locales- presentó una declaración en 1999 en la que negaba las revelaciones de la investigación.
Sin embargo, una serie de documentos confidenciales de Philip Morris (Marlboro L&M, Parliament) prueban que la empresa realizó en 1983 numerosos experimentos con ratas que demostraron que la nicotina y el acetaldehído interactúan en el sistema nervioso central de manera sinérgica, maximizando varias veces la capacidad adictiva del tabaco.
Esas investigaciones estuvieron lideradas por el experto Victor DeNoble, quien trabajó entre 1980 y 1984 en Philip Morris, y estuvo a cargo del Laboratorio de Farmacología Conductual de la tabacalera, cuya misión principal era buscar un sustituto de la nicotina que no provoque ataques al corazón. Pero en el medio demostró algo que la industria tabacalera había negado y rechazó hasta 1998: que la nicotina es adictiva.
Sus hallazgos iban a ser publicados en la revista Journal of Psychopharmacology en septiembre de 1983, pero los abogados de Philip Morris lo obligaron a retirarlo. “¿Por qué debo arriesgar una industria de miles millones de dólares por unas ratas que aprietan una palanca para conseguir su nicotina?”, le contestó un ejecutivo a DeNoble cuando exigió explicaciones.
De todas formas, siguió trabajando en Philip Morris. Pero en abril del año siguiente cerraron el laboratorio y asesinaron a las ratas, y en diciembre lo despidieron y lo obligaron a firmar un acuerdo de confidencialidad.
Sin embargo, una década más tarde Victor DeNoble se presentó ante el Congreso de los Estados Unidos para refutar a los CEO de las siete tabacaleras más grandes del país norteamericano, que habían afirmado bajo juramento que fumar tabaco no es adictivo ni provoca enfermedades que matan y causan discapacidad. Su testimonio fue clave en la historia de la lucha contra el tabaquismo.
Desde ese entonces, DeNoble es un ferviente activista. Entre otras cosas, da charlas en escuelas, en las que explica que “no existe un cigarrillo seguro”, más allá de sus hallazgos. Además, es el protagonista del documental Adiction Incorporated, lanzado en 2011.
Hay más sobre el azúcar y la capacidad adictiva. En 1974 la tabacalera Brown & Williamson (Lucky Strike, Kool, Pall Mall) había hallado en otro experimento con cigarrillos Viceroy que la combinación del azúcar con otros dos aditivos, sorbitol y DAP (fosfato diamónico), incrementa el nivel de nicotina y alquitrán, y el número de caladas, tal como lo demuestra un documento interno de la tabacalera.
El resultado no es sólo más nicotina en el cerebro de fumador, sino más probabilidades de generar un cáncer. Una investigación publicada en 2007 en la revista Food and Chemical Toxicology halló que “muchos compuestos tóxicos del humo, incluyendo cancerígenos, se generan a partir de azúcares”. En particular, concluyó que “aumentan el nivel de formaldehído, acetaldehído, acetona, acroleína, y 2-furfural”.
En esa línea, según un estudio divulgado en 2001, el acetaldehído es mutagénico y tóxico para el embrión, y puede provocar tumores en el tracto respiratorio. Aun así, las tabacaleras prefirieron silenciar a DeNoble, y ponerle azúcar a sus cigarrillos.
Pero multiplicar la capacidad adictiva del tabaco no es su única función. La propia industria admite en el documento de 1999 que el azúcar se añade para “evitar una excesiva dureza en el sabor y para neutralizar compuestos molestos en el humo del cigarrillo”. En otras palabras, el objetivo es que el humo sea más fácil de inhalar.
A partir de esa premisa, decenas de investigadores han concluido que al agregar azúcar, las tabacaleras fomentan la iniciación, sobre todo entre los más jóvenes. Hay una estrategia probada de la industria de saborizar sus cigarrillos y hacer que las caladas no raspen la garganta para alcanzar a los niños y adolescentes, y conseguir lo que un ejecutivo de RJ Reynolds bautizó en un reporte secreto de 1984 como “fumadores de reemplazo”.