Por: Darío Mizrahi
Las 5 grandes amenazas del Siglo XXI. Quinta Parte
Ver:
Amenaza Nº 1: La disolución de la familia
Amenaza Nº 2: La violencia sin control
Amenaza N° 3: La fragmentación de la sociedad
Amenaza Nº 4: Las enfermedades
Calentamiento global, tornados y huracanes, inundaciones, sequías, destrucción de flora y fauna autóctonas, agotamiento de las fuentes de agua potable.
Todas estas amenazas reales que pueden destruir nuestro planeta son, por distintos motivos, una novedad de fines del Siglo XX y principios del XXI. También lo son las formas de acción social que surgieron como reacción.
La sociedad industrial y capitalista nacida en el Siglo XVIII posibilitó la producción de una cantidad y calidad de bienes y servicios sin precedentes en la historia de la humanidad. De la mano de un retroceso del pensamiento mágico y religioso, y del avance de la lógica instrumental, las ciencias aplicadas a resolver problemas de la vida cotidiana tuvieron un impulso inusitado.
El resultado de este doble proceso fue que, en sólo unas cuantas décadas, las sociedades pasaron de estar cíclicamente amenazadas por las hambrunas y las pestes, a vivir en un mundo de abundancia de alimentos, medicamentos y tratamientos que hicieron posible una increíble prolongación de vida. Incluso a pesar de la muy desigual distribución de esos beneficios, aún los países más pobres del mundo duplicaron y hasta triplicaron su esperanza de vida.
Como corolario, entre 1960 y 2010 la población mundial pasó de 3 mil millones de personas a 7 mil millones. Es decir que en sólo 50 años aumentó más que en toda la historia pasada de la humanidad.
Pero acá el problema no es sólo el riesgo futuro de pensar que si la población sigue creyendo a este ritmo llegaremos a una instancia en la que ya no habrá más lugar ni recursos para albergarnos y satisfacernos a todos. De hecho, la tendencia muestra una desaceleración en el crecimiento poblacional, producto de un mayor control de la natalidad.
La amenaza es mucho más profunda y tiene que ver con cómo es nuestra organización social. Semejante incremento en la producción de bienes y servicios sólo fue posible porque al mismo tiempo las personas se desataron de los rígidos compromisos sociales que determinaban su vida en el pasado. Todos los seres humanos comenzaron a pensar y a actuar individualmente, persiguiendo la satisfacción de sus deseos más íntimos.
Este esquema de individuos deseantes y una industria ávida de satisfacerlos y, a su vez, estimular el surgimiento de nuevos deseos en ellos, funcionó relativamente bien hasta que, hacia fines del Siglo XX, muchos empezaron a notar las consecuencias de esa falta de regulación social.
Si las adicciones a las drogas, a la comida o a las compras son una consecuencia del consumo descontrolado, el calentamiento global y todos sus efectos son un resultado de la producción industrial desaforada.
Si el mundo en el que vivimos es precisamente un resultado de la desregulación, de que las personas dejaran de estar obligadas a responder a las necesidades de la sociedad y cada uno pasara a ser libre de producir y consumir lo que sus deseos e intereses individuales indicaran, ¿cómo parar este proceso?
¿Es realmente posible administrar socialmente el consumo y la producción como en el pasado o como lo intentó fallidamente el socialismo real? Por otro lado, ¿hay alguna esperanza de revertir el viaje hacia el colapso sin controlar lo que consumimos y lo que producimos?
El día después de mañana, de Roland Emmerich, es un testimonio de este fenómeno por partida doble: como ficción, por mostrar las calamitosas consecuencias que tendrá sobre el planeta un calentamiento global descontrolado; y como documento de época, por ser una clara expresión de cómo el temor al colapso ambiental está calando hondo entre los habitantes de todo el mundo.
No es casual que los intentos diplomáticos de disminuir la producción de gases de efecto invernadero, como los planificados por el protocolo de Kyoto, terminen en un rotundo fracaso.
La inevitable realidad nos muestra que, lejos de encaminarnos hacia sociedades más reguladas, el Siglo XXI pronostica un mundo cada vez más individualizado y descontrolado.
Pero no todo es negro en nuestro futuro. Aunque pueda parecer contradictorio, las mismas causas sociales que dieron lugar a estos problemas posibilitaron el surgimiento de movimientos y acciones sociales que pretenden dar una respuesta a este estado de cosas.
El ecologismo en todas sus manifestaciones e intensidades es una de las grandes novedades de nuestro tiempo. Tiene todas las características de una militancia del Siglo XXI:
1. Surge del mismo individualismo que pretende atacar: como las personas son independientes, desarrollan más fácilmente una mirada crítica y autónoma del mundo que las rodea. Por eso son capaces de ver las consecuencias nefastas de nuestro modo de vida e intentar un cambio.
2. Se manifiesta en un activismo flexible: cada uno puede ser activista a su manera y todo lo que haga aporta a la causa. Desde el que empieza a reciclar en su casa y a ahorrar energía, hasta el que se enrola en Greenpeace, más emparentado a una militancia tradicional.
3. Es apartidario: si bien hay partidos verdes en muchos países, la potencia del movimiento los sobrepasa largamente. El ecologismo escapa a los casilleros político-ideológicos tradicionales, por eso tiene dificultades para traducirse políticamente. Pero al mismo tiempo es como consecuencia de esto que puede agrupar en su seno a personas de la más variada ideología e incluso a aquellos que rechazan la política tradicional.
4. Atraviesa las clases sociales: como el colapso ambiental es un riesgo para todos porque amenaza nuestra existencia física, no reúne sólo a los miembros de un grupo de interés determinado. Como lo muestran los movimientos contra la megaminería contaminante, son los pueblos enteros los que se sienten amenazados cuando su suelo, su agua y el mundo que los rodea están en peligro.
Pero por más interesante que pueda ser el movimiento ecologista, y por más adeptos que pueda ganar en el futuro, la conclusión es siempre la misma: no es suficiente.
Mientras no haya un convencimiento político y subjetivo de que es necesario que instancias supraindividuales se pongan por encima de nosotros como individuos y regulen aunque sea un poco nuestras vidas, el futuro de la humanidad seguirá siendo oscuro.
Así como el gastador compulsivo un día llega a entender que con su modo de vida sólo obtiene placeres pasajeros y un profundo sufrimiento en el largo plazo, y que sólo ahorrando podrá gozar de un bienestar duradero, al precio de no disfrutar tanto hoy; debemos comprender como sociedad que llegó el momento de empezar a ahorrar para tener un mundo sustentable y vivible en el futuro.