Por: Alejo Bernasconi
Una semana repleta de sucesos que rodean a Iron Maiden: cumpleaños de Steve Harris y del mismo Clive (el viernes 8 de marzo), lanzamiento de la cerveza de la banda y nuevos anuncios de fechas por Europa, sin embargo el que más impactó fue el más triste. Es un lugar común utilizar en estos casos la frase del realismo mágico de García Márquez “crónica de una muerte anunciada”, pero de algo así se trata. En la noche del martes 12 de marzo de 2013, el baterista Clive Burr pasó a mejor vida tras una larga lucha contra la esclerosis múltiple:
Cuando a fines de los ’70 Steve Harris formó Iron Maiden, pensó en Doug Sampson como su baterista, sin embargo el que terminó por unirse fue Burr (un joven muchacho que venía de tocar en Samson, primera banda del cantante Bruce Dickinson), quien finalmente grabó los tres primeros discos de La Doncella. Con una técnica bastante particular de batería logró conquistar al mundo del metal con Iron Maiden, Killers y The Number of the Beast (considerado uno de los cinco mejores álbumes en la historia del heavy metal). Con el correr de los años, Clive tuvo que dejar la agrupación por asuntos personales dejando su lugar para quien hoy ocupa los platillos: Nicko McBrain. Su legado nos deja una larga lista de clásicos, como “Prowler”, “Wrathchild”, ”Running Free”, “Killers”, “Purgatory”, “Halloweed be thy name”, “Murders in the Rue Morgue” o “Run to the hills”, entre otros.
La noche del 12 de marzo abrazó a Clive Burr hasta su lecho de muerte, pereció mientras dormía tranquilamente. En un comunicado oficial, Harris expresó sus condolencias a Mimi (su pareja) y su familia afirmando que era una persona maravillosa. Dickinson resaltó que “aun en sus peores momentos de salud, Clive nunca perdió su sentido del amor ni su alegría”.
Así nos dejó otra leyenda del heavy, una de esas figuras no tan trascendentes ni popular ni mediaticamente, pero que sus seguidores bien saben lo importante que fueron para la escena y ellos son quienes lo mantienen vivo en su recuerdo