¿Qué es la violencia obstétrica?

#SerMadres

Apenas me acuerdo del ingreso a la guardia. Sé que me dolía mucho la cabeza, pero tengo tantas lagunas sobre lo que pasó esa tarde que apenas puedo reconstruirla.

Un guardia de seguridad que me ataja en la puerta, una enfermera con cara de preocupación que mira un tensiómetro, muchos médicos. En minutos me encontré conectada a miles de cables, monitoreada, pinchada, inmovilizada. Sentía latir el corazón de mi bebé, lo único que me conectaba con la realidad. Me rodeaban personas que corrían, se gritaban y aumentaban las dosis de vaya a saber qué cosa. Me sentí en un capítulo de ER. Pero estando en el papel del extra que hace de enfermo no es igual de interesante.

Un obstetra de guardia se empecinaba en preguntarme si veía estrellitas. ¿Estrellitas? Me preguntaba demasiadas cosas. Si me habían inyectado tal cosa, en qué semana estaba, quién era mi obstetra. Habrán sido dos horas. O menos. En un momento me encontré en un quirófano. Nadie me explicaba nada. Hablaban entre ellos. “Hacete bolita”, escuché. Me inclinaron y me volvieron a inyectar. “Mi” obstetra apareció en escena y me gritó que no mire, colocando una cortina. ¿Que no mire qué? Tantas preguntas sin responder y sólo recuerdo el terror…

Al instante sentí un ardor inexplicable y fue como si cientos de cuchillos me perforaran la piel. Lloré. Rogué. Me hablaron con condescendencia y hasta sorna. “Madre, mirá que es como cuando te sacan una muela, algo sentís”. El obstetra volvió a cortar, despacio, seguro de que yo exageraba. Aullé de dolor. Volví a rogar. Creo que mi marido insultó a alguien. Seguí rogando y llorando hasta que el médico hizo un gesto decisivo y todo se nubló.

Cuando me volví a despertar me estaban cosiendo. Volvió el dolor. ¿Y mi bebé?

No podía hablar ni moverme. Nadie me dirigía la palabra. Era apenas un cuerpo inerte en una camilla helada. Busqué con la mirada a mi marido, los 5 minutos más interminables de mi vida. La desesperación me ganaba. Lo vi aparecer, vestido de naranja (¿era color naranja?), y en pocos segundos me dijo que Octavio era muy chiquito pero estaba bien, que había llorado, después se había estirado y se había dormido. Me hizo un chiste. Todavía tenía fuerzas para hacerme reír. Volví a quedar inconsciente.

Esta historia podría ser un guión, pero no lo es. Fue real e incluyó la frase “si esto te pasa en un hospital público no contás la historia”. Por eso yo elijo contarla. Porque necesitamos hacer visible lo invisible.

Cosas como éstas pasan todos los días. Comentarios sarcásticos, trabajos de parto truncados, procedimientos que se hacen sin consentimiento, poca o insuficiente información, médicos que juegan con el miedo de los padres. Y mientras tanto seguimos poniendo y exponiendo nuestros cuerpos y los de nuestros hijos. ¿Algún día cambiará? Ayudemos a que cambie. Si sufriste violencia obstétrica, denunciala.