Por: Rodolfo Llanos
La comunicación política vive una época de transición. Los cambios de paradigmas, que generan el intento de llegar a los votantes, hacen cada día más complejo el sencillo arte de “enamorar” al electorado.
Décadas atrás un buen comercial, una buena gráfica de vía pública y la movilización de masas hacia actos políticos formaban parte de la liturgia electoral, donde el candidato debía encandilar a la gente con sus palabras. El discurso de un candidato era TODO. Un buen orador, podía torcer el rumbo de una elección en los últimos días. Los asesores se ocupaban de las pinceladas.
Con la aparición en el escenario político de Internet, todo eso cambio. Hoy las agencias tradicionales se encuentran cada día más desinteresadas de las necesidades que tiene un candidato político, en cuanto a comunicación de una campaña y han surgido nuevos jugadores como asesores, especialistas en estrategia, escritores, CM en redes sociales, etc.
Normalmente, los clientes no tienen en su mesa chica gente experta en comunicación, aunque su vocero o jefe de prensa se sienta capacitado para levantar el pulgar o bajarlo ante cualquier iniciativa, y eso también lo hace más difícil. Cuando se presenta una iniciativa de comunicación opinan los asesores de todas las áreas, los familiares, el equipo de campaña, el público objetivo, los adversarios y los medios de comunicación. Obviamente no se puede conformar a todos.
Personalmente creo que un jefe de campaña debe encontrar como primer asesor un jefe de comunicación que pueda: desenvolverse en redes sociales, manejar estrategias y spots de campaña en medios tradicionales, sacarle provecho a la vía pública, crear noticias, llegar a los medios para que se difundan las iniciativas de prensa, reclutar gente para acciones en la calle, predisponer al electorado con acciones de evangelización, diseñar estrategias y saber implementarlas, manejar grupos multisectoriales, crear discursos e iniciativas del candidato y convencerlo de que “ TODO ESO” es lo correcto. Resumiendo, el trabajo de un jefe de comunicación es una tarea titánica.
En mi experiencia como consultor publicitario o jefe de comunicación de una campaña he podido también ver el impacto extremadamente negativo que tiene el “opinen todos de todo”. Muchas veces uno convence al candidato de que llegó el momento de hacer algo conveniente a sus intereses, pero esta iniciativa complica los intereses del equipo asesor del cliente y se libra una dura disputa donde es muy probable que ruede la cabeza del publicista, ósea, nosotros.
Estoy convencido que las campañas de comunicación se deben diseñar como un todo, donde haya un hilo conductor entre lo que dice la promotora en una mesa callejera a lo que dice una gacetilla, lo que hablará el candidato en redes sociales o en una entrevista que le formulen para radio o TV.
Esto dicho así se ve simple y sencillo, pero en muy pocos casos se cumple, debido a que muchas veces el responsable de redes sociales tiene un plan, quien maneja el envió de gacetillas a los medios tiene otro y el publicista que diseña los spots desarrolla el propio. Conclusión: se paga más, se invierte mal y se logra un 20% de los resultados posibles.
Humildemente creo que “vivimos tiempos de pocas certezas, donde la emoción está a flor de piel, la racionalidad tiene sus acciones en baja y todo aquel que sepa logre tocar la fibra sensible de un votante tendrá el éxito de su cliente “casi asegurado”.
En comunicación política, las emociones son las llaves que le permitirán diferenciarse a un político de un sinnúmero de slogans vacíos de contenidos que pueblan las paredes de todas las ciudades en épocas de sufragios.
Aunque muchos digan que apelar “a los sentimientos es un golpe bajo”, estoy convencido que la gente debe vibrar a favor, o en contra, pero nunca ser indiferente a las palabras de quien se postula.
Estoy completamente seguro que emociona a las personas logra legitimidad. No olvidemos que la gente no define su voto por encuestas, siempre define su voto por simpatía.
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