Por: Juan Pablo Parrilla
Camel cumplió 100 años el 13 de octubre y #MalditaNicotina sigue recordando por qué no hay nada que festejar.
La empresa RJ Reynolds fue pionera en el uso de doctores para promover sus cigarrillos. No importó que tenía pruebas de que el consumo tabaco es mortal y adictivo. Quizás su lema más famoso en EEUU es el que surgió a fines de 1946: “Más médicos fuman Camel que cualquier otro cigarrillo”.
Un documento alguna vez “confidencial” de Philip Morris, firmado por el ejecutivo Basil Littin, delata la “trampita” que montó RJR durante un congreso médico en el Grand Central Palace de Nueva York, en el que le preguntaron a los asistentes qué marcas fuman. “Los entrevistadores habían colocado en las habitaciones de los médicos cajas de Camel (…) Obviamente, esta historia ha sido contada muchas veces y de muchas maneras, pero ciertamente demuestra el punto”, advierte la nota.
Camel hizo su “sondeo” y concluyó que “de los 113.597 doctores a los que se les preguntó el nombre de los cigarrillos que prefieren fumar, más médicos dijeron Camel que cualquier otra marca”.
Las campañas no sólo mostraban médicos fumando, sino también los supuestos beneficios sanitarios. “Ningún caso de irritación de garganta por fumar Camel”, aseguraba un anuncio en 1949, que invitaba a hacer la “prueba de la suavidad” durante 30 días.
En los años siguientes continuaron los eslóganes pro-salud, como “Distiende los nervios” o “Renueva y restaura las energías del cuerpo”. Y mientras aparecían los primeros cigarrillos con menos nicotina, los médicos seguían recomendando al camello de RJ Reynolds: “¿Problemas digestivos? ¡Fume Camel!”.
Ya desde los años 30’ había atletas en los anuncios de RJ Reynolds explicando que “Los Camel no te quitan el aliento”. El concepto lo completaban los actores. La más famosa fue quizás la campaña de 1952 con Henry Fonda y Linda Darnell. Ambos aclaraban que “la voz es importante” en sus careras.
La idea era mostrar que ni los médicos, los deportistas o las estrellas de Hollywood se arriesgarían a fumar si no fuera sano. En vez de asociarse a un daño, Camel quedaba vinculado a la fama, pues lo consumían celebridades supuestamente sanas, atractivas y exitosas. Poco importó que figuras fumadoras como Humphrey Bogart, Giacomo Puccini o Sigmund Freud murieran de cáncer.
Mientras tanto, RJ Reynolds y el resto de las tabaqueras ya tenían en los años ‘50 las primeras evidencias propias de los daños que provoca el cigarrillo. Quizás un caso paradigmático es un documento de 1953 en el que el ejecutivo Claude Teague, un químico-investigador de le empresa, resume los estudios que vinculaban al cigarrillo con el cáncer de pulmón.
Su conclusión fue ocultada durante casi medio siglo, a través de los cuales las tabacaleras negaron sistemáticamente esa relación, mientras la ciencia no se cansaba de aportar pruebas. Pero en 1998 se conocieron los documentos internos de la industria, entre ellos, el informe de Teague, que aseguraba que “los estudios de los datos clínicos tienden a confirmar la relación entre un intenso y prolongado consumo de tabaco y la incidencia de cáncer de pulmón”.
Numerosas investigaciones han probado la importancia del consejo médico a la hora de dejar de fumar. Sin embargo, otros estudios han señalado que el médico que fuma no suele hacer recomendaciones a sus pacientes vinculadas al tabaquismo. También encarnan una contradicción contraproducente como referente social.
Los anuncios con médicos fueron las primeras advertencias sanitarias, pero no aspiraban a la prevención, sino a la promoción. Fueron parte de una conspiración casi novelesca para ocultar lo que hoy es una obviedad. Por eso, en algún punto la estrategia terminó siendo inverosímil y las tabacaleras mudaron la táctica. Así aparecieron los filtros o los cigarrillos light, pensados para engañar y contener a los fumadores preocupados por su salud.
Hoy, en cambio, no hay margen para la duda: la mitad de los fumadores mueren por enfermedades vinculadas al tabaquismo. Esa discusión es historia.
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