La Universidad Nacional de La Plata experimentará el uso medicinal del cannabis

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Alguna vez en la historia del hombre, triunfó la idea de que el planeta era plano. Así nomás, que el mundo terminaba allá en esa fina línea del horizonte donde se corta el océano con el cielo. Luego, cierta comunidad científica se desdijo, pues, había caído en la mesa un grupo de evidencias que refutaban esa regla. Y así con todo, o, al menos, con muchas cosas.

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Se supone que la ciencia debe, además de teorías e hipótesis, generar pruebas, decir que se ha llegado a la comprobación de que tal o cual fenómeno, que provoca qué, que conduce a qué, que sirve para, que ofrece tales beneficios en la vida íntegra del ser humano y del mundo que lo rodea. Y así, en determinados momentos históricos, la cosa se divide en bueno o malo, en sirve o no, en reproduce, arregla o rompe, en verdad o mentira, en legal o clandestino.

Toda sociedad está afectada legislativamente, casi siempre, por lo comprobable y, casi siempre, por la razón. Pero he aquí parte de los grandes conflictos de la historia del hombre. Decía Descartes: “No hay nada repartido de modo más equitativo que la razón: todo el mundo está convencido de tener suficiente”. Y esto lo arrastra todo. Se sospecha que muchos hombres han muerto con la certeza de que el mundo era plano, aún, teniendo pruebas suficientes en la mano como para repensarlo.

Lo que pasa con la aplicación de la marihuana para uso medicinal entra en esta esfera. Hay quienes asocian y luego condenan. Hay quienes descubren y tratan de enseñar sus resultados. Marcelo Morante está en el segundo grupo. Es doctor y docente de la Facultad de Medicina de la Universidad Nacional de La Plata y se cargó una mochila de preguntas para cumplir una misión: aportar algo para que el dolor de sus pacientes se reduzca tanto como se pueda. Mejorar la calidad de vida de las personas enfermas, buscar alternativas menos sintéticas y dejar una prueba científica que supere algunas creencias y prejuicios establecidos por siglos de civilización.

“Es un proyecto de investigación del dolor, con dicho desafío viajé a Canadá a completar mi formación (siendo Canadá un país que ya regularizó esta práctica). Si bien no se prohibió la investigación básica acá, tenemos un gran retraso en los ensayos clínicos, o sea, la investigación en pacientes para ver si se le puede dar una solución al dolor de las patologías de enfermedades crónicas, como, por ejemplo, en el Parkinson, en la migraña, en la epilepsia. Hay muchas patologías que podrían ser tratadas con estas moléculas pero estamos muy retrasados en lo que es investigación clínica, seguramente, producto de las políticas prohibitivas y de algunos otros intereses económicos y políticos que participaron de estas políticas durante décadas”.

Morante, quien proyecta realizar estudios clínicos con moléculas cannabinoides en pacientes, promulga que, por lo pronto, lo que hay que hacer es plantear un debate en la comunidad científica. “Analizando un poco la historia de estas moléculas, cuando tenían su apogeo a fines de 1800, había ya dos vertientes, ya estaba dividida la opinión sobre su uso y aplicación. Cabe aclarar que son moléculas diferentes a otras que estudiamos habitualmente los médicos y profesores de nuestra facultad porque son un poco variables en sus efectos, porque cuesta estandarizar las dosis, porque requieren un marco legal diferente y porque no son nunca primera opción, sino que son una alternativa para cuando las otras moléculas fracasan. O sea, indudablemente, que esta controversia desde el punto de vista científico hizo que fueran un poco desplazadas y que la propia comunidad médica las condene diciendo que no hay investigación y que no hay trabajo científico que las avale. Pero hay patologías que se verían claramente beneficiadas y en esto está en juego el dolor y la calidad de vida”.

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¿Y qué tipos de resultados esperan tener en la investigación?

Morante: “Los resultados ya están en el mundo. Canadá tiene más de 40 mil pacientes tratados, Israel también. No es que nosotros venimos a descubrir una molécula, hace 30 años que se analizó desde el punto de vista médico, tiene mucha evidencia científica. Lo que debemos estudiar es a qué pacientes les beneficia este tratamiento, no atribuirles a estas moléculas poderes que no tienen pero tampoco acusarlas de una toxicidad que no les pertenece. La comunidad médica tiene que revaluar los resultados que hay en el mundo, sin prejuicios”.

Marcelo Morante destaca que si bien los ensayos se van a realizar en la Facultad de Ciencias Médicas, el proyecto debe ser interdisciplinario ya que la comunidad entera tiene que avanzar en muchas perspectivas para lograr los beneficios conjuntos de estos experimentos: “Lo que intentamos hacer es romper un poco el silencio médico. Hay otras facultades, como la de Periodismo, que ya habían abierto el debate, pero los que veníamos un poco retrasados con este tema éramos nosotros. Esto no es una cuestión puramente médica, sino que le escapa. Lo que debe hacer la medicina es romper el silencio diciendo que hay evidencia científica para aplicar en determinadas patologías y, después, tiene que haber un trabajo profundo con los demás actores para trabajar en educación y decir claramente las cosas como son”, es decir, como lo avalan los estudios científicos más actualizados. Es que un día se dejó de creer que el mundo era plano, pero fue un proceso largo, según dicen.