Recuerdos de mis viajes por España.
Fui el último en subir al transporte. Presentaciones, todos ellos eran compradores Mayoristas de Turismo, en mi caso el único Periodista, tamaño privilegio. Dos Coordinadores, muy capaces. Recorrimos pocos kilómetros de prolijas autopistas y pueblos muy organizados a la vera de nuestra ruta, como fondo de escenario bellezas muy bien iluminadas por ese sol mañanero tan español. Bloques de edificios similares, le dan al paisaje cierta formalidad.
Ya estaba incorporado al grupo de distintos países. Se hablaban diferentes idiomas, los dos guías encargados de que todo salga bien lo hacían en cualquiera de ellos. Menos en el que yo entendía y quería escuchar. Español. Corría con la desventaja que por su trato coloquial, se notaba que hacía algunos días que se movían juntos. Rápidamente me fui adaptando al grupo, oficio, profesión.
Almuñécar y Salobreña
La distancia recorrida desde Torremolinos era poca y ya lo estábamos haciendo por las playas. España les abrió a ellas todo el crédito, por su extensión y belleza, bautizada como: “La Costa Tropical”. Un fuerte viento nos atropelló y marchamos hacia el interior de la ciudad. La Dirección de Turismo, está montada en una mansión con reminiscencias moras, muy bella, nos muestra lo lindo que les gustaba vivir a estos señores, luego el saladero de pescado en el centro de la ciudad es hoy un parque muy atractivo.
El Castillo de San Miguel de Almuñécar, ubicado estratégicamente en lo más alto, desde dónde se domina toda la región y requiere de un esfuerzo interesante para llegar a ese punto. La vista lo justifica, tomen su tiempo y a subir, vale la pena.
Comenzaron a sonar los clarines anunciando un nuevo almuerzo. Nos esperaban en un restaurante típico de la zona sobre la Playa, el clásico Chiringuito “Casa Emilio”, los platos repletos de mariscos y regados de abundantes cañitas, no dejaron de sucederse uno detrás de otro. Hasta que una gran exclamación, marco la entrada triunfal de la gran vedette.” La Paella”. Soberbia, bien presentada, abundante. Con sus brillos, aromas y colores, ligeramente representaban a los españoles, el rojo de las cigalas y el amarillo del azafrán que teñía al arroz, pese a su aspecto desafiantes y humeantes, perdieron todas ellas, éramos fieras a la hora de comer y poco quedo de tanto señorío, nuevamente fueron sometidas por las fauces de los hambrientos.
La Alpujarra – Lanjarón
Luego del caracoleo clásico de las subidas, curvas y contra curvas de un camino de montaña, nuestro vehículo se detuvo, nos acompañaba una lluvia molesta y bastante frío, valientemente encaramos, los 100 metros que nos separaban hacia el nuevo hotel que nos esperaba con todo su esplendor, arrastrábamos pesadamente nuestro equipaje, en una clásica subida.
El Hotel “Alcadima”, se nos puso a nuestros pies. Rápidamente se hizo el Chek inn, nada es más lindo que cuando los tramites no son trámites y pasan rápidamente, fuimos recorriendo ese cálido lugar, secundados por uno de los dueños del Hotel, un joven con mucha profesión Don Guido Rodriguez, atentamente se desvivía por atendernos, buena costumbre que lo acompaño durante toda la estadía.
Organizar el equipaje y revisar los regalos que encontramos en la habitación, son detalles que siempre nos deleitan, el bendito tiempo siempre es tirano, rápidamente salimos hacia los baños termales. Amplia recorrida y algunos de mis compañeros decidieron darse un buen baño termal. Sus aguas son famosas por su poder curativo. Precisamente por ello es conocida también como la” ciudad-balneario”.
Nuevamente sentí mi brazo armado, el tenedor y el cuchillo enhiestos preparado para saborear los ricos platos preparados por nuestros anfitriones. Hermosa velada, para mi terminó rápidamente, no encontré a nadie con ganas de trasnochar, tal como es mi costumbre.
Camino a mi habitación me regañaba por irme a dormir tan temprano. El cansancio, la quietud del lugar rodeado de tanta paz, hizo que la buena comida, el buen vino y las sales de las aguas termales me rodearan y conspiraron rápidamente para que el sueño en un pase mágico, me envolviera dentro de su magia.
Es un pueblito de montaña, que descansa mansamente sobre una de las laderas de la Sierra Nevada. Esta denominación le queda corta no es “UN”. Hay que darle algo más, mucho más, es: “EL” “Pueblito de Montaña”. Se robo todo, tiene todos los encantos concentrados y para mucha gente es una ciudad “Curativa”. Sus aguas termales hacen maravillas con los seres humanos. En mi caso particular me quedaron ganas de disfrutarlo un poco más.
La recorrida por sus callecitas en las primeras horas de la mañana nos permitió respirar el aire puro de la montaña, tan puro que quemaba nuestros pulmones, rodeado de flores y el encanto de lo tradicional, me llamo muchísimo la atención sus panaderías, hacen el pan con formas de animalitos, su color dorado, su olor y su crujiente voz despierta el deseo de probarlos.
Son cosas sencillas que dan ganas de disfrutar en estos pueblos de montaña. La caminata nos pareció muy rápida y sin darnos cuenta estábamos todos abrazados, agradeciendo y prometiendo una nueva visita. Esto me sonaba a despedida.
El Barranco de Poqueira. Pampaneira
Pronto estábamos en nuestro vehículo en busca de un nuevo destino. Serpenteábamos por sus laderas y como fondo la Sierra Nevada, con su manto blanco sobre sus lomadas como observador perenne de los viajeros, allí contamos con la presencia de nuestra nueva guía, que con todo orgullo empezó a describir lo que nos rodeaba, con ese acento español, ese que tanto quería escuchar, lento, bien pronunciado, le nacía del pecho el placer de hablarlo, pese a que manejaba distintos idiomas, me deleitaba con sus narraciones y su voz repicaba en mis oídos como maravillosas canciones.
Embelesado con ese sonido suavemente fuimos acercándonos. “El Barranco de Poqueira” un lugar muy encantador y recorrimos sus estrechas callecitas y entre ellas, semiocultos, descubríamos, negocios de artesanías locales, venta de jamones y vinos de la zona, ese pan dorado, crocante, esponjoso y sabroso que ocupaba todos los espacios de cualquier paladar exigente. Allí probé el mejor pan de mi vida, maravillosa sensación de deleitarse con algo tan sencillo como un buen pan, fresco y a su vez tan lleno de historia.
Los pasadizos se llenaban de ese olor a comida, que tanto atrae a nuestros recuerdos, ollas que parecen alambiques capaces de juntar en su perfume a nuestras casas paternas. Mamá, papá y los hermanos, un buen momento antes de la comida, allí pensábamos en que pequeña travesura nos podíamos embarcar.
Nuestra niña guía, no me permitió que la reporteara ni la fotografiara, su clásica modestia no se lo admitió, mucho no necesite para describirla, su amor al terruño, su pasión para hablar de ella, sus palabras exacerbadas por su orgullo.
Guía de montaña. Instructora de esquí. Vive en un pequeñísimo pueblo a mitad de camino de los 1200 mts de altura en el que estábamos. Ese es su lugar, elegido para vivir su vida que nos presentó orgullosa. Poquísimas casas, la suya cerca de la de su hermano, aquel que cultiva la quinta, el mismo que se encarga de llenar su heladera, con todo lo que produce su maravillosa tierra, su tan querida tierra, así llena su olla de sanos alimentos. Su felicidad con su trabajo era contagiosa pero…, pese a tu silencio te descubrí. Tu labor tiene talento, amor y dedicación. Así se quiere a la tierra que nos vio crecer.
La orden fue clara, a las 12.30 hs. En el Restaurant “Casa Julio”, nadie hizo ningún esfuerzo para cumplirlo, en mi caso estuve un rato antes, para chusmear con las camareras. Pronto me enteré del menú e indague sobre sus recetas. Por supuesto que frente a mí la clásica cañita, esta demostraba su estado, mojando con su temperatura las paredes de vidrio de la copa. ¡Helada!.
Le Pregunte a la moza que estaba detrás del Mostrador. ¿No hacen Puchero? Su cara me develo su extrañeza. ¿Qué es? Carnes, hortalizas, papas, hervidas. No me dejo continuar. ¿Un cocido? Seguramente así lo llamarán Uds., le conteste. A su vez me pregunto. ¿Le gustaría comerlo? Me encantaría. Mi entusiasmo no tuvo límites. El de ella tampoco. El grito recorrió todo el salón, los depósitos, la terraza y los bares de al lado. Los jamones colgados del techo se balanceaban. ¡Mami, un Cocido! ¿Con chorizo y morcilla? , me consulto. Con todo. Respondí, como debe ser.
Me fui hacia el primer piso, sin apuro, tirando algunas fotos. Cuando llegué ya estaban todos sentados deleitándose con la entrada. Un solo lugar vacio, por el plato humeante que allí estaba servido, ese, debía ser el mío, una señorita muy gentil me dijo. Su “Cocido” ya está servido.
A mi lado, dos colegas, ya se habían ubicado. Nosotros queremos probarlo. Con cara de pocos amigos, imperativamente, no aceptaban ¡NO! Fue su propia invitación. Me senté. Muy despaciosamente. Semblantie por sobre mi hombro el rostro de los demás, era el esperado. Así, muy lentamente, me deleite con cada bocado, chorizo, morcilla, cerdo, pollo, papas, todos, todos, recorrieron mi paladar, paso a paso, calentito, sabroso.
Que dimensión habrá tenido mi placer, que todos mis compañeros pasaron por mi lugar. Escuche expresiones como estas:” Ni te pregunto como estaba, tu cara lo decía todo”.” No comiste, te lo devoraste”. Daba ganas de comerlo con vos”. En pocas palabras: Se morían de envidia. Es cierto el placer me invadía. Esta es la España que quería encontrar. Es parte de tantos sueños repetidos.