“Cenando” con George Soros, chez Allard

#PorQuéParís

¿Hay algo más improbable que toparse con el gurú de las finanzas y maestro de la especulación en el preciso momento –septiembre de 2008- en que estallaba la burbuja de las suprimes y se iniciaba la crisis mundial? Parecía una escena surrealista la de aquel restaurante parisino donde, al mismo tiempo, un Francis Ford Coppola aparentemente ajeno a las turbulencias de los mercados cenaba en compañía de su hija…

Recordé aquel insólito encuentro mientras escribía mi anterior post sobre los restaurantes de París, porque la presencia de uno de los hombres más ricos del mundo en un antiguo, tradicional y pequeño establecimiento del Barrio Latino originó un revuelo.

No se debió a que hubiesen reconocido a George Soros sino a lo contrario y a las protestas de su acompañante francés al ver que el maître, tan ajeno a la modernidad globalizada como el restaurante que regentea, quería ubicarlo en una de esas banquetas colectivas en las cuales acomodan los franceses a los comensales, codo a codo, aunque no se conozcan entre sí. Ante el reclamo, lo ubicaron en un mejor lugar, ya que debía ser “un monsieur bien important”, como refunfuñaba el maître.

El rincón donde quisieron sentar a George Soros

De la ignorancia lo sacamos mis camaradas de cena y yo. En nuestra mesa, aunque la recesión estaba a la vuelta de la esquina, el lamento era más por la política que por la economía y por un estilo de gobierno que no conformaba. Pero la queja no era argentina en este caso sino francesa: la de mis amigos de una consultora especializada en concertación y gobernancia, Res-publica, que me habían invitado a cenar.

De pronto, nuestra atención fue atraída por un personaje sentado en la mesa vecina. ¿Es quién yo creo que es? No puede ser. Incroyable. Fueron nuestros comentarios. Ver a George Soros en pleno estallido de la crisis de las subprimes era algo así como toparse con el Chapo Guzmán en medio de la guerra narco en México. Para medir nuestro grado de excitación ante el encuentro, baste señalar que yo trabajaba entonces en un diario financiero y que mis amigos son economistas.

Junté coraje, redacté una nota en inglés, llamé al maître y le pedí que se la entregara al señor de anteojos de la mesa de al lado. “Ça doit être un Monsieur bien important” (“Debe ser un señor muy importante”), nos dijo y nos contó que había sido increpado por el hombre que estaba con Soros: “Pero, ¿usted no sabe quién es este señor?”,… etc. El maître no tenía la menor idea y tampoco el nombre le decía nada, pero aún así les dio una mesa separada, muy cerca de la nuestra.

A la izquierda, la mesa que ocupó Soros

“Es uno de los hombres más ricos del planeta”, le informamos, pero sólo recibimos de él una mirada escéptica y un típico “bof”, expresión muy francesa que suele ir acompañada de un encogimiento de hombros.

Mi pedido de entrevista fue prontamente rechazado. No esperaba otra cosa, pero tenía que hacer el intento. Como premio consuelo, recibí el dato de que, poco después, el señor Soros ofrecería un desayuno privado para presentar un libro donde explicaba el riesgo que para las finanzas mundiales constituía el accionar de gente como él…

Fui la única cronista latinoamericana acreditada en esa reunión y envié nota a mi diario.

El momento no podía ser más propicio para escuchar a un experto de la especulación en los mercados. No quiso dar pronósticos por estar “very confuse at the moment”; aún así, dijo que el sistema financiero estaba al borde de la ruptura y que sería difícil restablecer la confianza.

Agregó otras cosas insólitas, por salir de la boca del inventor de los hedge funds, como que el monetarismo era “un error”, que la culpa de la crisis la tenía “el fundamentalismo de mercado” o “laissez faire del siglo XXI” (sic) y que no había que dejarle tanta libertad a los mercados financieros porque éstos tendían “por naturaleza a la exuberancia”.

Pero volvamos a Allard, que allí está lo más sabroso –literalmente hablando- de esta historia. Ubicado en el nº 41 de la calle Saint-André des Arts, corazón del Barrio Latino, fue el restaurante favorito de Pablo Neruda, en sus tiempos de embajador chileno en Francia, poco antes del golpe contra Salvador Allende, a comienzos de los 70: el poeta no faltaba los lunes para no perderse el cassoulet toulousain; un guiso en las antípodas de lo light, ideal para el invierno europeo, según cuenta su amigo, el escritor Jorge Edwards, en el libro Persona non grata.

Allard es uno de los restaurantes más antiguos de París, al punto que se ingresa por la estrecha cocina, todas las paredes están en falsa escuadra y, para pasar a una de sus dos pequeñas salas, los más altos deben inclinar la cabeza si no quieren dársela contra el techo. Sus encantos pueden apreciarse en este video.

Aquella noche, en el salón vecino, Francis Ford Coppola -de vistosa camisa turquesa-, su hija Sophia y amigos compartían pata de cordero y pollo al horno; un verdadero animal de granja del que el mozo decía orgulloso: “Ojo, este pollo corre”, acompañando la advertencia con un sacudón de la mano que hacía pensar en un ave maratonista.

Pese a todo, Allard no es un restaurante fashion. Allí van los entendidos, amantes de la buena cocina francesa “burguesa”. Sophia Coppola es –o al menos lo era en aquel momento- vecina del barrio y eso explica que –infidencias del maître- la noche anterior hubiera cenado también allí con su amigo Quentin Tarantino.

En Allard no hay nada de lo exiguo de la nouvelle cuisine. El pato con aceitunas desborda la fuente, los estofados de cordero, ternera o presas de caza son servidos en importantes cazuelas y la tarta de manzanas -hecha en el momento- cubre todo el plato. El dueño, Claude Layrac, despotrica por los jóvenes ecologistas que militan contra los amantes de la caza como él pero a los que después “bien que les gusta venir aquí a comer ciervo o marcassin (la cría del jabalí)”.

Ranas a la provenzal

Pato con aceitunas

Aquella noche, nuestras miradas se desviaban cada tanto hacia la mesa de Soros, que seguía la crisis minuto a minuto atendiendo llamadas en un celular de modelo para nada ostentoso y leyendo reportes que le acercaba un colaborador desde la calle, seguramente faxes recibidos en el automóvil que lo aguardaba afuera. La especulación financiera internacional no sabe de husos horarios.

Después de la ensalada verde con fiambre de pato ahumado y las ancas de rana a la provenzal (uno de los atractivos del lugar) -que el gurú de la especulación comió con la mano y rociadas con un bordeaux Lagrave-Martignac- y cuando se disponía a abordar una tarta Tatin (otro superclásico de la cocina francesa), hubo espacio para un breve intercambio de palabras y saber que el motivo de su presencia en Francia era la salida de su último libro (La verdad sobre la crisis financiera) lo que daría ocasión al mencionado desayuno con gente del ambiente financiero y la prensa especializada.

 

Posdata: También en septiembre, pero de 2012, la presidente argentina Cristina Kirchner se reunió con George Soros. Fue en su último viaje a Estados Unidos. Sin el glamour de París, sin ranas, ni tarta Tatin de por medio. Y sin información. ¿Alguna vez sabremos de qué se habló en ese encuentro?