Por: Juan Chiramberro
Clásico y acertado hubiera sido dar inicio al fantástico recorrido de la región La Plata publicando alguna primera nota sobre la base de algo tangible, como puede ser la misteriosa fachada de La Catedral o los pequeños edificios que se elevan hacia el dibujado cielo de La República de los Niños. Sin embargo, opté por hacer un cambio de frente y romper con las cosas imaginables o esperables en este espacio, incluso, por mí mismo. Es por ello que en el nacimiento de este blog busqué, molesté y visité a quien fuera percusionista de “La Guardia Hereje”, para decirle en la cara, de guapo, que la canción PARA VERTE GAMBETEAR es la más linda que escuché en toda mi vida.
Yo, que carezco de conocimientos de composiciones musicales, noté de manera casi irrefutable que, por fuera de la letra, lo que más me conmovía era el redoble de tamborcitos, y lejos de tener una actitud demagoga, quería comunicarme con el responsable, con el artista, con el culpable de ese extraño traqueteo que se despertaba en las extremidades de mis hombros, para contarle cuánta de esa locura lograba impregnarse en mi cuerpo cuando escuchaba esa canción.
Al tipo no me costó mucho encontrarlo siendo que es un reconocido músico de la ciudad, pero no me bastaba con llamarlo por teléfono. Yo quería ir a su casa. Tenía el conocimiento previo de que dirigía una cuerda de candombe y quería percibir, entonces, a qué huele el amontonamiento de tambores, sin siquiera saber si en su casa tenía más de uno, incluso, sin saber si tenía uno.
Leonardo Gianibelli creció en el barrio de 13 y 32. Para llegar allí tuve que pasar por Tolosa, que se encuentra a muy pocas cuadras de ese punto. Tolosa fue uno de los barrios más destruidos por el temporal que azotó a la región el pasado martes 02 de Abril y que arrastró consigo no sólo a montones de muebles, de autos y de heladeras, sino a montones de recuerdos y a montones de personas.
Gran parte de todo eso pasó en Tolosa, esquina de la ciudad (apenas por fuera del casco urbano) en donde aún, si uno se pasea por allí, puede identificar en las paredes los escandalosos arañazos dejados por el agua. Son arañazos de hollín, sustancia de carbono impuro, que fue escupido en grandes y negras bocanadas a cielo abierto tras el incendio que se despertó esa misma noche en la planta de “Coke A” de la destilería YPF, refinería ubicada a muy pocos kilómetros de ese lugar.
Hay, además, pilas de basura en algunas esquinas, rejunte de carteras, de zapatillas y de maderas. Todo está podrido y huele muy feo. Se amontonan los bichos y las ratas, se descascara la pintura de las fachadas de las casas. Se mezclan todos los colores que siempre estuvieron brillantes, pero esta vez, todos se muestran al mundo tras una pantalla en la escala de grises. Además, hay una invasión de mosquitos en toda la ciudad.
Habíamos quedado en encontrarnos a las 16:30. Tres minutos pasados de esa hora toqué el timbre, la puerta hizo un leve chiflido y entré. Tuve que subir un piso y caminar por un largo y oscuro pasillo. A mitad de camino apareció Leonardo. Me hizo pasar y ni bien puse un pie en su departamento empecé a buscar los tambores. Pero su hogar tiene algunas curvas que me impedían recorrer visualmente todo el espacio. Junto a la puerta de entrada empieza la cocina, lugar destinado a la charla. Leo tenía el mate preparado y como quien intenta dar a conocer su identidad a través de una charla, hablamos de política. Concordamos en que lo importante no es discutir sobre personas, sino sobre ideas.
Me contó que su hermano tuvo que pasar la noche de la inundación en una carpa, con su familia, arriba del techo de su casa, porque en la zona de 22 y 33 el agua había alcanzado los dos metros en la calle. Luego, volvimos ambos a recordar y a reflexionar sobre lo que pasó. Él me decía: “Hay mucha tristeza más allá de la bronca. La gente está desahuciada, la gente está triste. Yo conozco este barrio, los conozco a todos. Nos conocemos. Conozco la historia de cada uno de los vecinos, conozco a qué se dedican, quiénes son los hijos, quiénes son los padres y quiénes son los abuelos. La realidad que noté en sus caras, desde aquel día, es que la gente está triste y que aún tiene miedo por todo lo que pasó”.
El diálogo que establecimos, aún sin conocernos, es el que se repite a diario en almacenes, en cumpleaños y en el trabajo. Todos, aquí, hablan de eso, porque todos tienen algo para decir.
Pero para alejarnos un poco de ese estado reflexivo en el que nos habíamos embarcado, le propuse enseguida que me contara cómo había nacido ese fantástico tema musical por el cual lo había ido a ver. Me dijo que PARA VERTE GAMBETEAR es una canción creada en letra y música por Jorge Pandelucos (más conocido como “Alorsa”).
Dicen que Alorsa brillaba por su inteligencia. Tipo morrudo y con cara de bueno, supo acomodarse en la movida musical platense y así poder dejar de trabajar en el taxi con el que solía recorrer las calles de la ciudad para ganarse el mango.
“A Jorge le faltaba la Tesis para recibirse de Ingeniero, pero siempre fue tachero. Me acuerdo de la época del ingeniero-tachero, fue durante una situación muy dura en la que no había laburo, allá por los ´90”, me contaba Leonardo al tiempo que empezaba a recordar cómo conoció a Jorge: “Yo daba clases de talleres de candombe y una vez un alumno mío pidió un taxi y lo fue a buscar Alorsa. Tras una breve charla le pidió mi teléfono y le dio el suyo a mi alumno, pero después ambos perdieron los contactos. Bueno, pasó. En una de esas a nosotros nos contratan para tocar con Marcela Morelos en una peña. Jorge había ido ahí a hinchar las bolas. Ese día se dio una especie de simbiosis y con el tiempo congeniamos en muchas cosas respecto a la música. La primera vez que tocamos fueron no más de cinco personas a vernos”.
Leonardo define que PARA VERTE GAMBETEAR es una canción que nace como un candombe y muere como un candombe. “Él (Jorge) ya sabía que arrancaba así (ahí Leonardo golpea las palmas y marca los ritmos del tema, luego le suma algunos monosílabos). Lo que vos le podías poner es algún arreglo de percusión más o menos dentro del rango que él te daba, lo mismo con las guitarras, pueden ir más acá o más allá (representa imaginariamente la estructura del instrumento), o el entramado o el rasguido, pero los tonos ya estaban, y las letras también”.
En un principio, los ensayos se hacían en la zona de 4 y 531, en Tolosa. A pocas cuadras de allí vivía Alorsa, lugar en el cual se sentaba a escribir sus poesías. “Jorge me dijo vení y metele unos tamborcitos acá, PIM PAM PUM y listo. Al tiempo, me invitó a ir al Cosquín Rock. Viajamos con -La Cumparsita- (banda de rock platense)… y cuando subimos a tocar éramos él y yo, y nadie más. La banda se había disuelto. Yo nunca me enteré verdaderamente qué pasó pero la banda se había desarmado. Cuando volvimos de Cosquín se sumó Hugo Magnelli que había sido quien le había enseñado a tocar a Alorsa, y luego se incorporaron Fernando Tato y el Ñato Marín. Ahí es cuando empezó la magia, porque nosotros subíamos al escenario a tomar vino y a divertirnos. Era una locura lo que se vivía ahí arriba”, recuerda Leonardo.
Jorge Pandelucos muere el 31 de Agosto de 2009, víctima de una descompensación cardíaca. Desde entonces, el tango rioplatense está de luto.
Se fue aquella noche el máximo responsable de que exista esa canción que tantos escalofríos ha generado en quien ha tenido la gracia de escucharla.
La tarea que le había encomendado unos años atrás a Leonardo Gianibelli fue la de interpretar la letra y la música que ya estaban establecidas, y de esta manera, sumarle la percusión.
El producto logrado fue el siguiente, disfruten de la canción más bella dedicada a Maradona:
Leonardo nació en los años ´70. Es un tipo de contextura chica, pero de esos que sabés que un partido de fútbol 5 te arrancan los tobillos. Tiene la barba algo crecida y el cabello más corto en los laterales que sobre la parte frontal de la cabeza. Mientras me lo imaginaba en un pasado con pelo largo, sonó el timbre. Era un músico que venía a dejar las medidas de su batería para que Leonardo le haga una funda de traslado. No quise indagar sobre la vida de Leonardo, pero creí tener enfrente a un personaje destacado en lo que lo apasiona.
Le pregunté de qué manera canalizaba su pasión por la música luego de la disolución de “La Guardia Hereje” y me contó, entonces, de esa famosa cuerda de candombe, la misma por la cual yo sospechaba que tenía tambores en su casa: “El proyecto se llama KILOMBO 14 (nombre adquirido en consideración al lugar en el cual se juntan a tocar -14 y 32-). Es una banda con una comparsa, y es el grupo de candombe que siempre acompañó a -La Guardia Hereje-, de hecho, Alorsa escribió varios temas para nosotros”. http://www.facebook.com/kilombo14?fref=ts
Cuando volvimos a hablar de Jorge noté que Leonardo empezaba a recordar momentos que, por alguna razón, había bloqueado en su cabeza. Esta suposición mía luego fue confirmada por él sin siquiera saber que yo había reparado en eso. “Mi duelo fue muy extenso, yo me sigo emocionando cuando hablo de Alorsa. Es algo que todavía necesito superar. Cada vez que hay un homenaje, nosotros tocamos pero nunca más volvimos a formar la banda. Tengo en un futuro pensado, cuando esté preparado, hacer algunas interpretaciones de los temas de Alorsa en Kilombo 14”, me dijo mientras mantenía sus pequeños ojos oscuros fijos en el mate.
Luego levantó la cabeza, y algo más suelto pareció recordarlo nuevamente: “¿Sabés una cosa? La filosofía de Jorge era muy marcada, él decía -yo quiero que las cosas sean simples y justamente lo difícil de las cosas simples es que sean pura y exclusivamente simples-. Él buscaba en la música un sustento emocional para lo que estaba diciendo. No era ningún improvisado. Además, era un desestructurado, él decía que tocaba tango pero que le chupaba un huevo la gomina”.
Creí, entonces, que ya tenía muchos testimonios para mostrarle al mundo. Me fui, no sin antes preguntarle si en su casa tenía al menos un tamborcito. Sorpresa la mía cuando conocí el estudio que tenía en un entrepiso. Era un pequeño cuarto muy luminoso, donde había todo lo necesario como salir completos a un encuentro de bandas de candombe, con al menos 10 integrantes.
Ahí arriba había música, aún con los instrumentos callados, y fue entonces que pude conocer el olor a rejunte de tambores: huele a gambeta, a rabona, a miles de manos juntas tocando la canción más bella dedicada a Maradona.
En esta segunda publicación agradezco enormemente a quienes fueron los autores de las fotografías que acompañaron al texto en la nota de presentación del blog. Ellos son Hernán Giudice (imágenes 2; 5) y Ana Clara Bórmida (imágenes 3; 4 ; 6). Hasta la semana que viene. Chau.