Por: Mijal Orihuela
Además de los factores sociales, inciden sobre las tasas de criminalidad y violencia el espacio físico y las actividades que allí se realizan (o usos del suelo). Con lo cual, el diseño urbano puede prevenir la violencia o incentivarla, porque incide en el comportamiento de las personas.
En 1960 Oscar Newman realiza una investigación sobre barrios de vivienda popular en EEUU, tras la que encuentra que los espacios para ser “defendibles” deben ser apropiables y que para no inducir a la criminalidad deberían ser adyacentes a áreas urbanas con actividades que no representen una amenaza continua, las viviendas deben contar con ventanas que permitan mantener el control visual de los espacios exteriores, y, finalmente, que no se deben utilizar formas y estilos arquitectónicos que fomenten la estigmatización por su pecualiridad.
En 1979, los ingleses Alice Coleman et al. encuentran que en los barrios de vivienda popular en que las casas cuentan con acceso propio se encuentra basura en el 35% de los casos, y que este porcentaje aumenta a casi el 90% cuando ocho unidades comparten la entrada; factor asociado con el sentido de apropiación del espacio público que se genera en uno y otro caso.
La estadounidense Jane Jacobs señala en su libro The Death and Life of Great American Cities, publicado en 1993 que para que una calle sea segura debe existir interacción entre los vecinos a fin de generar lazos de confianza, uso permanente del espacio público y múltiples actividades que lo fomenten, al igual que casas con orientación y acceso visual hacia el exterior, para que haya “ojos puestos en la calle” y una clara demarcación entre lo público y lo privado.
Reyna Valladares Anguinao, en su estudio de barrios en Colima-Villa de Alvarez, Mejico finalizado en el 2002, encuentra que los lugares con muros colindantes, lotes vacíos o baldíos, con consecuente poco control visual por parte de los vecinos, promueven delitos como homicidios, y otros contra la salud, disparos de armas de fuego y robos; que la mala comunicación de los barrios y sus habitantes con el exterior dificulta hacer denuncias y la llegada de la policía; y que la ausencia de luminarias aumenta la percepción de inseguridad de los ciudadanos.
Por otra parte, McDonald et. al. recientemente encontraron mediante su investigación en barrios de Los Angeles, EEUU, que las tasas de criminalidad son un 45 % mayor en las áreas sólo comerciales con respecto a las de uso mixto comercial-residencial, y que la incorporación de viviendas conlleva a una reducción del 7% de la violencia.
En conclusión podemos afirmar que al planificarse la ciudad y al proyectarse edificios de vivienda social debe considerarse el impacto sobre las tasas de criminalidad. Los espacios públicos deben ser utilizados por personas diversas durante la mayor cantidad de horas del día posible y estar bien iluminados, pero además, es recomendable que en cada barrio se realicen actividades variadas.